La Palma, seis meses después de la erupción: el volcán ya no ruge pero la pesadilla permanece
Medio año después de la erupción que duró 85 días en La Palma, los afectados reclaman con urgencia las ayudas de las administraciones
Es mediodía en el municipio de El Paso (7.500 habitantes), en La Palma. El equipo juvenil del club de fútbol Atlético Paso entrena entre gritos en el campo deportivo municipal. El cielo palmero ha esquivado la borrasca Celia y ha amanecido claro y despejado. Reina la calma en la isla bonita. Al menos en apariencia.
Hace justo seis meses, la situación era otra. El 19 de septiembre, a las 15.02, entraba en erupción el volcán de La Palma, en pleno parque natural de Cumbre Vieja. Las autoridades decretaban la evacuación urgente de unas 5.000 personas, y los vecinos afectados debían salir con los enseres personales. Les esperaban la noche más angustiosa y 85 días de una pesadilla que acabó el 14 de diciembre con 7.000 desplazados, arrasó 1.219 hectáreas y destruyó 1.676 edificaciones, 1.345 de ellas de uso residencial.
“El señorito (en referencia al volcán), de dormido, nada”, le cuenta repleta de energía Gladys Pérez, de 65 años, a Begoña, la impasible dueña del bar la Botica, en los Llanos de Aridane (el principal municipio de la isla, con 25.000 habitantes). “Anoche estaba viendo la televisión y el cabecero comenzó a temblar otra vez. Este demonio no se acaba”. La erupción en sí ha culminado, recalca María José Blanco, directora del Instituto Geográfico nacional (IGN) en Canarias. “Pero el proceso volcánico sigue su curso dentro de la normalidad”. Y esta normalidad, explica, incluye entre otros aspectos una sismicidad “de baja magnitud, cada vez menos frecuente y cada vez menos sentida por la población”.
Porque a La Palma parece haber regresado esa tranquilidad tan característica. Pero apenas es una fachada. Estefanía Martín es la psicóloga referente del punto de atención única al ciudadano en la localidad de Argual (Los Llanos de Aridane). Alerta del efecto que puede tener la falta de ayudas en la población. “Muchas personas presentan cuadros de ansiedad, tristeza y síntomas depresivos”, explica en conversación telefónica. “Sobre todo las que aún no cuentan con respuesta por parte de la Administración. Tienen la impresión de que no se tiene en cuenta su dolor”.
Las administraciones aseguran por su parte que trabajan contrarreloj para aliviar la situación de los palmeros. “La clave de estos tres meses sigue siendo la unidad y el trabajo”, recalca el presidente del Cabildo, Mariano Hernández Zapata. “Nunca se ha trabajado tan rápido y de forma tan efectiva en ninguna otra catástrofe”, completa Sergio Matos, exalcalde de Santa Cruz de La Palma y coordinador de Acción Social en la Oficina de Atención a Damnificados por el volcán. “¿Queda mucho por hacer? Por supuesto. Pero el balance es positivo. Tenemos que empujar entre todos”.
“A pesar de que en La Palma no es fácil encontrar viviendas vacías y en buen estado”, recalca el consejero de Obras Públicas, Transportes y Vivienda, Sebastián Franquis. “La atención a las personas desalojadas ha sido una de las prioridades de esta Consejería”.
Las administraciones habían entregado hasta el jueves pasado 365,56 millones de euros en ayudas: 163,9 millones en materia de vivienda, 79,6 millones para emergencia social y 54,5 millones a apoyo al empleo y empresas, autónomos y sectores económicos, según el informe facilitado por el Gobierno de Canarias. La oficina de atención ha recibido 5.796 solicitudes, cuyo trámite ya ha sido iniciado en al menos el 90,5% de los casos. El número de viviendas entregadas ronda el centenar. Pero los daños aún son muy visibles. Y los afectados, demasiados.
Limpieza. “Lo único que quiero yo es recuperar mi casa”
El destino y la orografía han querido que Vicente Leal (60 años) sea el propietario de la que, con toda seguridad, es la casa en pie más cercana a la erupción, en la localidad de Las Manchas. A apenas 20 metros de las paredes, una lengua de lava sirve de recordatorio del infierno en que durante semanas se convirtió aquel paraíso adquirido en 1991. Y unos seis metros de altura de cenizas le recuerdan a diario al propio Leal el trabajo que le queda para que esa vivienda pueda volver a ser calificada como tal.
“Me enamoré de este terreno cuando era pequeño, cuando acompañaba a mi padre a sus paseos por la zona”. Su trabajo como técnico de la Administración y experto en logística y transporte le permitió adquirirlo, y, lentamente, convirtió aquel erial y aquel pajero en una casa con un estudio aledaño. “Mira las vigas de morera, 200 kilos cada una, que subimos una a una entre dos”, señala orgulloso en el exterior de la casa.
El 19 de septiembre, como a tantos otros, su vida le cambió. “En ese momento se me vino todo abajo: mi vida, mis perspectivas”. Había abandonado la empresa y esperaba convertir el inmueble en una villa turística. “Ese era mi plan de vida”, se lamenta.
Las Manchas se convirtió en el epicentro de la zona de exclusión. La zona mutó en escenario distópico poblado de casas abandonadas a toda prisa y cubiertas por un nuevo inquilino indeseado: las cenizas. Un esfuerzo titánico ha devuelto algo de esplendor a esta pedanía. Esfuerzo de gente como Leal, quien pasa sus días en la finca, retirando ceniza. Una labor de limpieza que no abandonó durante la erupción, sobre todo para evitar que el peso provocase un desplome. “Quien me dice que no voy a ser capaz de limpiar todo esto es porque no me conoce”, asegura mientras posa orgulloso ante las cámaras.
El futuro, sin embargo, vuelve a constituir una incógnita. “Yo quiero recuperar mi casa”, exclama. “Eso que lo tenga claro todo el mundo. Pero si termino convirtiéndome en otra víctima y los estamentos públicos no me dejan vivir ahí y hay que legar la casa a los palmeros, lo que sí quiero es una compensación para mí y para mis vecinos acorde a la ubicación y al gasto enorme que hemos tenido todos estos años”. Y concluye: “Yo estoy cercano a la jubilación. Solo quiero que mis hijos puedan vivir sin los sinsabores de la vida que he tenido que tragar yo”.
Agricultura. “Las campañas quedan bonitas por la tele. Aquí estamos jodidos”
“Los agricultores palmeros nos hemos encontrado una situación que no esperábamos: ni en intensidad, ni en duración. El volcán nos ha aplastado emocionalmente”. Habla Juan Carlos Rodríguez, Juanki, un agricultor “batallador” de 46 años. Perdió el 95% de la finca de hectárea y media que tenía por culpa de la ceniza. Pero son las trabas burocráticas y las decisiones de los responsables políticos los que ocupan la mayor parte de sus preocupaciones. Sobre todo el agua. “La desaladora que instalaron no ha servido para nada”, denuncia en una cafetería entre El Paso y Los Llanos. “¿Por qué no hicieron nada para poner una tubería que pasase por Fuencaliente, o en otra zona, lo que habría salido más barato y habría sido más eficiente?”.
El volcán se llevó por delante 370,07 hectáreas de cultivos. Destaca, por supuesto, el cultivo de plátano: 228,7 hectáreas de plantación inutilizadas. El cultivo de plátano ocupa el 43% de las 6.943,6 hectáreas de la superficie agrícola en producción de una isla que es la segunda de Canarias por producción, con un 32,4% del total. En 2020 se exportaron 144.302 toneladas de esta fruta. Eso supone ingresos por unos 135 millones de euros. La Asociación de Organizaciones Productoras de Plátano de Canarias (Asprocan), presidida por el palmero Domingo Martín, reclamó esta semana a la ministra de Justicia, Pilar Llop, entre otras cuestiones, que se les reasigne una superficie, al menos equivalente a la que perdieron, con el objeto de poder retomar la actividad productiva.
“Trabajamos de la mano del Gobierno canario para recuperar las plataneras”, ha prometido el presidente del Cabildo insular, Mariano Hernández Zapata. Pero Juanki Rodríguez es pesimista. “La zona de exclusión se ha perdido por completo”, afirma. Quizás se pueda recolectar entre un 5% y un 7%”. Asegura que mantiene el espíritu de lucha, pero admite que las iniciativas “quedan muy bien en la televisión” cuando las anuncian los políticos. “Pero los que estamos aquí estamos jodidos”.
Hostelería. “Si no tenemos ayudas se van a quedar muchos por el camino”
Eulalia, Laly, Villalba (57 años) es la propietaria de El Bucanero, en Puerto Naos. Antes de la pandemia, este era uno de los pocos locales en los que se ofrecía música en vivo casi a diario. “Para reabrir tras la covid tuve que invertir todos los ahorros que tenía entonces, dado que la inactividad y la humedad destrozaron el interior”. Villalba vio cómo la facturación crecía durante el verano. “Teníamos unas previsiones fantásticas para el invierno. Hablaba con los turoperadores y me decían que estaban a tope. Y, de repente, vino el volcán”.
La acumulación de gases ha hecho que Puerto Naos siga inhabitable seis meses después. Y, mientras tanto, Villalba se las compone para pagar el alquiler y la educación de su hija, ya en la universidad. “Sobrevivo como puedo gracias a las ayudas de Cáritas y de la Cruz Roja”, explica en conversación telefónica. Ni siquiera las ayudas le permiten despegar. “Tanto las sociedades como las pequeñas empresas que tributan por estimación directa se han beneficiado de las ayudas del Gobierno de Canarias a través de la Cámara de Comercio. Pero a los que tributamos por módulos nos han dado ayudas muy pequeñas. Hemos presentado un recurso”.
La Palma no se ha recuperado del golpe. Con apenas 30.680 pernoctaciones en febrero, la isla se desploma respecto a 2019, según los datos de la patronal Ashotel. Su tasa de ocupación apenas alcanza el 27%. “Estamos yendo semana a semana”, confiesa Carlos García Sicilia, propietario de la Hacienda de San Jorge, en la Playa de Los Cancajos (Breña Baja, en el este de la isla). “Nuestros principales clientes son alemanes, y las cosas no van bien”, explica. “Empezamos con la covid, cuando salíamos llegó el volcán, en marzo llegó la guerra… es una cosa bastante complicada”.
Laly Villalba es una persona muy conocida en la isla. Y ella quiere que eso siga así. “Muchos se han ido de aquí”, explica, “pero yo no me quiero marchar. Si no tenemos ayudas se van a quedar muchos por el camino”.
Vivienda. “Cuando cierro los ojos, me imagino la lava comiéndose mi casa”
Lourdes Armenia López, Meñi (46 años), vivía con su padre de 79 años y su hijo de 11 en una casa junto a la carretera que unía La Laguna con Todoque. Fue desalojada aquel 19 de septiembre y nunca volvió a dormir en ella. “Sigo pasando momentos muy difíciles”, explica en el colegio de su hijo. López vivía de alquiler, por lo que apenas tiene derecho a una ayuda del Gobierno de Canarias prevista para 36 meses que cubrirá la diferencia entre lo que pagaba antes de la erupción y lo que ha de pagar ahora. El presidente del Cabildo palmero, Mariano Hernández Zapata, asegura que la vivienda es “la principal clave y prioridad absoluta de la reconstrucción”. La pasada semana, el Gobierno canario anunció una ayuda adicional de 30.000 euros para las personas que han perdido su vivienda principal, a la que se sumarán otros 10.000 euros de ayuda directa a cargo del Cabildo. Estas dos aportaciones complementarán los 60.000 del Gobierno de España. El ritmo, sin embargo, exaspera a los palmeros.
“Fuimos capaces de comprar 104 viviendas que ya se han entregado a los que perdieron su hogar”, recuerda en este sentido el consejero de Obras Públicas, Transportes y Vivienda, Sebastián Franquis, quien asegura ser consciente de que con estas compras no se iban a cubrir todas las demandas, por lo que se adquirieron otras 121 viviendas modulares que ya se están instalando en los municipios afectados.
Meñi López era cuidadora, pero se quedó sin trabajo cuando la mujer a la que atendía perdió su casa bajo la lava del volcán. Ha encontrado un empleo temporal en la asociación Tierra Bonita, creada para gestionar las donaciones de particulares. “He tirado adelante gracias al apoyo de la Cruz Roja”, asegura. Y confiesa: “A veces, cuando cierro los ojos, me imagino la lava comiéndose mi casa... Y eso que nunca vi la escena”.
Educación. “Hay heridas entre el alumnado”
El volcán no tuvo miramientos con los centros escolares. Su lava engulló los colegios de Los Campitos y Todoque (Los Llanos de Aridane), que fueron realojados en un colegio bautizado como Princesa Arecida. Otro tercer centro, el de Puerto Naos, permanece cerrado por la acumulación de gases. El centro que dirigía Mónica Viña (51 años) en La Laguna también terminó devorado por las coladas. Todas las aulas estaban en una sola planta, dentro de pequeños bloques que se comunicaban con pasillos al aire libre, y era referente de innovación educativa de la isla, sobre todo por su proyecto de Educación Emocional ―una asignatura obligatoria en Canarias desde el año 2014―. El colegio cerró sus puertas el 24 de septiembre y sucumbió a mediados de octubre.
Por eso, Viña y su equipo montaron un segundo CEIP La Laguna en el Centro Cultural El Retamar en Los Llanos de Aridane, en el que ahora dan clase a 150 niños. “Los niños recuerdan el anterior centro y aseguran que su otro colegio era mejor, más bonito”, recuerda con una sonrisa en las nuevas instalaciones. “Hay heridas, también en el alumnado más pequeño, de los que solemos creer que no se ven tan afectados”.
Entre lo bueno que ha traído la desgracia se encuentra la solidaridad de otros colegios por toda España. “No dejamos de recibir cartas, regalos, dibujos”, cuenta emocionada mientras abre cajas con correspondencia que poco a poco va contestando. Agradece también la labor de la Consejería de Educación, que “ha puesto bastantes recursos de psicólogos y pedagogos” y que acaba de comunicar que en un futuro, cuando la lava lo permita y se construya el nuevo centro, volverán a su antigua localización. “Para nosotros es fundamental”, recalca. “La vida del barrio no se puede perder”.
Infraestructuras. “Nos ha matado el corte de la carretera a Los Llanos”
Antonio Gabrieli es un romano que acaba cumplir 70 años y que, pese a los 18 años que lleva en Canarias, todavía no domina el castellano. En 2004 dejó su empresa textil (”queríamos vivir una vida nueva”) y se asentó en Mogán (sur de Gran Canaria), donde, con ayuda de su mujer y sus dos hijos, montó la pizzería La Cantina del Gladiatore. Hace siete años visitó La Palma, y decidió hacer las maletas y volver a cambiar de vida en Los Canarios (municipio de Fuencaliente).
Hasta el 19 de septiembre, se podía llegar a su local desde el principal centro urbano de la isla (Los Llanos de Aridane) en apenas media hora. El corte de 2,3 kilómetros de la LP-2 entre ambas localidades ha convertido este trayecto en un periplo de al menos una hora. “Yo al menos estoy trabajando, aquí hay gente muriendo”. La lava reina a su vez sobre otras arterias clave, como la carretera de la costa, que ha perdido 1,6 kilómetros vitales para conectar a las fincas plataneras del suroeste.
“Recuperar la LP-2 es de vital importancia para reestablecer la comunicación entre el norte y el sur de la isla”, admite el consejero de Obras Públicas, Transportes y Vivienda, Sebastián Franquis. “Para nosotros esta es una de las carreteras más importantes ya que la lava ha sepultado 2,6 kilómetros de la misma partiéndola por la mitad. Por eso se están estudiando nuevos trazados para recuperarla”.
El corte de infraestructuras y el cierre de Puerto Naos “va a matar a la isla”, sentencia. Acelera aún más su mezcla de castellano e italiano cuando recuerda la multa de 3.000 euros que la Seguridad Social le ha comunicado esa misma mañana. Hace unas semanas, una inspectora se presentó en la pizzería mientras él y su mujer hablaban con un potencial comprador del local, que intentan traspasar. La funcionaria asegura que Gabrieli tenía el local abierto, con un cliente, y no estaba cotizando. “El Gobierno te quita, no te ayuda”, explica indignado. “¿Tras dos años de covid y uno de volcán me vienes a multar por algo que no he hecho?”. Y sentencia: “No hay voluntad política de arreglar las cosas. Solo hablan. Y mientras, la gente aquí no tiene trabajo: el local de al lado está bajo mínimos, si trabajan uno o dos días es mucho ya”.
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