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La epidemia del hígado graso: el órgano en el que se ensaña el mal estilo de vida

El 38% de la población adulta lo padece, pero la mayoría no lo sabe. La detección temprana es clave para evitar complicacioness, que pueden llegar a cirrosis y cáncer

Unidad de escaneo de hígado en el congreso de la Asociación Europea para el Estudio del Hígado (EASL, por sus siglas en inglés).
Unidad de escaneo de hígado en el congreso de la Asociación Europea para el Estudio del Hígado (EASL, por sus siglas en inglés).Steve Forrest (EASL)
Pablo Linde

El hígado no duele. Soporta sin quejarse incluso enfermedades hepáticas muy avanzadas. Pero las 500 funciones que realiza —incluidas de almacenamiento de energía y vitaminas, de regulación hormonal y de filtrado de las sustancias nocivas— lo convierten en el órgano que más sufre un mal estilo de vida. La dieta deficiente con abundancia de azúcares y ultraprocesados, el consumo de alcohol y el sedentarismo están directamente relacionados con lo que muchos médicos califican como una “epidemia de hígado graso”, que afecta a un 38% de la población adulta del mundo, según la Asociación Europea para el Estudio del Hígado (EASL, por sus siglas en inglés), que esta semana celebra su congreso anual en Viena.

La acumulación de grasa en el hígado, en la mayoría de ocasiones, no desemboca en una enfermedad grave. Pero en alrededor del 4% de los casos puede provocar alguna, como la cirrosis, y un 0,5% puede llegar a cáncer de hígado. “Pueden sonar a porcentajes pequeños, pero cuando vemos una condición tan prevalente, que afecta a más de un tercio de la población, se convierten en cifras enormes”, dice Thomas Berg, secretario general de la EASL, que ha invitado a EL PAÍS a cubrir su congreso.

Estos números absolutos llevan a las enfermedades hepáticas a ser la segunda que más años de trabajo perdidos provoca por enfermedad en Europa, por detrás de las cardiovasculares. Cada año se cobran en el continente casi 300.000 vidas. La mayoría de ellas se podrían haber salvado con prevención porque, salvo un pequeño porcentaje de enfermedades hereditarias y de infecciones (cuya mortalidad se ha atajado gracias al descubrimiento de un medicamento contra la hepatitis C), el estilo de vida lo es casi todo.

Tradicionalmente, las enfermedades del hígado se han asociado al consumo de alcohol. Y, aunque hace mucho daño al mayor órgano sólido del cuerpo humano, el hígado graso no alcohólico va ganando peso, hasta el punto de que se calcula que la comida ultraprocesada ya lo supera como causante de cirrosis. En Europa, el continente con mayor tasa de consumo del mundo, ambos suelen ir de la mano. “Beber está socialmente muy aceptado y creo que es difícil a veces discernir. Muchas personas que tienen obesidad o síndrome metabólico también beben”, dice María Buti, consejera de salud pública de la EASL. La tradicional separación entre hígado graso alcohólico y no alcohólico carece de una frontera clara.

Y aunque esta enfermedad no para de crecer (su incidencia se ha duplicado desde 1990) hay varias buenas noticias. La primera es que el hígado tiene una asombrosa capacidad de regeneración mientras quede al menos un 25% del órgano sano; la segunda es que si se detecta a tiempo, se pueden evitar las enfermedades más graves. Pero también hay una mala que las eclipsa: rara vez se detecta a tiempo.

“La desgracia es que la mayoría de los casos se podrían revertir completamente, pero se diagnostican muy pocos. Es una enfermedad silente para los pacientes, pero también para nosotros, los médicos, porque si no vamos a buscarlo en concreto no lo diagnosticamos”, asegura Buti.

Uno de los empeños de esta edición del congreso de la EASL es llegar a los niños, a través de las escuelas, de los gobiernos. Porque la acumulación de grasa en el hígado comienza cada vez a edades más tempranas, con el consumo de bebidas azucaradas y ultraprocesados. Y no solo por lo que se ingiere, también con el mayor sedentarismo. “Hace unas décadas veías a los niños jugando, pero ahora están todo el día con los móviles y las tabletas”, reflexiona su secretario general.

Los hepatólogos no son ingenuos. Saben que cambiar hábitos es un proceso muy complicado y que repetir una y otra vez mensajes sobre la importancia de los buenos hábitos no es suficiente. “Todos somos conscientes de que un estilo de vida saludable es importante; que el hígado necesita menos alcohol, buena dieta y mucha actividad física. Pero, a pesar de eso, la mayoría de la gente no está cumpliendo estas premisas, así que no se enteran de su enfermedad hasta pasados 20 o 30 años”, explica Patrizia Kunzler-Heule, enfermera especializada en afecciones hepáticas. Los síntomas en esos casos pueden ser variados: ojos amarillentos, hinchazón de la zona abdominal, cansancio extremo, incluso confusión, motivada por la falta de buen filtrado de ciertas sustancias.

Uno de los estudios que se han presentado en el congreso muestra que aumentar precios del alcohol y las bebidas azucaradas son probablemente más efectivos que repetir mensajes saludables. Un precio mínimo de las bebidas de un euro por unidad de alcohol (una medida que se usa en investigación y equivale a 10 gramos de alcohol puro, algo menos de lo que tiene una lata de cerveza) podría reducir los casos de cáncer y enfermedad hepática crónica entre un 4% y un 7% de aquí a 2030.

La difícil tarea de la detección precoz

Además de la prevención, la estrategia pasa por la detección precoz. Según Virginia Hernández-Gea, especialista en hepatología del Hospital Clínic de Barcelona, cada vez se está poniendo más énfasis en identificar la enfermedad en fases tempranas, que es donde hay margen para revertir el hígado graso, un problema que a menudo pasa desapercibido en las analíticas. “A veces puedes ver alguna alteración de transaminasas, pero si no es gran cosa, depende de cómo se haga y quién la vea le dará más o menos importancia”, señala.

Existen métodos muy sencillos que pueden determinar si el hígado está comenzando a dar problemas. Un simple escáner, que utiliza un ultrasonido aplicado durante un par de minutos, puede calcular el grado de fibrosis del órgano. Si está por encima de ciertos niveles, es muy probable que necesite una revisión médica para confirmarlo. “Nos gustaría hacer detecciones tempranas en nuestro país, pero tenemos una atención primaria desbordada y después del covid está ahogada, con muy pocos recursos, lamenta Hernández-Gea.

Otro de los estudios que se han presentado esta semana en Viena trata de simplificar al máximo esta detección previa, identificando las personas de riesgo que deberían someterse a análisis más profundos. Ray Kim, uno de sus autores, explica que aplicando un algoritmo que usa datos muy básicos de salud (como peso, si se tiene diabetes y algunos marcadores que aparecen en los análisis de sangre estándar) se puede predecir con bastante exactitud qué personas tienen más papeletas de sufrir complicaciones hepáticas. Emplearlo podría ser un gran cribado previo y rápido para aplicar solo a estas personas técnicas como la del escáner antes mencionado.

Una vez diagnosticada la enfermedad, el paciente se enfrenta a menudo a cierto estigma relacionado con la vinculación tradicional de las dolencias hepáticas con el alcoholismo. Esto llega a extremos en países con culturas o religiones en las que el alcohol está sancionado. “Tanto es así que en estas zonas del mundo el propio nombre de la enfermedad supone un problema, aunque nos refiramos a hígado graso no alcohólico, por el simple hecho de llevar la palabra alcohólico”. dice Jeffrey Lazarus, jefe del grupo de Investigación de Sistemas de Salud en el instituto ISGlobal. También hay una discusión sobre su nombre en inglés, ya que en este idioma se emplea la misma palabra para decir gordo y grasa (fat), así que algunos especialistas lo consideran estigmatizante. Todo esto ha llevado a los expertos a proponer en Viena otro nombre para la dolencia: enfermedad metabólica del hígado asociada a esteatosis. “Si te preguntan qué quiere decir esteatosis tienes que responder que es exceso de grasa (fat) en el hígado, pero al menos no está en el enunciado”, ironiza el investigador.

Pero más importante que el nombre, argumenta Lazarus, es la atención que le prestan las autoridades sanitarias internacionales. Se muestra indignado con que, pese a su altísima prevalencia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) no tenga ninguna estrategia ni guía para luchar contra el hígado graso. Este investigador ha presentado en Viena un consenso sobre las prioridades para abordarlo del que espera que, de alguna forma, tome nota la OMS.

Tratamientos

Cuando el hígado graso evoluciona a enfermedades más graves, llega un punto en que no se puede revertir. Y, ante el largo camino que todavía deben recorrer la prevención y el diagnóstico temprano, la ciencia está buscando fórmulas para tratar a los pacientes con dolencias avanzadas. “Hay que ser realistas, sabemos que vamos a seguir viendo estas enfermedades y hay que encontrar soluciones”, dice Berg. En este campo se descubrió hace algo más de una década uno de los tratamientos más revolucionarios de la medicina moderna, el de la hepatitis C, que hoy es una enfermedad completamente curable. El Sovaldi, que así se llama, ha sanado solo en España a más de 150.000 personas desde que se comenzó a comercializar, en 2015.

También existen las vacunas para evitar otras infecciones del hígado, pero no hay remedio para las enfermedades derivadas del hígado graso. En Viena se han presentado algunos avances esperanzadores para mejorar la calidad de vida de estos pacientes.

El más rompedor se basa en el trasplante fecal. Se trata de un ensayo aleatorizado controlado con 32 pacientes con cirrosis avanzada. Según sus autores, han demostrado que pueden modificar la microbiota intestinal, mejorando la función de barrera e inmunidad antimicrobiana de la mucosa. “Este emocionante estudio confirma la creciente conciencia en los últimos tiempos del vínculo entre el intestino, la salud y la enfermedad hepática y sugiere que la modulación del microbioma y la restauración crucial tiene un enorme potencial para mejorar los resultados de los pacientes y será clave para nuestro conocimiento científico sobre la salud del hígado en los próximos años”, asegura Berg. De confirmarse estos resultados, el tratamiento podría evitar infecciones y el alto consumo de antibióticos que habitualmente tienen que tomar los enfermos de cirrosis.

No obstante, la cura para estos estadíos se antoja lejana. Así que Buti insiste en que la clave son las políticas de salud pública. Y para ello hace un llamamiento a que los gobiernos tomen cartas en el asunto.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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