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Buenos Aires se encierra en el primer día de cuarentena obligatoria

“No recuerdo otra situación así, lo más cercano fue la epidemia de polio de 1956”, dice un vecino octogenario

Buenos Aires -
Vista aérea de la avenida 9 de julio en Buenos Aires durante la cuarentena impuesta el pasado viernes.
Vista aérea de la avenida 9 de julio en Buenos Aires durante la cuarentena impuesta el pasado viernes.RONALDO SCHEMIDT (AFP vÍa Getty)

Podría ser un sueño. O una pesadilla. Son las ocho de la mañana de un viernes de marzo en Buenos Aires, pero no se ven niños con guardapolvo blanco camino a la escuela ni empleados en procesión hacia el metro para ir a trabajar al centro. Los autobuses pasan semivacíos. Un perro callejero se estira panza arriba sobre un paso de peatones sin miedo a ser atropellado. Tarda un par de minutos en aparecer el primer coche. En el primer día de cuarentena obligatoria en Argentina, hay un silencio atronador en las calles de la capital. La mayoría de la población permanece dentro de las casas y ve el exterior desde ventanas y balcones para intentar frenar la propagación del coronavirus, que ha causado estragos en China, Italia y España, entre otros países.

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“Los argentinos no somos muy disciplinados. Los hay que se tomaron esto como vacaciones y se querían ir a la costa o siguieron juntándose en los bares porque lo tomaban en joda, decían que no pasaba nada. Lamentablemente, la única manera de parar el virus es así, que sea obligatorio quedarse en casa. Soy nieto de italianos y allá la situación es terrible, esperemos que no nos pase lo mismo”, dice Mauricio Rossi, un jubilado de 86 años que intentó ir al banco pero volvió con los bolsillos vacíos porque estaba cerrado. Un vecino lo reconoce y se acerca, pero se frena a poco más de un metro. El miedo al Covid-19 ha dejado en suspenso la costumbre argentina de saludarse con un beso, tanto hombres como mujeres. “No recuerdo otra situación así, es peor que la gripe A. Lo más cercano capaz fue la epidemia de polio del 56, cuando había muchísimo pánico”, comenta el recién llegado, también octogenario.

El miedo es visible. A primera hora de la tarde, los pocos negocios abiertos, como supermercados, verdulerías y farmacias, tienen largas filas puertas afuera en las que se mantiene la distancia de seguridad. Hay que esperar a que salga un cliente para que entre el próximo. “No hay alcohol en gel”, “No hay barbijos [mascarillas]”, “No hay paracetamol” son algunos de los carteles colgados en la puerta de farmacias porteñas. “El otro día me peleé con una clienta porque solo me quedaban ocho blisters de paracetamol y se quería llevar dos, sin importarle que iba a dejar a otra persona sin. Estos días estamos viendo la bajeza más grande del ser humano”, lamenta un farmacéutico de Villa Ortúzar, un barrio de clase media de la ciudad.

Una vendedora del metro de Buenos Aires se protege tras una barrera por el coronavirus
Una vendedora del metro de Buenos Aires se protege tras una barrera por el coronavirusRONALDO SCHEMIDT (AFP)

En el supermercado de la esquina, los productos estrella son el papel higiénico, los desinfectantes y las latas de conservas. También vuelan las pastillas y los sprays contra los mosquitos para prevenir otra enfermedad que atemoriza, el dengue: Buenos Aires registra el peor brote desde 2016. En la dietética de enfrente, el arroz, las lentejas y los garbanzos se agotan tan pronto como se reponen. También la equinácea, recomendada para estimular el sistema inmunológico. “Parece el fin del mundo. La gente compra todo lo que puede y viene gente mayor, aunque son un grupo de riesgo”, comenta una dependienta que atiende con mascarilla y guantes y critica la decisión de los propietarios de mantener abierto el local.

Detenidos en un hotel por horas

A diferencia de lo que es habitual en días laborales, el centro de la ciudad es el lugar más desierto. La policía controla que las pocas personas que se desplazan estén autorizadas para hacerlo. La cuarentena obligatoria excluye al personal sanitario, de fuerzas de seguridad, bomberos, autoridades de la Administración pública, periodistas, responsables de distribución y comercialización de alimentos y retirada de residuos, entre otros. La Policía de Buenos Aires ha recibido casi 2.500 denuncias telefónicas por presunta violación de la cuarentena y entre la veintena de detenidos hay trece personas encontradas en un hotel por horas que han sido acusadas de desobediencia y posesión de drogas.

Sin poder salir, como ha ocurrido también en otros países, la actividad se ha volcado puertas adentro y, como mucho, de balcón a balcón. El jueves por la noche hubo un primer aplauso colectivo al personal sanitario, que se prepara para enfrentar lo peor de la epidemia. Desde el 3 de marzo, cuando se registró el primer caso de coronavirus en Argentina, hasta hoy, hay 128 confirmados, de los que tres han muerto. Recluidos entre cuatro paredes, el consumo de redes sociales, series, películas, libros y medios de comunicación se ha disparado, al igual que las llamadas y videoconferencias entre familiares y amigos. “Mamá, no podés salir”, riñe una hija a su madre cuando se presenta en la puerta de su casa. Le responde que no tiene tanto miedo al coronavirus como a la soledad y la conversación se tensa mientras la deja pasar, sin abrazarla ni besarla, y se encierran.

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