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Crónica de la cuarentena por el coronavirus | Día 9: Una boina china sobre Madrid

La cuarentena permite recuperar hábitos como contemplar el cielo: su color guarda muchas similitudes con aquellos que los 21 repatriados españoles han dejado atrás

J.S.

“8. Si en algún momento precisan de apoyo psicológico informen al personal de enfermería”.

La cuarentena ofrece la oportunidad de recuperar pasatiempos que pertenecen a la infancia –“la verdadera patria” de Rilke– como el de estudiar el cielo: una regresión a una época en la que, al igual que estos días, no existía la prisa. La bruma compone esta mañana un gris pálido y uniforme al otro lado del cristal. Esta capa no es tan densa como la polución de Pekín, un manto pesado que a menudo engulle la ciudad. Aquí todavía pueden divisarse los edificios más lejanos.

Echo mano al móvil para retomar un segundo hábito. Se trata de una rutina diaria en la capital china, quizá lo primero que hago al despertar, a la cual nunca pensé recurrir en España: consultar la calidad del aire. El medidor instalado en la Puerta del Sol marca 82, “moderado”. Unos puntos más y en la cotidianeidad pequinesa optaría por cancelar mi carrera matutina. “La calidad del aire es aceptable. Sin embargo, la presencia de algunas partículas contaminantes puede representar un riesgo moderado para un reducido número de personas que en condiciones normales no serían sensibles a la polución atmosférica”, detalla la interfaz de mi página web de referencia. Al alcanzar 100, la categoría pasa a “dañino para grupos especiales”. A partir de 150, “dañino” a secas.

Con cada vuelta a casa, uno de los más esperados reencuentros es el que me devuelve un cielo azul. Así lo encontré el primer día: secándose terso al sol como recién salido de la lavadora, todavía con olor a jabón. Sobre él se dibujaban hermosas nubes rollizas de un blanco exuberante. En Pekín, ni siquiera en los días más despejados hay cielos o nubes así. Los niños chinos lo tienen más complicado para excitar su imaginación al mirar hacia arriba.

Recuerdo una escena de Qiongding zhixiaBajo la cúpula–, un documental independiente sobre el medioambiente en China dirigido por la periodista Chai Jing. Este trabajo fue visto 300 millones de veces en la primera semana tras su estreno, antes de caer en las fauces de la censura y desaparecer casi del todo. En una escena, Chai entrevistaba a una niña pequeña de la provincia de Shanxi, una de las más contaminadas del país. “¿Alguna vez has visto las estrellas?”. La pequeña sacude la cabeza con un gesto firme pero rápido, casi imperceptible. “No”. La periodista sonríe y se dirige a ella de nuevo. “¿Y un cielo azul?”. “Una vez vi uno un poco azul”. No hay tristeza, nostalgia ni rencor en sus palabras: le pregunta por cosas que no conoce. “¿Y las nubes blancas, las has visto?”. “No”.

Al tercer día tuve la ocasión de presentar mis respetos a la boina que cubre Madrid. Pude comprobar que su estilo es pequinés, aunque made in Spain. “En cuanto no hay viento aparece”, me contaba una de las enfermeras. En China, el Gobierno ha convertido la lucha contra la polución atmosférica en una de sus prioridades y en los últimos cinco años la calidad del aire en un día medio en la capital ha mejorado un 35%, de 127 en 2014 a 82 en 2019. En Madrid, en cambio, las autoridades locales todavía no han reaccionado: al fin y al cabo, “nadie ha muerto de eso”, aunque sea mentira. Las mascarillas, que no solo protegen contra el coronavirus, quizá hayan llegado para quedarse.

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