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Paciencia y dudas en el confinamiento eterno de Íscar y Pedrajas

El virus aísla por quinta semana, repartidas entre agosto y octubre, a estos municipios vallisoletanos, de los que solo se puede entrar o salir por motivos justificados

Un guardia civil en Pedrajas (Valladolid).
Un guardia civil en Pedrajas (Valladolid).Javier Álvarez
Juan Navarro

El portón metálico del instituto de Pedrajas de San Esteban (Valladolid, 3.300 habitantes) chirría y se cierra de un golpetazo. El viento azota este lugar prácticamente fantasmagórico el domingo por la tarde. Han pasado apenas unas horas desde que el polideportivo alojara un cribado con test de antígenos a 800 personas de las familias locales. La Consejería de Sanidad de Castilla y León intenta detectar nuevos casos del coronavirus. Ahora la calle se encuentra casi vacía, tan solo transitada por unos niños en bicicleta y algún paseante con sus perros. Tanto este pueblo como el contiguo, Íscar (6.300 vecinos), han pasado por sendos confinamientos: dos semanas a principios de agosto y otras dos, camino de la tercera, entre septiembre y octubre. Pero la enfermedad se resiste. Marisol Santos, vecina de Pedrajas que pedalea en una bici roja sin olvidarse de la mascarilla, se resigna: “Habrá quien proteste, pero no queda otro remedio”.

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Una pareja de guardias civiles que patrulla por Pedrajas afirma que se van turnando para controlar los accesos y vigilar que se cumplan las pautas sanitarias. Este domingo encuentran poco jaleo. Víctor Sanz, un joven de la localidad, expresa el “cansancio” del pueblo pero asume que pocas alternativas parecen mejores: “Yo creo que es lo que tienen que hacer”. Sanz no se explica cómo han crecido los contagios aunque su municipio lleve semanas con “mucha menos actividad”. La incidencia acumulada en la zona básica de salud que abarca a Íscar y Pedrajas suma 1.275 casos por 100.000 habitantes en las últimas dos semanas, la mitad que hace siete días pero todavía muy por encima de los umbrales acordados por la Junta de Castilla y León para ordenar cuarentenas. En el Consejo Interterritorial de Sanidad del pasado jueves, comunidades y Ministerio de Sanidad pactaron poner el tope en 500 por cada 100.000 habitantes, entre otros criterios.

En Íscar y Pedrajas hay “trasmisión comunitaria pura y dura”, según el epidemiólogo Ignacio Rosell, médico y miembro del comité de expertos de la Junta. Sostiene que esta trasmisión es “alta” en Íscar y “muy alta” en Pedrajas. El especialista admite desconocer el por qué de tanta infección porque no hay “un gran brote”, como el de verano en una planta avícola ubicada entre ambas localidades.

Este nuevo confinamiento contó con la oposición inicial de ambos alcaldes. El de Pedrajas, Alfonso Romo (PP), también tuvo el virus pero asintomático. Tanto él como el regidor de Íscar, Luis Martín (PP), han acabado asumiendo la orden autonómica. Ahora toca extremar las precauciones y esperar a que se reduzcan los contagios.

La orden de la Junta implica que los encuentros sociales no pueden superar las 10 personas, el consumo en bares y restaurantes deberá ser sentados y nunca en las barras. Además, los aforos de los actos en lugares al aire libre se reducen a 50 personas y a 25 en espacios cerrados. Se recomienda también limitar al máximo los desplazamientos y el cierre perimetral solo pueden sortearlo quienes tengan causas de fuerza mayor o motivos laborales

“El confinamiento de agosto fue pesado”

El castillo de Íscar se impone sobre las calles casi vacías. Unos chavales se divierten en bicicleta con sendas protecciones: casco para la cabeza y mascarilla contra la covid-19. Natalia García y Beatriz Martín, de 16 y 17 años, han quedado para dar un paseo y tomar algo. Se resignan ante este plan y dicen que no se aburren, pero que echan de menos ver a amigas o familiares de otros pueblos. También añaden que los jóvenes están “más concienciados” que los mayores antes de dirigirse a un bar para echar la tarde. A su espalda dejan un parque totalmente precintado, con un tobogán en forma de hormiga que parece haber caído en una tela de araña.

Un parque de Íscar, uno de los pueblos confinados perimetralmente en Valladolid.
Un parque de Íscar, uno de los pueblos confinados perimetralmente en Valladolid.Javier Álvarez

La calle Palomares, con varios establecimientos con terrazas que suelen tener bastante ambiente, parece un desierto. La gente de Íscar y de municipios cercanos suele reunirse allí, algo imposible durante estas semanas. Las cajas registradoras de los negocios locales lo notan, pues el confinamiento perimetral de agosto coincidió con las fiestas patronales, con una afluencia de personas tan beneficiosa para lo económico como comprometida en lo sanitario. Eduardo Martín, que regenta el bar Moët, suspira porque lleva demasiado tiempo “tirando” económicamente y se declara “harto” como ciudadano y como emprendedor.

Uno de los cuadros del local incluye la premonitoria frase “en el Moët pasan cositas”. El propietario se ríe, resignado. Hace mucho que este lema perdió eficacia. “El confinamiento de agosto fue pesado, ahora se hace muy cansado”, relata. Martín cree que a los jóvenes “se les ha cargado un muerto que no les corresponde” y ve ineficaces las restricciones de horario nocturno, porque al menos él puede controlar que la gente mantenga las distancias, algo más difícil en peñas o en reuniones privadas.

Un paseo por las calles poco concurridas permite encontrar opiniones diversas. Tres hombres comentan el avance de las obras de pavimentación de la plaza del ayuntamiento. Luis Pastor, uno de ellos, critica las medidas y las califica de “solución política”. Pastor, que afirma ser médico en Valladolid, reclama más rastreos y pruebas para detectar casos y aislarlos e impedir que quienes trabajen fuera puedan propagar la covid-19.

Pero el mayor enfado es el de Miriam A., quien prefiere no dar su apellido completo por si sus palabras molestan en el pueblo. Esta mujer sostiene que “en el confinamiento de agosto, Íscar parecía Líbano” por los controles que había; ahora son puntuales y las autoridades, señala, tampoco vigilan demasiado. “Nos merecemos el confinamiento, hay gente que se reúne en sus casas”, añade, y señala arriba y abajo en la calle a locales donde asegura que tanto jóvenes como mayores se citan frecuentemente, y quién sabe si allí aplican las instrucciones sanitarias. Ella sospecha que no, como tampoco lo hace un grupo de seis menores que charlan en un portal. Solo la mitad se cubre la boca y la nariz. Miriam pide más control para que no se desmadre el virus. En una de las salidas de Íscar se confirman sus palabras. 10 jóvenes pasan juntos la tarde sin que ninguno lleve mascarilla. Tampoco hay ningún tipo de vigilancia al abandonar el pueblo.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.

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