Diez millones de chinos comienzan la selectividad más dura del mundo entre fuertes medidas contra el virus
Las universidades de Pekín y Tsinghua solo admiten a un 0,03% de los estudiantes que desean ingresar
En la entrada del Instituto 65 de Pekín una gran pancarta roja da la bienvenida a los alumnos del centro este martes por la mañana. Ante la atenta mirada de varios policías, los jóvenes se despiden de sus padres cerca de la puerta y al dar las 8.00 comienzan a acceder al edificio, camino de una cita que marcará su futuro académico. Desde hoy y hasta el viernes se celebra en China el gaokao, la exigente prueba de acceso a la universidad, considerada la más dura del mundo. En esta ocasión tendrá lugar entre excepcionales medidas de prevención contra el virus, el cual ha obligado a retrasar un mes esta convocatoria anual.
10,7 millones de estudiantes se examinan este año, según datos del Ministerio de Educación, 400.000 más que el anterior. La puntuación obtenida en esta prueba que culmina 12 años de formación representa lo más parecido a un ascensor social, en particular para aquellos procedentes de entornos rurales o desfavorecidos. La competitividad, y con ella la exigencia, es abrumadora. Los dos centros más prestigiosos del país, la Universidad de Pekín y la Universidad Tsinghua, por ejemplo, solo admiten a los 3.000 mejores candidatos. O lo que es lo mismo: las posibilidades de lograrlo son del 0,03%.
De ahí que la imagen a la que recurre el habla popular para referirse al gaokao sea la de “miles de personas cruzando un puente muy estrecho”. No todos alcanzarán la otra orilla. Un 90% de los participantes encontrarán plaza en alguna de las 3.000 universidades del territorio nacional, con su destino y especialidad marcados por su calificación. No hay recuperaciones, por lo que el 10% restante deberá registrarse de nuevo en un instituto para volver a probar suerte al año siguiente.
La cita de este año, no obstante, será diferente a las anteriores. Su desarrollo ordinario se verá alterado por la lucha contra el virus, empezando por la fecha. A finales de marzo las autoridades educativas chinas anunciaron que el gaokao se retrasaría un mes para asegurar la “seguridad e imparcialidad” de la prueba. Se trata de la primera vez que esta se pospone desde que se retomara en 1977, tras permanecer en suspenso durante una década a causa de la Revolución Cultural.
A los estudiantes se suma casi un millón de examinadores, repartidos por 7.000 centros y 400.000 aulas de todo el país, en lo que el Ministerio de Educación ha calificado como el mayor evento público en China desde que comenzó la pandemia. Las normas sanitarias han exigido un registro diario de la temperatura de los alumnos durante las últimas dos semanas. Todos ellos, además, deberán emplear mascarillas a la hora de acceder al recinto. Una vez dentro, su uso será obligatorio en aquellas áreas catalogadas como de riesgo alto o medio, mientras que será opcional en las de riesgo bajo. En la capital, las autoridades han requerido que los examinados cumplan con dos semanas de auto-cuarentena a causa del reciente rebrote. Asimismo, los centros contarán con cámaras de aislamiento en caso de que alguno de ellos manifieste síntomas durante el transcurso de la prueba.
La lucha contra la covid-19 también ha provocado que los estudiantes no hayan podido completar con normalidad la recta final de su preparación. El regreso a las aulas tras el año nuevo lunar, programado para febrero, se retrasó hasta abril, por lo que los estudiantes han tenido que completar en su casa sus maratonianas jornadas de estudio, recurriendo a clases online, una solución que perjudica a aquellos hogares con un acceso limitado a Internet. En Pekín, las clases se suspendieron de nuevo el pasado 16 de junio.
Tras acompañarles hasta la entrada, los padres de muchos estudiantes hacen tiempo en un parque al otro lado de la calle, frente al Instituto 65, también ansiosos ante la llegada de una fecha en la que durante años han volcado todas sus expectativas. “No creo que la falta de clases presenciales hayan afectado a la preparación de nuestro hijo, ha seguido estudiando más o menos lo mismo, unas 12 horas diarias”, explica un matrimonio que prefiere no identificarse. El chico sale al exterior a las 11 y media, tras haber completado la primera materia, Chino. “Fantástico”, responde en un primer momento al ser preguntado por su desempeño. Tras un instante su seguridad se desmorona. “Bueno, no sé”. Todos juntos se encaminan de vuelta a casa. Por la tarde le espera el siguiente asalto: Matemáticas.
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