Segunda ola de coronavirus en Argentina: sistema sanitario al límite y médicos exhaustos
Los profesionales de la salud exigen mayores restricciones a la circulación para frenar el aumento de casos, pero chocan con una importante resistencia social
Más de una veintena de personas con síntomas leves de covid-19 hacen fila para hacerse la prueba frente a una tienda de campaña instalada en el jardín colindante al Hospital Mariano y Luciano de la Vega de Moreno, 36 kilómetros al oeste de Buenos Aires. La media de edad ronda los 40 años, pero hay también un par de niños acompañados por sus madres. Los test comienzan a las 07:30 de la mañana y tres horas después ya se han repartido los 180 turnos diarios disponibles. “No hay más insumos, tendrán que volver mañana”, repite la enfermera a cargo de las pruebas a quienes se acercan a preguntar. “Cuando llegue el frío posta esto va a colapsar”, augura uno de los que se ven rechazados.
En este hospital centenario, que antes de la pandemia era el único para una población de cerca de 600.000 personas, se acaban de acondicionar dos nuevas salas para recibir pacientes graves de coronavirus. La ocupación de camas de terapia intensiva es del 80%, un límite crítico. En el hospital modular abierto el pasado junio sólo para casos de covid, la ocupación es del 50%. En la puerta de urgencias hay colgados carteles que piden mantener distancia, usar mascarilla y recuerdan que desde el 16 de abril están suspendidas las visitas de familiares —salvo casos excepcionales autorizados— ante el rápido aumento de casos registrado en esta segunda ola en Argentina.
En la última semana, el promedio de nuevos contagios en el país ronda los 20.000 diarios. Están por debajo de los 23.000 que había tres semanas atrás, cuando comenzó a regir el toque de queda nocturno y otras medidas decretadas por el Gobierno de Alberto Fernández, pero aún por arriba del pico de la primera ola, registrado el pasado invierno austral. Las restricciones han dividido a la población argentina y han enfrentado al Ejecutivo nacional con la oposición por la presencialidad educativa, pero entre el personal médico hay consenso: existe un riesgo real de colapso sanitario y hay que restringir aún más la circulación de personas para evitarlo.
“La nueva ola es mucho más contagiosa y mucho más letal. La circulación de las cepas de Manaos y la británica en el Amba [Área Metropolitana de Buenos Aires] es un hecho y está demostrado estadísticamente que la cepa brasilera, por ejemplo, ha matado en su región en tres meses lo que antes en un año. Nosotros lo vemos todos los días, casos más agresivos, en personas jóvenes, muchas de ellas sin factores de riesgo conocidos”, escribió el director del Hospital de Moreno, Emmanuel Álvarez, en una carta pública que se viralizó.
Médicos agotados
Días después, sentado en su despacho, Álvarez confirma la preocupación por el aumento de casos con los que tiene que lidiar un equipo de profesionales que está exhausto. “El personal de salud, del año pasado a este nunca ha parado y está muy cansado. Estamos trabajando con una gran carga horaria porque, al haber mayor necesidad de recursos humanos, la gente trabaja en distintos lugares o suma horas. Llegamos al punto en el que ya no se pueden sumar más recursos humanos. Por más que quisiéramos meter tres hospitales más, no hay gente”, explica.
“Los médicos tienen una carga laboral de 36 horas semanales. Pero los hay que están trabajando 48, 72 o hasta 96 horas. Ese es el límite. Enfermería igual, es un recurso muy escaso y suelen trabajar en dos o tres lugares para poder llegar a fin de mes”, continúa Álvarez. En el primer año de pandemia, más de 78.000 profesionales de la salud se contagiaron de covid-19 en Argentina y casi 500 murieron.
La campaña de vacunación ha disminuido de forma drástica los casos, pero aún así quienes están en la primera línea de la batalla contra el coronavirus se desesperan ante la falta de acatamiento de las medidas decretadas por el Gobierno. “Hace un mes di un paso al costado de los hospitales y me quedé en un vacunatorio, porque la pandemia me afectó mucho física y emocionalmente. Es muy duro ver cómo la gente muere. Cuando sales a la calle después de trabajar tantas horas y ves que nadie se cuida pensás si tiene sentido jugarse la vida”, comenta Juan, quien se tituló como enfermero hace tres años y prefiere no dar su apellido.
“Un enfermero que ingresa cobra unos 30.000 pesos (300 dólares) y el alquiler de un departamento chico es de 25.000 (250 dólares). Con un solo trabajo no podés vivir”, explica Juan. Una colega se echó a llorar después de la muerte de una paciente de 39 años que dejaba huérfanos a dos bebés y otro aseguró que lo quería dejar todo e irse a vivir al campo. “Las nuevas cepas están matando a personas mucho más jóvenes. El año pasado, vi fallecer a adultos mayores que eran grupo de riesgo, pero hoy todos somos grupo de riesgo y el tiempo en el que mata el virus es mucho menor. A veces no llegan siquiera a ingresar en terapia”, agrega Juan.
El duro aislamiento vigente durante los primeros meses de la pandemia en Argentina dio tiempo a fortalecer el sistema de salud argentino y evitar su colapso generalizado. En la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, se pasaron de 883 camas de terapia intensiva en el sector público a 2.279. Sin embargo, el cierre fue letal para la economía: en 2020 el PIB argentino se desplomó un 9,9%. El Gobierno tiene hoy mucho menos margen social y económico que un año atrás para imponer un aislamiento tan estricto. Desde el sector de la salud piden que, al menos, se contemple un cierre durante períodos cortos para impedir una tragedia sanitaria este invierno. Hasta la fecha, 3,1 millones de personas se han contagiado de coronavirus en Argentina y 67.821 han fallecido.
“La mayoría de la población tiene comportamiento relajado e inaceptable y lo único que nos queda para disminuir el daño es medidas restrictivas de forma inmediata”, advierte Arnaldo Dubin, jefe de terapia intensiva del sanatorio Otamendi de Buenos Aires. “Afortunadamente el oxígeno no ha faltado, el Gobierno ha aplicado medidas a tiempo, pero la situación es grave. Hay pacientes que se pasan horas deambulando en ambulancias o en sus casas antes de ser internados y algunos son atendidos fuera de terapia intensiva, por personal que no es el idóneo. Respiradores y camas se compran fácilmente, pero formar a un médico intensivista demora cuatro años”, subraya.
El coronavirus es la mayor de las preocupaciones del personal sanitario argentino, pero no la única, porque al aumentar la circulación, las urgencias volvieron a llenarse de heridos por accidentes de tráfico y enfrentamientos. Con la llegada del frío, se espera también un aumento de infecciones respiratorias que el año pasado casi no estuvieron presentes, como bronquiolitis y neumonías, que generan una mayor ocupación de camas. “La vacunación va a tener un impacto positivo en los casos más graves y en la población mayor de 70 años, pero no es suficiente. El promedio nacional de vacunados es del 14% y en menores de 60 años es aún más bajo”, advierte el infectólogo Javier Fariña, uno de los asesores gubernamentales. Preocupan las nuevas variantes, más contagiosas y se observa un viraje hacia personas más jóvenes. Esta situación puede generar una tormenta perfecta si se asocia con las bajas temperaturas”, concluye.
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