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La crisis del coronavirus
Columna
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Gradualidad o cortocircuito

Algunos expertos defienden que un confinamiento total durante 15 días cada cierto tiempo tendría menos costes

Milagros Pérez Oliva
Manifestación para protestar contra las medidas de confinamiento en Londres, este sábado.
Manifestación para protestar contra las medidas de confinamiento en Londres, este sábado.HENRY NICHOLLS (Reuters)

Políticos y expertos de toda Europa sienten estos días la frustración de ver que, pese a las medidas de contención adoptadas, el virus no solo sigue expandiéndose sino que está acelerando la velocidad de reproducción: cada vez es más corto el periodo necesario para doblar el número de casos y el aumento de los ingresos hospitalarios amenaza con colapsar de nuevo los sistemas sanitarios. En medio de esta desazón se abre paso un debate, que tiene su epicentro en el Reino Unido, sobre cuál es la mejor estrategia a partir de ahora. Lo que se debate es el dilema de elegir entre continuar una estrategia gradual de restricciones progresivas con la menor afectación posible de la economía, o cortar por lo sano con una medida de choque contundente que frene en seco su expansión: un confinamiento total de dos semanas. Es lo que los expertos que lo proponen han bautizado como la estrategia del cortocircuito (circuit-breaker).

La primera opción, la gradual, está demostrando ser una agonía y hasta ahora sus resultados son decepcionantes. Incluso la virtuosa Italia, que hizo una desescalada mucho más prudente e inteligente que la nuestra, ha visto cómo se disparaban las cifras de contagios en los últimos días. En nuestro caso plantea además problemas de cobertura jurídica y de coordinación. La gran variedad de medidas adoptadas, los constantes titubeos, las contradicciones y correcciones han sumido a la población en un estado de confusión que hace más penoso el cansancio. A la ciudadanía le pasa como a ese enfermo que recibe mensajes contradictorios de los médicos que le tratan y ha de seguir un duro tratamiento de fármacos y restricciones. Cuanta mayor confusión y desconfianza, menor será su adherencia al tratamiento.

La estrategia de la gradualidad plantea además un grave problema: si no resulta efectiva, acaba abocando a un confinamiento duro y prolongado. Madrid no hizo nada en verano y los contagios se dispararon. Cataluña confinó perimetralmente y contuvo el virus, pero al final los contagios también se han disparado. Cuando se alcanza cierta masa crítica de contagios diarios, el sistema de rastreo y control de contactos se colapsa y todos los recursos disponibles son requeridos para atender la patología. Cuando los niveles de contagio son bajos, es más fácil controlar los brotes. Esa sería una de las ventajas de la otra opción, la del cortocircuito. Esta estrategia consistiría en la planificación anticipada de un cierre total cada cierto tiempo (cada dos-tres meses, por ejemplo) o cuando se alcance un determinado umbral de contagios. Se trata de aplicar un confinamiento total y de corta duración, de manera que tanto la sociedad como la economía puedan reponerse rápidamente. Ya hay algunas iniciativas: Irlanda del Norte lo aplica desde el 16 de octubre y Gales desde el 23. Pero no hay experiencia comparada, aunque sí algunos datos a tener en cuenta: Israel decretó el 29 de septiembre un confinamiento duro de tres semanas y ha pasado de 9.075 casos confirmados ese día a 1.143 el 23 de octubre. Con el sistema gradual, mientras tanto, en las mismas fechas Francia ha pasado de 12.730 a 41.800 casos; el Reino Unido de 3.539 a 20.531 y Alemania de 1.630 a 14.714. Graham Medley, profesor de la School of Hygiene and Tropical Medicine de Oxford, ha hecho un estudio en base a modelos sobre qué ocurriría, con los datos actuales, de aplicar un cortocircuito de 15 días en el Reino Unido. Calcula que reduciría la mortalidad estimada a final de año de 79.000 casos a 39.000.

Ahora está ya claro que cuanto más se tarda en decretar restricciones, más velocidad coge el virus y al final, más duro y más largo ha de ser el confinamiento. Si, como parece, cada vez que bajamos la guardia el virus se expande de nuevo y no podemos confiar en tener una vacuna capaz de frenarlo antes de un año y medio o dos, la estrategia del cortocircuito podría tener ventajas. Entre ellas la previsibilidad. Los defensores de probarlo señalan que reduciría el impacto económico y social, pues podría hacerse coincidir con las vacaciones escolares, permitiría a las empresas y particulares una mayor planificación y tendría un coste emocional mucho menor.

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