¿La ciencia o Dios?
Ambos terrenos son compatibles, pero algunos se empeñan en contraponerlos desafiando la legalidad
El pastor Gerald Glenn, obispo y fundador de la Iglesia Evangélica New Deliverance de Chesterfield, Virginia, proclamó ante sus fieles que Dios era más fuerte que el coronavirus. Éste le mató el pasado sábado y que hoy esté con Dios queda en el terreno de la esperanza y la fe.
Aferrarse a Dios o a la ciencia en tiempos de coronavirus no es incompatible, no es una encrucijada en la que adoptar un camino que te obligue a renunciar a otro, pero algunos líderes religiosos han optado por desafiar las normas dictadas por las autoridades civiles —basadas en lo que la ciencia ha podido aportar— para tomar la bandera de un culto extremo que se acerca más a lo supersticioso que a la misión de ayuda que oficialmente guía sus pasos. Ha ocurrido en pastores evangélicos de EE UU, en línea con el escepticismo de un presidente Trump del que son soporte vital, y con algunos sacerdotes, incluidos un arzobispo y un obispo, en España.
La jerarquía católica, empezando por el Vaticano, se ha plegado a los confinamientos y el estado de alarma, pero hay excepciones que no han encontrado un distanciamiento por parte de la Conferencia Episcopal y sí un apoyo cerrado de Vox. El Viernes Santo, el arzobispo de Granada intentó celebrar una misa en la catedral que la policía terminó desalojando. Lo mismo ocurrió el pasado lunes en una iglesia de San Fernando de Henares (Madrid) bajo la diócesis del obispo de Alcalá, Reig Pla, que ha desafiado el estado de alarma y las instrucciones eclesiales para seguir manteniendo abiertas las iglesias. Un párroco se subió con la custodia al tejado de la iglesia para bendecir el pueblo de Arroyo de la Luz, uno de los más azotados por el coronavirus en Extremadura, y otro fue por la calle en Balmaseda bendiciendo los ramos que los vecinos habían puesto en los balcones hasta que se topó con la Ertzaintza.
“La Iglesia sigue encerrada en la prioridad del culto, que me resulta más propio de la superstición. El santísimo expuesto se frivoliza y empobrece cuando se usa para eso, esos sacerdotes están empleando un componente mágico supersticioso de creencias anacrónicas y en ningún caso he oído por su parte referencias a recurrir a la ciencia y la medicina ante la pandemia, sino a la superstición”, afirma el teólogo Juan José Tamayo.
La Conferencia Episcopal se ha sumado al “quédate en casa”, ha trasladado la exención del precepto dominical de la misa, pero condena la actuación policial en la catedral de Granada. “Entrar en un templo, parar la celebración y pedir que se suspenda es una actuación desmedida”, dice su portavoz, José Gabriel Vera, que subraya el “vacío legal” en el decreto de estado de alarma: mientras el artículo 11 respeta la libertad de culto, el artículo 7 no incluye la asistencia al mismo como una de las razones para salir de casa.
La Policía desaloja la catedral de #Granada. Había una veintena de fieles en misa de #ViernesSanto pic.twitter.com/wBod4qrrLz
— Fernando H. Valls (@FernandoHValls) April 10, 2020
Más allá de estos casos, Vera apunta la reflexión compleja que circula en la corriente de fondo: “La ciencia y la religión son dos caminos para acercarse a la verdad, forman dos verdades que no son contradictorias, pero tienen metodologías distintas”, subraya. “La ciencia usa el camino empírico, y la teología, la fe y la revelación. El Génesis nos dice que el mundo se creó en siete días y la ciencia explica el big bang en géneros distintos: la Biblia habla en un modo mítico, y la ciencia, a partir de datos empíricos. Por ello, no hay que ver la pandemia como un castigo divino, Dios nunca quiere el mal del hombre, es una realidad física que mata y hay que respetar lo que digan los científicos. La pandemia no es una cuestión de religión, sino de ciencia”.
Sobre este dilema —o falso dilema— entre ciencia y religión reflexiona también el filósofo Juan Arnau, que eleva el foco hacia un lugar muy diferente: “Idolatrar la ciencia es tan irracional como negarla. Hay fanáticos cientifistas y fanáticos creacionistas. La ciencia tiene su lado oscuro y su lado luminoso. Nos ha llevado a los antibióticos y vacunas, sí, pero también al proyecto Manhattan, a Fukushima, Nagasaki o Chernóbil”, desafía Arnau. “Hay una idea de que la ciencia es una, pero la ciencia no es una, santa, católica y apostólica, hay muchas disciplinas y cada una construye su propio mundo y racionalidad. Negar la ciencia es tan irracional como deificarla”.
Nadie es experto en coronavirus
Esa idea de la deificación lleva a Arnau a valorar en su justo término la verdad de los expertos: “Las decisiones de un Gobierno no están basadas en la ciencia como una, santa, católica y apostólica, sino en unos expertos, como podían haber sido otros, cuyas visiones diferirán si son biólogos, epidemiólos, virólogos...”. El propio Antoni Trilla, uno de los expertos del Gobierno, reconoció el viernes en Hoy por Hoy que “en este coronavirus aún nadie es experto”.
Arnau, por ejemplo, aboga por que los niños puedan salir, frente a otros pedagogos que pueden decir lo contrario. “En la ciencia caben las dos posturas y quien se arroga una verdad única es como quien sostiene que si te masturbas vas al infierno”, dice Arnau. Dicho esto, le parece un disparate celebrar misa en la catedral de Granada, pero admite que “el rito forma parte de la vida interior. El devoto necesita el rito como su alimento”.
Otra cuestión es el papel que la Iglesia juega ante una catástrofe como esta. Numerosas órdenes están arrimando el hombro en acompañamiento a enfermos, ayuda a mujeres maltratadas, refugiados o socorro alimentario. “Hacen mascarillas, abren centros para personas sin hogar, todas las congregaciones están haciendo lo que está en su mano, pero también están sufriendo muchas bajas”, cuenta Eva Silva, portavoz de la Conferencia Española de Religiosos (Confer). Tamayo distingue entre “la actitud pusilánime de los obispos españoles” y la iglesia de base, plagada de iniciativas como la de iglesia San Carlos Borromeo, que acoge personas en situación dramática, o la parroquia de Algorta. “Frente a obispos transgresores del confinamiento, que están siendo malos ciudadanos y que se sitúan al lado de prácticas providencialistas como si fueran curativas, el Papa o la iglesia de base sí está apostando por la solidaridad y la compasión. Y esas experiencias no están siendo suficientemente valoradas por la jerarquía, que las considera como algo que no pertenece a la identidad propia”. El portavoz de la Conferencia Episcopal defiende el trabajo en las diócesis y templos, que invita a consultar en su web: “Nuestra misión es aliviar el sufrimiento, estar con el que sufre”, afirma Vera.
Las iglesias evangélicas, que también ordenaron los cierres de templos, han luchado por el acompañamiento a enfermos que en un principio solo estaba previsto para católicos en el hospital de Ifema, por ejemplo. Mantienen repartos de alimentos, cultos virtuales, acompañamiento por medios telemáticos y compra de comida por parte de voluntarios. El único pastor que desafió las instrucciones fue amonestado y los cierres comenzaron antes del estado de alarma debido a que el contagio de casos de la primera oleada estuvo relacionado con familias evangélicas de Haro (Rioja), relata Jorge Fernández, portavoz de este colectivo. Esther Bendahan, portavoz de la comunidad judía de Madrid, relata también que cerraron las sinagogas antes incluso del estado de alarma y no refiere ningún incidente. “En la religión judía no hay dogma, sino debate, y prima siempre la vida”.
En una España en la que la fe ha decaído y la práctica más todavía, el impacto que tendrá esta pandemia en las necesidades espirituales de la población es otra incógnita. Para Vera, “la reflexión religiosa se aviva, hay muchísimas llamadas más a sacerdotes, la gente da vueltas en la cabeza a su propia consistencia personal”. Para el filósofo Arnau, “las dos experiencias —el refugio de la oración o meditación y la ciencia— tienen que caber, no pueden ser puestas en una clasificación y que reciban una puntuación. La unificación nos llevaría a la ruina intelectual”. El pulso entre religión y ciencia, por tanto, sin ser excluyente, seguirá vivo.
El Vaticano cerró todos sus actos públicos en Semana Santa
Las crisis son oportunidades, piensan algunos los políticos en estos momentos. Pero también son grietas históricas donde los líderes morales y religiosos demuestran su talla ante sus comunidades. El Vaticano, consciente de la gravedad de la situación, tomó medidas desde el principio y canceló todos sus actos públicos de Semana Santa -unas 9.000 procesiones solo en Italia- convirtiéndolos en ceremonias a puerta cerrada o trasladándolas al próximo mes de septiembre para dar ejemplo a otros países (aunque no siempre cundiese). Un problema para los fieles pero, de nuevo, una plataforma para enviar un mensaje al mundo con la solemnidad de una plaza de San Pedro vacía mientas el Papa lanzaba su bendición Urbi et Orbi.
Italia sufrió primero los efectos de la covid-19 y el Vaticano dio indicaciones pronto para celebrar la Semana Santa, la conmemoración más importante del año para los cristianos, a puerta cerrada. La fecha no podía alterarse, ya que la Pascua debe celebrarse el domingo posterior a la primera luna llena de la primavera. Además, la Iglesia considera esta fiesta “el corazón del año litúrgico” y condiciona el resto de conmemoraciones como la Cuaresma, el Triduo —la celebración de la pasión muerte y resurrección de Jesucristo— o Pentecostés. Una referencia que invita a pensar que muchas otras celebraciones se reducirán en los próximos meses también a lo imprescindible: sin presencia feligreses o, directamente, cancelados. El siguiente gran desafío, piensan ya al otro lado del Tíber, podría ser la Navidad.
La Santa Sede también cometió algunos errores al principio. El Papa fue criticado por salir a la calle en pleno confinamiento para rezar en dos iglesias del centro de Roma. Personal del Vaticano se contagió por falta de medidas de protección, incluido uno de los asistentes de la residencia del propio Francisco. Pero la sensación general es que el Vaticano ha actuado diligentemente. De hecho, incluso el Papa lanzó uno de sus discursos más políticos durante la bendición del Urbi et Orbi, exigiendo una respuesta solidaria a la Unión Europea para afrontar la crisis económica que provocará el coronavirus. Muchos vieron en sus palabras un claro espaldarazo a la petición de los países del sur de Europa de crear eurobonos especiales.
El Vaticano, en la línea económica, ha activado también un fondo de ayuda con una base inicial de unos 700.000 euros para países con subdesarrollados en plena emergencia por la covid-19. Además, Francisco ha pedido a las entidades de la Iglesia y a las diócesis que contribuyan en la medida que puedan para engrosar dicha bolsa común. Más allá de este instrunento ya activo, la Santa Sede ha donado 100.000 euros a Cáritas Italiana para dotar a la entidad de liquidez durante esta crisis y 30 respiradores a los hospitales de Italia. DANIEL VERDÚ
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