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Violencia sexual
Tribuna
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A los Alves que vendrán

La mujer que lo denunció ha roto la presunción de impunidad de la que los hombres poderosos gozaban como un recurso disponible más, entre todos sus privilegios

Dani Alves
Dani Alves, en el banquillo de los acusados en la Audiencia de Barcelona, en febrero.ALBERTO ESTÉVEZ (EFE)

Las mujeres más jóvenes que salieron a las calles gritando “no es abuso, es violación” y la mujer que resistió en ese portal cambiaron el sistema y la norma. No me refiero a la ley, que también, me refiero a que blindaron un pacto de no impunidad.

Antes de Pamplona, la norma era la impunidad. La norma era la que decía que la víctima tenía que callarse y esconder la violencia que había sufrido para evitar el daño social y su devaluación pública. Si superaba ese escollo y era capaz de hablar, el agresor lucharía para decir que esa mujer era una embustera e intentar echarla atrás y acallarla. Si el autor del delito tampoco conseguía eso, tenía una última opción: victimizarse y decir que era él quien estaba sufriendo por todo eso y que no entendía nada.

Fueron muchas las mujeres que luchaban social y judicialmente contra ese mantra mientras se resolvía el proceso judicial de la violación grupal de Pamplona. Con el tiempo, después de la aprobación y consolidación de la ley del solo sí es sí, el primer gran caso mediático fue el de Dani Alves contra una mujer joven. Esa mujer tuvo que sostener esos tres estadios: el de conseguir sacar su voz del cuerpo para defenderse, el de no dejar que la acallaran cuando se utilizaron todos los medios disponibles contra ella y el de no permitir que Dani Alves se victimizara diciendo que él la perdonaba a ella.

Cuando te presionan para que tengas que acallar tu voz, tienes que resistir suficientemente para que ellos tengan miedo de que la uses. Eso es lo que ha resistido esta mujer anónima (a pesar de la madre de Dani Alves y las filtraciones).

Esta mujer ha roto la presunción de impunidad de la que los hombres poderosos gozaban como un recurso disponible más, entre todos sus privilegios. Ni me puedo imaginar (o más bien sí, me los imagino con nombre y apellidos) a todos los que sienten que ellos podrían haber sido impunes en una ocasión similar y que ahora se lo pensarán un poco más.

La puesta en libertad de Dani Alves no es una buena noticia. De hecho, es pésima. Jurídicamente justificable y, seguramente, desde un punto de vista garantista de derechos, victoriosa.

Mi pregunta es, más bien, por qué ha sido impuesta esa pena tan anómalamente baja ante unos hechos tan graves. Y la respuesta es que todavía nos cuesta mucho aceptar que la violencia sexual es un delito que muchas veces se nos representa como un enigma que no alcanzamos a comprender del todo. Después de escuchar cientos de relatos de niños, mujeres y, también, hombres violentados sexualmente por otros hombres, me pregunto si encontraremos la fórmula de gestionar esas pasiones humanas del debate público en relación a un asunto tan serio y que tanto puede doler a las víctimas al encontrarse entre las páginas de los diarios.

Mientras unos simplemente no estarían contentos ni con la cadena perpetua y, por tanto, con el fracaso de un sistema penal democrático, los otros lo delegarían todo a la educación, como una epifanía que se representara como el debido cumplimiento del bien y no como un acto de voluntad completamente querido y despiadado contra una víctima. En los casos concretos, debemos encontrar la máxima reparación para las víctimas y la máxima garantía de no repetición de tales hechos.

Hoy espero que, a pesar de todo, esa mujer que sobrevivió a la noche del Sutton y a los meses que siguieron se sienta satisfecha, creída y reparada, y que los Alves que vendrán pongan sus barbas a remojar, por si son los siguientes.

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