En Formentera de momento, nanay de ‘Tonight, tonight’
La isla de ‘Lucía y el sexo’, confinada en su espectacular belleza, confía en salvar algo de la temporada con los veraneantes familiares de la Península
El marinero sube a la cubierta del ferry de Balearia a ver qué tal lo lleva el único de los cuatro pasajeros a bordo que ha decidido viajar en el exterior del barco. Ni el veterano tripulante consigue permanecer quieto sin tambalearse. Cruzamos Es Freus, el estrecho entre Ibiza y Formentera y hace un viento digno de Huracán en Jamaica. Las olas zarandean el ferry de lo lindo y te sientes como en el pesquero de George Clooney en la escena final de La tormenta perfecta. “¿Todo bien?”, pregunta a gritos al excéntrico tipo que viaja sentado ahí afuera aferrado a una mochila y unos prismáticos y al que antes de contestar le salpica el mar como si le lanzaran a la cara un cubo de agua. “¡Perfecto!”, responde mostrando el pulgar mojado. El marinero alza una ceja y se vuelve abajo. Cosas más raras habrá visto volviendo de Ibiza otros años en temporada alta. Estar en cubierta parece una tontería, pero para alguien que lleva un mes y medio confinado en un piso de Barcelona sin contemplar el mar más que en la serie Black Sails y en algunas páginas de Conrad, el chute de adrenalina, aire y salitre, con el cielo y el agua arremolinándose y el mundo enorme, salvaje y libre, subiendo y bajando como en una atracción de feria es tan estimulante que ya no sabe si lo que le resbala por la cara es sal del mar o lágrimas de emoción.
Y eso que viajar a Formentera en pleno confinamiento —que pasa el lunes en la isla de manera pionera a nivel 1 de desescalada— está siendo una aventura digna de una película de la Guerra Fría. En el vuelo de Vueling, todos separados, amordazados con las mascarillas, y sin carrito de bebidas parecía que más que a Ibiza fueras a un intercambio de espías en Check Point Charlie... Salvoconductos, carnets, rellenado de dos impresos asegurando que no has tosido en tu vida, ni piensas hacerlo… La llegada al aeropuerto de Ibiza es como el desembarco en una película de catástrofes. Casi esperas cruzarte con Dustin Hoffman y René Ruso persiguiendo al mono de Estallido. En la estación marítima se puede apreciar aún más la atmósfera —mira que es raro que en Ibiza no se mueva nadie— porque el ferri de las 17.30, para el que tengo billete, es solo de carga (no me admiten como tal) y el siguiente (solo hay tres diarios) no sale hasta las 19.00. La Guardia Civil hace otro control a la subida del buque y filtra a una paraguaya embarazada que regresa.
La llegada a La Savina, tras pasar s’Espalmador y las playas de Ses Illetas desiertas, resulta fantasmagórica. El ambiente alegre, colorido y multitudinario de siempre (a principios de mayo la isla estaba normalmente preparando el medio maratón, que se ha cancelado) ha dado paso a una atmósfera opresiva e inquietante, sin ni una sola persona a la vista. Es como vivir en un relato apocalíptico de Ballard, de esos de piscinas vacías y playas perturbadoras. La empresa de alquiler de coches ha dejado la llave en la visera y en el único hotel que funciona en la isla, el hostal Illes Pitiüses, en Sant Ferran, la llave está en el paño de la habitación y tampoco tienes contacto con nadie. Avisan que no hay servicio y has de hacerte la cama tú mismo. Caes en la cuenta de que, viniendo de Barcelona, eres como Robert Neville, el personaje de Soy leyenda, un peligro suelto al que hay que temer y aislar. Incluso los amigos de la isla, que ha tenido pocos contagios (siete casos positivos, oficialmente) y una sola muerte, la de Andrea García, de 79 años, copropietaria del popular (es un decir) restaurante Juan y Andrea, te observan con aprensión como si llegaras de El día de los trífidos o llevaras dentro un lagarto tipo V. Ahora bien, hay que ver cómo miran por la calle a la familia italiana pija con 4X4 que se ha instalado aquí para pasar el confinamiento…
“Hay que seguir teniendo seny, cabeza, y no lanzarse a la fiesta”, advierten sobre la desescalada, que relativizan mucho, las hermanas Carmen y Pepita en tertulia con distanciamiento y mascarillas en su librería Tur Ferrer (Sant Francesc), lugar indispensable de la isla. La gente, subrayan, ha respetado rigurosamente el encierro (“y mira que da ganas de llorar cuando ves los campos llenos de flores y el mar”, anota Carmen) excepto “los cuatro notas de turno”. Joan, hijo de Carmen y que ha pasado el confinamiento moderadamente bien al tener un caballo, es consciente de que habrá que apretarse el cinturón y “será una putada económicamente”, pero la otra cara de la moneda es que “se va a ver un verano en Formentera como nunca: prácticamente todo para nosotros solos, algo que no hemos podido disfrutar en décadas”. No será, augura, un verano para los que buscan restaurantes exclusivos, “ni para los influencers”.
Todo está por ver para el verano: si habrá transporte, si se dejará entra en la isla y de qué manera, a qué tipo de vivienda habrá acceso, cómo se irá a la playa… Con tantas incógnitas, es imposible planificar. Lo que si se detecta es “voluntad de venir” en ese sector de público más tradicional. Otra cosa que no se sabe es si este año se seguirá cobrando a la entrada de Illetes.
En el mismo Sant Francesc, Martí Mayans, el joven emprendedor de AgroMartí, tiene abierto su puesto (es el único) en el mercat pagès con productos de kilómetro cero. “Lo hemos llevado bien, pero ha sido más duro de lo que se ha dicho, con más contagios. En un lugar así, con la sensación de que hay espacio libre por todos lados, el confinamiento es psicológicamente muy complicado de llevar, algunas restricciones son difíciles de entender. Ha habido mucho control, con un dron que daba vueltas y avisaba enseguida a las patrullas”. Martí, cuyos padres, alquilan desde hace tres décadas apartamentos y bungalows en Migjorn, cree que se podrá salvar algo del verano turístico, al menos el más tradicional. “Aún no sabemos si podrán venir los alemanes ni siquiera qué grado de acceso van a tener las playas”.
Si uno esperaba encontrarse en Formentera con la gente saltando de alegría por lo de la desescalada, pues no. De entrada, no están los ánimos para entusiasmos y la gente no sabe en qué consiste la fase uno. Esperan tenerlo más claro el lunes. El tema es objeto de discusión en corrillos (todo lo que puede ser un corrillo con las personas a un metro) y colas para pagar en el super. “Que no te podrás bañar”, establece la cajera. “¿Pero nos podremos sentar en la playa?”, inquiere un cliente. Alguien bromea con que sería curioso que pudieras “ir en bolas en las playas” pero tuvieras que llevar mascarilla. “En todo caso, sin gente de fuera, esto va a cambiar poco”, sentencia otro. De momento, y parece que aún va para largo, no va a volver la Formentera de Lucía y el sexo ni la del Tonight tonight. Hoy día, hasta los cuatro hippies que quedan llevan mascarilla y te saludan a distancia.
La Fonda Pepe, uno de los lugares emblemáticos de la isla, y que, se cuenta, custodia el fantasma de Bob Dylan, tan etéreo como todos nosotros, no abrirá el lunes. Lo dice desde enfrente la señora Rosalía, propietaria con su hijo Julián. Sí abrirán Macondo y Sa Garrafa (en cambio en el bar Felipe, solo hay un cartel que reza “salud, paz y amor para todos”, sin concretar más). En San Francesc, abre el emblemático bar Centro, lo que dará un poco de vidilla; también La Estrella, que ya ha separado las mesas de la terraza, y la cafetería Pla del Rei… En Es Caló, Can Rafalet muestra un cartel que reza “estamos recargando las pilas”.
“Queremos ser positivos, esperamos que se pueda trabajar de julio a octubre con turismo nacional; tras la última comparecencia de Sánchez la gente está más animada”, explica Yolanda, de una empresa familiar de alquiler de vehículos y apartamentos y que dice que hace tiempo que todo lo que ve son cancelaciones hasta el 2021. “Queremos creer que este verano vendrá el veraneante familiar de toda la vida, aquel para el que Formentera ha sido siempre su destino habitual, no habrá turistas nuevos desde luego, e italianos, ni uno. Quizá sea la oportunidad para replantearse un modelo que se había ido de las manos en masificación y precios”.
En la isla todo está cerrado a cal y canto, con las excepciones de rigor, supermercados, farmacias, panaderías. Las playas de Illetes y Llevant tienen bloqueado con vallas el acceso desde la carretera. Me cuelo en el Beso y me hago por una vez el puto amo. Está desierto y en obras. Acodado en la barra desnuda me siento como Jack Nicholson en El resplandor pero sin Martinis. A la playa de Es Pujols, el gran centro turístico de la isla y ahora un pueblo fantasma, se puede acceder desde el paseo. Está espectacular vacía. “Nosotros no vamos a abrir el lunes; hasta junio; ni hemos podido prepararnos ni creo que nos valga la pena, con solo clientela de la isla, porque nadie puede venir de fuera, y únicamente con el 30 % del espacio”, apunta Antonella, del bar Espardell, en el popular paseo. Sí abrirán con la desescalada, apunta, Blue Marlin, la pizzeria Sa Olivera, para take away y Sa Punta. Un problema añadido es que muchas plantillas de restaurantes viven en la península.
A Migjorn, zona tradicionalmente mucho menos concurrida se puede llegar pero la sensación de vacío te encoje el corazón. Parece como si los extraterrestres del Blue Bar hubieran escapado y desintegrado a toda la gente. El Pelayo, que ya debería estar en pleno funcionamiento, está desmontado y no hay ni rastro de nadie. Las algas, por eso, permanecen. En los campos del cami Vell de la Mola, la hierba esmeralda está tan alta que las ovejas y cabras solo muestran las cabezas, como los leones en el Serengeti. En la playa del kilómetro 10,5 (exchiringuito amarillo), uno de los lugares más apreciados por los connoisseurs de la isla, las únicas huellas en la arena son de pies palmeados. En la pasarela que conduce a Es Còdol Foradat pasando por Vogamari aparece al atardecer como de la nada, un individuo que pasea a un pastor alemán en la que debe ser la mejor promenade del mundo. Nimbado de luz moribunda el personaje se va igual que ha venido y parece disolverse en el aire. La larga costa se queda completamente vacía, arrullada por el rumor de las olas hasta que toda la isla, hermosa y sola como nunca, parece dormirse en una oscuridad llena de raros sueños y de incertidumbre.
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