Adolescentes que no se gustan
¿Qué está pasando en la sociedad española para que el 60% de los adolescentes se sientan a disgusto con su imagen corporal?
La adolescencia es ese tiempo en el que el cuerpo se desborda. La conciencia del propio físico forma parte del crecimiento personal en la transición entre la infancia y la edad adulta. En esa metamorfosis, estar a gusto con el propio cuerpo es esencial para el bienestar emocional. ¿Qué está pasando en la sociedad española para que el 60% de los adolescentes se sientan a disgusto con su imagen corporal?
El dato procede de la encuesta que cada cinco años realiza la Agencia de Salud Pública de Barcelona para identificar los factores de riesgo en la adolescencia. La última recoge las percepciones de 3.290 alumnos de 13 a 19 años y uno de sus datos más relevantes es que el malestar con el cuerpo no para de crecer. En 2021, el 55% de los chicos y el 63% de las chicas se muestran insatisfechos con su imagen corporal, cuando en 2016 eran el 36% y el 52% respectivamente. Como se ve, el problema afecta especialmente a las chicas, pero también crece entre los chicos. Y lo que es peor, la percepción parece tener anclajes en la realidad: el 53% de las chicas y el 39% de los chicos se han sentido discriminados por su aspecto físico.
Más de la mitad de los adolescentes cargan con un cuerpo que no se corresponde con su ideal deseado. No se gustan en una edad en que gustarse es esencial para construir la autoestima. Unos lo llevarán mejor que otros, pero con esas cifras no es extraño que también aumente el malestar emocional: entre las chicas ha pasado del 23,2% en 2016 al 38,6% en 2021, y entre los chicos, del 11,7% al 20,3%. ¿Ha influido la pandemia? Sin duda, pero cualquier coyuntura cabalga sobre una corriente cultural de fondo en la que muchos jóvenes, lejos de mirar el futuro con optimismo, lo miran con aprensión. Como si el horizonte se hubiera borrado. En las urgencias de un presente continuo, muchos viven con angustia sus desajustes personales con un mundo en el que, como advierte el sociólogo Gilles Lipovetsky, todo es objeto de tasación, incluso uno mismo.
En Gustar y emocionar, su último ensayo, desarrolla los efectos de la sociedad de la seducción, en la que los individuos son más libres que nunca, pero sienten el peso abrumador de su poder de decisión, incluida la capacidad de modelar el propio cuerpo y elegir la imagen que se quiere proyectar. Para Lipovetsky, no es malo que haya referentes de belleza y modelos estéticos, siempre los ha habido. Lo que resulta dañino es sentir la imperiosa necesidad de imitarlos. En algún momento fueron los cuerpos robustos de Rubens los que encarnaban el ideal, pero ahora esos cuerpos generan frustración justo cuando aumentan las tasas de sobrepeso y obesidad en niños y adolescentes a causa de una alimentación cada vez más insana.
Abrumados por la obligación de tomar decisiones constantemente, muchos jóvenes perciben que la apariencia y la imagen son fundamentales y que el éxito en las relaciones personales y sociales dependerá de que se sepa hacer una buena venta de sí mismo. Todo esto se acentúa en un entorno digital que ha convertido la exposición pública permanente en un requisito de sociabilidad. Como explica Byung-Chul Han en La Sociedad de la transparencia, “en la sociedad expuesta, cada sujeto es su propio objeto de publicidad. Todo se mide por su valor de exposición. (…) El exceso de exposición hace de todo una mercancía destinada a ser devorada de forma inmediata”, lo que “engendra una necesidad imperiosa de belleza y buen aspecto físico”. Lo denomina “coacción icónica”. Sentir que te lo juegas todo en la elección de la foto que vas a subir a las redes, el vestido que te vas a poner para la enésima entrevista de trabajo o la nueva cita de Tinder. La idea de que Nunca tendrás una segunda oportunidad … de dar una primera impresión favorable puede resultar insoportable.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.