Los escolapios investigan al menos 44 acusaciones de abuso de menores en su orden
La congregación, que acaba de admitir el encubrimiento de un pederasta durante 18 años, es la quinta con más casos en España. Solo una de las tres provincias de la institución revela sus datos
EL PAÍS puso en marcha en 2018 una investigación de la pederastia en la Iglesia española y tiene una base de datos actualizada con todos los casos conocidos. Si conoce algún caso que no haya visto la luz, nos puede escribir a: abusos@elpais.es. Si es un caso en América Latina, la dirección es: abusosamerica@elpais.es.
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Los escolapios de Cataluña admitieron la semana pasada que encubrieron y no denunciaron a uno de sus religiosos, Manel Sales, durante 18 años, tras conocer denuncias contra él en Senegal, donde era misionero. Esta orden es la quinta que acumula más acusaciones en España, por detrás de los jesuitas (154), maristas (133), salesianos (107) y La Salle (60), según la contabilidad de EL PAÍS pero, al igual que las demás, se resiste a revelar los casos de pederastia que conoce. Aseguran que dan total credibilidad a todas las víctimas que acuden a ellos, pero las tratan de forma diferente —los de Cataluña, por ejemplo, no pagan indemnizaciones— y solo una de las tres provincias en las que se divide la orden en España, la de Emaús (comprende País Vasco, Aragón, Navarra, Soria y Andalucía), ha revelado a este diario los casos que le constan. Entre ellos solo hay uno desconocido hasta ahora, una denuncia en 2020 a un voluntario laico en Granada, que finalmente fue absuelto en los tribunales el año pasado, aunque la orden no comparte la sentencia y rompió toda relación con él. De este modo se elevan al menos a 44 los escolapios y laicos de sus colegios acusados, incluidos dos casos en escuelas de la rama femenina de la orden. En total, los casos de pederastia conocidos en la Iglesia española ascienden en este momento a 1.020 acusados y 2.134 víctimas, según la base de datos de este diario, la única existente.
En varias ocasiones, los escolapios acusados fueron enviados a países de Latinoamérica y hay un religioso estadounidense denunciado en California en los años setenta y ochenta, llamado John Santillan, que huyó de la justicia y se ocultó en un pueblo de Huesca, Peralta de la Sal, hasta su muerte en 2004, según reveló El Periódico de Aragón. EL PAÍS ha documentado decenas de casos de esta práctica de traslados de acusados de pederastia entre América y España, en ambos sentidos, en órdenes y diócesis.
Algunos de los casos ya han sido publicados, pero otros, incluidos en los cuatro informes sobre pederastia en la Iglesia española que ha entregado este diario entre 2021 y 2023, son historias que aún no han sido contadas. Como la de J. R. N., de 53 años, que nunca había dicho nada a nadie de los abusos que sufrió de pequeño, hasta que comunicó su caso a EL PAÍS en noviembre de 2022: “A mí me gustaría que este señor me pidiera perdón, pero está bajo tierra, así que ya no sé qué quiero”. El dolor y la frustración de las víctimas tampoco encuentra siempre la respuesta adecuada en los escolapios, pese a los esfuerzos que asegura estar haciendo la orden.
La historia que relata J. R. N. ocurrió en el colegio La Inmaculada de los escolapios en Getafe, Madrid, donde estuvo interno de 1982 a 1984, entre los 12 y 14 años. La orden ya ha dado credibilidad a su caso y le ha pedido perdón. “Terminé allí porque mis padres trabajaban los dos y no podían cuidarme, y contárselo sería como decirles que caí en las garras de ese hijo de puta por su culpa”, justifica. Todavía hoy, más de cuatro décadas después, recuerda con detalle: “El hermano Ursicino Gutiérrez se metía en la ducha, nos cortaba el agua para que nos enjabonáramos y nos indicaba dónde había que frotar, todo con la cortina abierta. Ahí aprovechaba para meternos mano”, empieza a contar. “Cuando le apetecía, que era todos los días, se metía en tu cama, te hacía una masturbación y luego se iba”, continúa. Los abusos no quedaban ahí. “Cuando quería algo más, te llevaba a su habitación y te jodía, literalmente. Si no accedías a lo que quería, ponía tus sábanas en un lugar concreto, para que tus compañeros pensaran que te habías meado, para ridiculizarte. A mí me llevó a su cuarto dos o tres veces. Esa semana, te daba 25 o 50 pesetas. Para callarte la boca”, remata.
J. R. N. es una de las 69 víctimas contabilizadas por este diario que acusan de abusos sexuales a escolapios en España. La orden, como muchas otras, no habla con una sola voz, pues está dividida en tres provincias y cada una actúa contra los abusos por su cuenta y con sus criterios. “Estamos actuando, buscamos toda la información de cada caso y no tenemos nada que ocultar, lo que haya, lo diremos. Escuchamos y nos reunimos con todas las víctimas que lo desean y les ofrecemos lo que pidan, una compensación económica, sufragar una terapia si la necesitan y por supuesto condenar los hechos y pedir perdón, en público si así lo desean”, explica Jesús Elizari, provincial de la demarcación de Emaús. Ha facilitado a este diario el informe interno que han realizado con los casos que conocen, aunque de momento ha sido el único de la orden.
Iván Ruiz, el provincial del territorio llamado Betania (Galicia, Asturias, Madrid, las dos Castillas y Levante), sostiene que están obedeciendo las instrucciones del Papa. “Nos lo hemos currado mucho, hemos hecho un esfuerzo muy grande. Es nuestro compromiso y no podemos bajarnos de ahí”, asegura. “Es verdad que hemos metido la pata a veces, pero hemos enviado al despacho de Cremades y al Defensor del Pueblo todos los informes con todas las entrevistas y todos los correos. Y a los abusadores que están vivos, les suspendemos de empleo y sueldo”.
Sin embargo, hay varias víctimas decepcionadas ante el trato recibido y otras que ni siquiera se han puesto en contacto con la orden, por la poca credibilidad que les inspira la Iglesia. J. R. N., por ejemplo, se siente “engañado”. Los escolapios, que aseguran haber examinado el caso, detallan que el hermano Ursicino estuvo en Colombia, y luego en Getafe y en el colegio Calasancio de Madrid a finales de los años sesenta, pero no les constan más denuncias contra él. Afirman que lo comunicaron a la Santa Sede, pero no hay condena, pues el religioso falleció en 2011.
Josep Canal Codina, de 70 años, tiene un recuerdo “claro y vívido” de los abusos sexuales de los que acusa al padre Albert Foix, en la Escola Pia Santa Anna de Mataró, Barcelona. Era 1961 y tenía nueve años: “Me sentaba en su regazo y pasaba la mano por la pernera de mis pantalones cortos, toqueteando y masajeando mis genitales”. Según dice, no le supuso ningún trauma, pero “una luz que había estado apagada” se le encendió cuando leyó el testimonio de un hombre a raíz del escándalo de pedofilia de Boston, en Estados Unidos. “Explicaba exactamente lo mismo que describo yo”.
Un director de coro que pasó por Cuba, México y California
El padre Foix, fallecido en 2017 con 88 años, pasó por varios centros escolapios y dirigió los coros infantiles y juveniles de los Pueri Cantores. La orden asegura que no constaba ninguna denuncia contra él. Fue profesor en Cataluña y Latinoamérica. Pasó por Tárrega, Mataró, Caldes de Montbui y Barcelona. Estuvo en Cuba de 1957 a 1961; en México, de 1971 a 1979; y en California, de 1987 a 1990. “No me extrañaría que, como director de coros, hubiera continuado con los abusos a niños”, opina su víctima.
En Madrid, hay otro caso en la parroquia Nuestra Señora de Aluche, contigua al colegio de los escolapios, que llevaba la orden y también contaba con una comunidad neocatecumenal. Un hombre acusa a un catequista de nombre E., al que llamaban con el mote F. Tuvo dos experiencias en 1991, cuando tenía entre 12 y 13 años. Empezó con un bollicao, “que entonces era un lujo”. El monitor se lo regaló a escondidas, como un privilegio sobre los demás, y creó una complicidad. Luego le pidió un masaje para una supuesta lesión en la ingle y se masturbó mientras lo hacía. La segunda vez fue a más: “Me acarició el pene, intentando hacerme una paja, pero no consiguió excitarme hasta que se dio por vencido y entonces me exigió que hiciera yo lo mismo con él. Yo creo que lloré en ese momento, pero no lo recuerdo. Hice lo que me pidió hasta que eyaculó sobre mi mano. Mis relaciones íntimas han sido durante años satisfactorias siempre que no escuchara esa misma cadencia de jadeos”. Asegura que se lo contó al párroco de la iglesia, de inicial A., pero no hizo nada. Para no verlo más solo pudo cambiar de parroquia.
También en Madrid, pero en el colegio de la calle Conde de Peñalver, un hombre acusa al padre Rubio, jefe de estudios, de abusar de él en el internado entre 1960 y 1961, cuando cursaba bachillerato. “Una noche noté en el dormitorio una mano. Era el padre Rubio, que me llevó a su cuarto. Me hizo desnudarme, me metió en la cama, se quitó el albornoz y se restregó contra mí. Eso sucedió muchas veces, no a diario, pero casi. Eso era un calvario para mí. Me pedía que no se lo dijera a nadie, que era un secreto”. Al final del año se lo contó a sus padres y le sacaron del colegio. Según el provincial Iván Ruiz, este escolapio salió de la orden poco después, en 1965: “Cuando le pregunté a un religioso que convivió con él, me contó que no se le había echado, sino que se le había invitado a irse de una forma muy diplomática. Cuando le pedí información sobre él, sonrió y me preguntó por qué. Tenía esa fama”, señala.
Hay tres testimonios en Bilbao contra el padre Dámaso Ciordia, que fue jefe de estudios del colegio escolapio de la ciudad en los años setenta. F. R., que le acusa de abusar sexualmente de él entre 1973 y 1974, cuando tenía entre 12 y 13 años, reflexiona: “Qué casualidad que esta persona, a quien llamábamos El Cura Sobón, estuviera en el puesto más cómodo para sacar a un alumno de clase, llevarlo a su despacho, y meterle mano. Que haya una persona que no sea capaz de controlar sus pulsiones sexuales, vale, pero no lo mantengas años y años en el punto estratégico donde mejor puede ejercer su perversión. Ese es el gran pecado de la Iglesia”.
“Abusó de mí varias veces. En su despacho, en el aula, solos y en público. Se acercaba a mí, me cogía con una mano por delante, con la otra por detrás, me tocaba por debajo de la camisa y del pantalón, hasta los genitales”, relata F.R., que hasta que contactó con EL PAÍS en febrero de 2022 no había hablado del asunto con nadie. Hacerlo le ha costado 8 años de psiconaálisis. No se ha puesto en contacto con la congregación: “No tengo ninguna fe en su investigación, me parece todo muy cínico. Me imagino que me dirían unas palabras, que me pedirían perdón, pero no les daría ninguna credibilidad”. No es el único que acusa al padre Dámaso, fallecido en abril del 2022 con 97 años. Otro exalumno de Bilbao, estudiante en los años setenta, confirma: “Era vox populi que abusaba de algunos niños. Solían ser como muy aniñados. Monos, rubitos, con ricitos. Cuando venía alguien a llamarlos, para que fueran a su despacho, empezaban las risitas de los demás”. Iñaki Landa, que lo tuvo de profesor entre 1978 y 1980, y le apodaban ‘Curdio’, no recuerda ver tocamientos en clase, pero sí el relato de las experiencias de dos amigos. Uno de ellos jugaba en el equipo de fútbol: “Dámaso era muy aficionado al fútbol, y solía estar alrededor de los campos en los partidos, pero luego este amigo me contó que en el vestuario hacían barricadas en la puerta para que no entrase cuando se cambiaban o se duchaban”. Este religioso fue escolapio durante ocho décadas. En su larga vida, pasó los primeros años en Estella y estuvo destinado en Chile, según los datos de la congregación.
Francisco A. Vicente denuncia por abusos sexuales al que fue su tutor y profesor de religión en 1964 en las Escuelas Pías de Albacete, el padre Ricardo, apodado El Pachón, que había estado previamente en Nicaragua y falleció en los noventa, según los escolapios. Vicente dice que cuando tenía entre 12 y 13 años les realizaba tocamientos a él y a otros, además de someterles a malos tratos. “En clase, tocaba a todo el que podía. Te desabrochaba la camisa, te metía mano. A mí, siempre en el aula, pero a algún niño lo subía a sus aposentos después de clase. Lo de este hombre era un escándalo”. Un exalumno del colegio, de la generación de Vicente, corrobora: “El Pachón tocaba a todos. No se escondía”.
En el colegio Calasancio de Zaragoza hay dos acusaciones. La primera es una historia estremecedora, un asalto improvisado que denota la impunidad con que actuaban los pederastas ante cualquier oportunidad. Lo cuenta una mujer que entonces, en 1975, tenía nueve años: “Fui con una amiga a buscar a su hermano mayor, que tenía entrenamiento en los Escolapios de la calle Sevilla. Pero ya se había marchado a casa. Allí nos encontró un sacerdote, solo recuerdo su sotana, unas gafas negras de pasta y su voz empalagosa. Nos invitó a pasar y nos llevó por turnos al gimnasio. Primero desapareció mi amiga, que volvió con la cara desencajada, pero no me dijo nada. A continuación me dijo: ‘Ahora tú, que llevas faldas’. Esa frase se me ha quedado grabada de por vida. Me subió al potro con la excusa de darme un masaje. Yo tenía mucho miedo, me empezó a amenazar con decir mentiras sobre mí a mis padres y las monjas de mi colegio para que me suspendieran si contaba algo. Me sobó lo que quiso por encima de la ropa hasta que me metió las manos en las bragas y yo le dije que me hacía daño y me puse a llorar, bajé de un salto y salí corriendo”.
El otro caso es el de un hombre que acusa al padre M. de abusar de él y de su hermano en la segunda mitad de los sesenta, cuando tenía 10 años. “Un día se lo conté a mi hermano porque andaba un poco raro, y me confesó turbado que a él también le tocaba los genitales el mismo cura. Conozco a más víctimas, compañeros de clase. Yo tenía un poco borrado todo lo de los abusos de los curas y al salir artículos de prensa se volvieron a despertar esos recuerdos tan oscuros”. Confiesa que se dio a la bebida con 13 años. Su hermano sufrió un brote psicótico con 15. “Ya no fue el mismo, pasó de ser un chico extrovertido y la persona que más quería a un crío taciturno, reservado y opaco que no contaba nada de todo el sufrimiento que llevaba por dentro”.
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