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¿Sigue siendo el número de contagios el mejor termómetro en este punto de la pandemia?

España es el tercer país de la UE con mayor incidencia acumulada pero, protegida la población más vulnerable, tiene la menor tasa de muertes reportadas por millón de habitantes en 14 días entre los Estados grandes

Vacunacion Covid Madrid
Imagen de los exteriores del punto de vacunación masiva del Wizink Center en Madrid, que desde el jueves comenzó a vacunar también en horario nocturno.Zipi (EFE)
Pablo Linde
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Is the number of coronavirus cases still the best measure of the pandemic?

La incidencia acumulada (IA), la tasa de contagios de coronavirus por 100.000 habitantes —normalmente medido en 14 días— se convirtió en octubre del año pasado en el termómetro de la pandemia para el común de los ciudadanos. Durante los primeros meses se hacían tan pocas pruebas, solo a los pacientes más graves, que era una estadística de escasa validez. Conforme se refinó la sensibilidad para diagnosticar, los epidemiólogos prestaron cada vez más atención a este indicador, pero no fue hasta que el Ministerio de Sanidad publicó su semáforo para medir riesgos cuando los españoles empezaron a hacerse una idea de que una IA de 500 es alarmante y una de 50 o menos, esperanzadora.

España ha alcanzado este viernes los 152 casos por 100.000 habitantes en los 14 últimos días, lo que sitúa este indicador, de nuevo, en “riesgo alto” después de una lenta caída que comenzó a finales de abril. Pero, con la gran mayoría de la población vulnerable vacunada, esta cifra ya no se puede leer de la misma manera que hace unos meses. En el semáforo de Sanidad, aunque la IA a 14 días siempre fue el dato que acaparó los focos, no dejaba de ser uno más de los ocho principales y una veintena de secundarios que había que examinar para calificar el riesgo de un territorio. Otros medían, por ejemplo, hasta qué punto afectaban los contagios a la población mayor y cómo se conjugaba con la presión asistencial en los hospitales, indicadores que ahora ganan más protagonismo para dibujar la peligrosidad de la epidemia. Y estos no suben tanto o están a la baja.

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Pedro Gullón, de la Sociedad Española de Epidemiología, considera que probablemente “siempre fue un error” atender solo a la IA. “Desde mayo, cuando la capacidad de detección mejora mucho hasta principios de este año era un indicador muy bueno, porque era muy estable y muy fácil para comparar ciertos momentos y el crecimiento de la transmisión. Según avanza la vacunación ya no tiene el mismo significado, porque no se traduce igual a hospitalizados y fallecimientos. Ahora es más útil mirar a otras estadísticas, como las incidencias en grupos de edad, ocupación hospitalaria, positividad o mortalidad”, afirma.

Según las cifras del Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés), España es el tercer país de la Unión Europea con mayor incidencia acumulada de la UE, solo por detrás de Portugal y Chipre. Pero tiene la menor tasa de muertes reportadas por millón de habitantes en 14 días entre los Estados grandes (5,75), por debajo de Francia (8,57), Italia (7,88) o Alemania (11,04), esta última con una incidencia acumulada casi 10 veces menor. Alex Arenas, físico y experto en datos de la Universitat Rovira i Virgili, advierte de que este indicador puede ser engañoso, ya que España suele notificar tarde las muertes, que se reflejan a posteriori en las estadísticas de exceso de mortalidad del INE. Pero, aun así, la diferencia con otros países es tal (si se comparan cifras de contagios y muertes) que otros expertos creen que quiere decir algo más.

Gullón lanza varias hipótesis que pueden explicar estas diferencias: la capacidad de detección en España podría ser mayor que en otros países; en el país ha fallecido mucha población vulnerable, y esas personas no pueden volver a morir (es lo que se denomina el efecto cosecha, que en otros lugares puede ser menor); la estrategia de vacunación en España por grupos de edad ha sido de las más efectivas de Europa y, por último, la incidencia creciente es muy reciente, por lo que todavía no tiene traducción a los fallecimientos (pasa un tiempo desde que una persona se infecta hasta que empeora y fallece), más allá de que afecte a población muy joven. “Probablemente esté actuando un poco de cada una de estas hipótesis”, señala Gullón.

Pero la clave para que esta ola —si es que se puede denominar así— no sea como las anteriores es la vacunación. España es uno de los países que más estrictamente ha priorizado a las personas más vulnerables, con la edad como principal criterio. En Alemania, por ejemplo, comenzaron vacunando a los mayores de 80 y a quienes vivían en residencias, pero a partir de ahí se desordenó el proceso, informa Elena G. Sevillano. Aunque no eliminó oficialmente la prioridad hasta el 7 de junio, en realidad los médicos de cabecera llevaban casi dos meses vacunando en sus consultas privadas a quienes consideraban oportuno, de forma que muchos jóvenes sin patologías consiguieron las dosis antes que mayores de 60 o trabajadores de sectores esenciales. Recibir el pinchazo dependía más de la habilidad de los ciudadanos para conseguir cita que del año de nacimiento. Esto puede explicar, al menos en parte, que la tasa de mortalidad sea allí superior que la española. Aunque, como recuerda Ildefonso Hernández, de la Sociedad Española de Salud Pública (Sespas), si en España va a haber muertes tardarán todavía en verse.

Lo que ya queda expuesto es la presión sobre la atención primaria, un indicador que no tiene en cuenta el semáforo de Sanidad. La atención de los jóvenes, normalmente con una enfermedad leve o asintomática, recae en ellos al mismo tiempo que tienen buena parte de la responsabilidad de la vacunación. Y va más allá. Hernández subraya que “toda la atención que le prestan las consejerías de Sanidad a la epidemia no se la están dando a otros problemas y eso se notará con el tiempo”.

Los expertos consultados tienen claro que ahora no se puede luchar contra la expansión de casos como se hacía antes de que comenzase la vacunación. Las medidas generalizadas para toda la población después de año y medio de restricciones que han golpeado brutalmente al país social y económicamente tienen ahora que buscar otro enfoque para reducir la transmisión entre la población donde se propaga el virus. “Ahora hay que utilizar medidas muy concretas”, dice el portavoz de Sespas. Hay que hacer “cribados masivos alrededor de los casos, buscar focos, como pueden ser el ocio nocturno, que algunas ciudades ya están cerrando. Son limitaciones específicas, pero que en algún caso tendrán que ser intensas”, añade.

Además, el aumento de la transmisión del virus entre jóvenes, aunque ellos no enfermen gravemente, puede tener otras repercusiones: se multiplicarán los casos de covid persistente (por el mero hecho de haber más contagios), las posibilidades de mutación del virus a variantes más infecciosas y resistentes crecerá, así como la consabida saturación de la atención primaria y las posibilidades de contagiar a los mayores, estén o no vacunados. Entre los protegidos, las posibilidades se reducen mucho, pero no son cero. Y la mitad de los sexagenarios ha recibido solo una dosis, ya que en su mayoría están siendo inoculados con AstraZeneca, cuya separación entre pinchazos es de hasta 12 semanas. Algunas comunidades están acortando este plazo hasta 10 semanas, o incluso menos, para acabar de inmunizar a este grupo y salvaguardarles de la variante delta, que aunque responde bien a la pauta completa, es más infectiva que la alfa entre quienes solo han recibido una inyección.

El crecimiento de la incidencia acumulada tiene también otras repercusiones, se refleje o no en hospitalizaciones o fallecimientos. En el mapa europeo de riesgos España se está tiñendo de rojo en plena temporada turística, lo que puede perjudicar al turismo. Alberto Infante, profesor de Salud Internacional de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto Carlos III, subraya que esta estadística mide el riesgo de infectarse para las personas que vienen de fuera y valores tan altos pueden echar para atrás a los visitantes y sus gobiernos. Algunos, como Reino Unido, vetan a los que tienen IA elevadas y otros, como Alemania, han anunciado que lo estudiarán.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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