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La crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El mono de la cultura

De seguir encerrado y sin amenaza de desahucio, viviría esta situación como una retorcida beca de creación literaria

Dos personas leen un libro en el balcón de su domicilio
Dos personas leen un libro en el balcón de su domicilioJesús Diges (EFE)

Me encantaría comenzar con el optimista consejo del trabajador cultural que soy, pero la trama de mi vida estos días es otra: mi pareja y yo hemos perdido, de golpe, nuestra fuente de ingresos. Vivimos en el centro de Madrid. Cuando escucho al mirlo en el balcón, ya llevo un rato comiéndome la cabeza. Me levanto y termino colaboraciones que podría cobrar en los próximos meses. Dedico unas horas a aplazar pagos (gracias, querida casera, por tu ayuda) con trucos que merecen un artículo específico: cambio los recibos domiciliados a pago en ventanilla, etcétera. Después, practico running de interior. Y, con una educación empalagosa, reclamo pagos pendientes a revistas literarias o galerías de arte que están peor que yo.

Si me aferro a un dato tan íntimo como mi ruina no es porque me considere desafortunado en estos momentos terribles. Al revés: es la situación de quien tiene la suerte de sobrevivir. También de los trabajadores culturales (músicos, artistas, libreros) que hemos dado en llamar “normalidad” al precario equilibrio económico de estos últimos... Bueno, tengo 44 años y no he conocido otra cosa. De seguir encerrado y sin amenaza de desahucio, lo viviría como una retorcida beca de creación literaria. Podría terminarme Las confesiones de Rousseau.

Rousseau se reconocía idiota para el instante. Solo soy sagaz en la memoria, escribe. De vivir hoy, aquel genio de la autobiografía difícilmente tendría perfiles en las redes sociales. Rousseau es anti trending topic. Ya entonces, la actualidad no era lo suyo. En cambio, Madonna, con una máquina de escribir de atrezo, rodeada de velas, retransmite en Instagram su cuarentena: “Las historias son todo lo que tenemos, aprenderé de esto y me haré más fuerte”.

A las ocho, mi pareja y yo salimos al balcón a aplaudir a los servicios públicos que están en primera línea. También a los enfermos y a los familiares de los fallecidos. A quien se expone y es vulnerable. Hay imágenes que uno tiene que compartir con sus vecinos: los rostros agotados del personal sanitario, la improvisada morgue del Palacio de Hielo, la doble soledad de estos muertos que vivimos como propios. Por eso hemos intimado con nuestros vecinos cubanos, que tienen una bandera española en el balcón. Se preocupan de las ancianas del barrio que ya no salen a aplaudir. Y a veces uno de ellos grita “¡Viva España!”.

Mi pareja, acostumbrada a caminar varios kilómetros al día, lleva el encierro peor. Tiene redes sociales. No me deja escribir sobre ella, pero el 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía, me avisó, alarmada: “¡Carlos, en Instagram todos tus amigos están retransmitiendo sus vídeos a la vez! ¡Colapso!”. Me vino a la cabeza, como desde hace años de forma recurrente, un cuento de Kafka que explicaría la situación en la que nos encontramos los afortunados trabajadores culturales. Se titula Informe para una academia. Lo narra un mono que ha sido sometido a un proceso civilizador, de simio a humano. No obstante, nuestro mono humanizado no se libra de ser una atracción de feria: en vez de monerías, ahora hace “humanerías”. Cuando sus educadores le ensalzan la nueva libertad conquistada, el mono, que vive en una jaula, contesta: no quiero la libertad, sino una salida.

Carlos Pardo es novelista y poeta, autor de Lejos de Kakania (Periférica).

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