Países Bajos debate el uso de las mascarillas
El Gobierno solo las impone en el transporte público porque sus asesores científicos consideran que no se ha demostrado su eficacia, pero en Ámsterdam y Róterdam son obligatorias en el centro
Las mascarillas son obligatorias en el transporte público en Países Bajos, porque ahí resulta imposible mantener la distancia de seguridad de 1,5 metros. Para el resto de las actividades cotidianas, desde ir de compras a ver una película en el cine, su uso es voluntario. El Gobierno no ha impuesto hasta la fecha la protección facial porque el equipo de expertos que le asesora sobre la gestión de la pandemia -dirigido por el Instituto para la Salud y el Entorno (RIVM, en sus siglas neerlandesas)- considera que no se ha demostrado su eficacia.
A pesar de ello, y ante la evidencia de que en otros países son preceptivas, los Ayuntamientos de Ámsterdam y Róterdam han decidido implantarlas en el centro urbano. Oficialmente, se trata de un experimento, pero ¿por qué cuesta tanto implantarlas? Hay dos explicaciones posibles: el rechazo científico del RIVM, que dificulta un cambio de rumbo, y la velocidad de la pandemia, que complica el consenso en una sociedad acostumbrada a tomarse su tiempo para lograrlo.
Ante esta situación, el Ejecutivo ha apelado a la responsabilidad individual, pero los contagios aumentan, [se han duplicado en la última semana y ha habido hasta ahora 6.150 muertos, 55.955 casos positivos y 11.959 hospitalizados], los jóvenes, y el resto de la población han empezado a relajarse, y el debate sobre las mascarillas se ha enconado.
“No soy un científico y, como político, en ocasiones debo tomar decisiones con el 10% de la información sobre la seguridad de los habitantes de Róterdam. Cuando la crisis haya pasado quiero ser capaz de mirarme al espejo y pensar que hice todo lo que pude con lo que sabíamos en ese momento”. Ahmed Aboutaleb, alcalde de la ciudad portuaria, explicó así el pasado miércoles la orden dada para las zonas de mayor afluencia de público, una medida secundada por su homóloga de Ámsterdam, Femke Halsema. Ambos pueden dictar una norma local, y el Gobierno ha asegurado que “sigue con mucho interés ambos casos”.
Por ahora, Jaap van Dissel, director del RIVM, se mantiene fiel a estudios como el del Instituto Noruego de Salud Pública, que ha citado para sostener el escaso efecto de este tipo de protección. Según este trabajo, ”unas 200.000 personas deben llevarlas al menos durante una semana para evitar tal vez una infección; un efecto mínimo”, aseguró, a finales de julio. Sin embargo, Bjorn Iversen, el investigador noruego responsable del informe, explicó poco después a la televisión pública neerlandesa que no podían sacarse conclusiones sobre las mascarillas. “En realidad desconocemos su efecto y su eficacia depende de la situación epidemiológica de cada país”, dijo. Por su parte, Roel Coutinho, antiguo director del Centro de Lucha contra las Infecciones, un departamento del RIVM, ha señalado que “no es tan difícil implantar las mascarillas en tiendas, restaurantes o peluquerías; no tenemos pruebas irrefutables de que funcionen, pero tampoco sobre la distancia de 1,5 metros, y la mantenemos; estamos en una pandemia”.
Dado que las mascarillas no son una medicina, prima hoy el argumento del comportamiento ciudadano y por eso Mark Rutte, el primer ministro neerlandés, repite que es preciso observar las distancias, lavarse las manos, estar en casa cuando haya síntomas y pedir en tal caso una prueba diagnóstica. Rutte se fía del RIVM, pero hay otro factor: él representa al Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD), más inclinado a intervenir lo menos posible en la sociedad, que a cierto tipo de imposiciones que afecten la esfera privada. Sin embargo, como la cuarentena para los viajeros que hayan estado en zonas de riesgo es obligatoria desde esta semana, los ayuntamientos parecen liderar ahora un posible cambio de rumbo a escala nacional.
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