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“Aceleramos la emisión de gases invernadero, cuando deberíamos estar reduciéndola”

José Antonio Sobrino, catedrático de Física de la Tierra, recibe el premio Jaime I por su investigación sobre la protección ambiental a partir de datos de satélites

Ferran Bono
José Antonio Sorbino, este lunes ne al Lonja de Valencia.
José Antonio Sorbino, este lunes ne al Lonja de Valencia. Mònica Torres (EL PAÍS)

Antonio Sobrino Rodríguez, de 58 años, ha recibido este lunes el premio Rey Jaime I de Protección del Medio Ambiente de manos del rey Felipe VI. Gallego afincado en Valencia desde los ocho años, este catedrático de Física de la Tierra es un experto internacional en teledetección aplicada. Sus trabajos han permitido monitorizar la temperatura de la tierra y de los océanos y le han convertido en un referente en el análisis medioambiental a partir del uso de los datos suministrados por los satélites. En 1996 ya se adelantó a las preocupaciones actuales y montó una Unidad de Cambio Global. Tras recibir el galardón concedido por un jurado que incluye a 19 premios Nobel, dotado con 100.000 euros y otorgado por la privada Fundación Premios Jaime I, Sobrino ha encontrado un momento entre saludos, enhorabuenas y despedidas de familiares para leer una información que acababa de publicar EL PAÍS sobre el máximo histórico alcanzado por los gases de efecto invernadero.

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Pregunta. Estos datos son indicativos de que la situación es alarmante, ¿no?

Respuesta. Es un indicativo de que no se ha tomado ninguna medida para reducir las emisiones. Seguimos con el negocio como siempre. Por tanto, sigue la tendencia. Si uno ve las últimas medidas in situ, hechas en Hawái, comprueba que son más de tres partes por millón en volumen en CO2 por año, veníamos de dos y pico, por tanto, estamos acelerando la emisión de gases, cuando deberíamos estar reduciendo tras el acuerdo de París y de todos los protocolos ambientales.

P. Porque no se ha hecho apenas nada.

R. Esto es porque no se están tomando las medidas para cambiar las energías del carbón, del petróleo y del gas, con el objetivo de dar un mayor peso a las energías renovables. También debería aplicarse toda la tecnología que por lo menos da un mayor rendimiento energético con lo que hay hoy.

P. ¿Cuál es el umbral del desastre?

R. Es difícil hablar de tiempo porque en el clima hay lo que se llaman los efectos de retroalimentación, que son complicados de estimar. Por ejemplo, la desaparición de hielo en el Ártico hace que aumente la temperatura, porque al desaparecer la capa de nieve la radiación solar en lugar de reflejarse se absorbe. Es un dato adicional al deshielo. Y lo mismo pasa si se deshiela la Antártida o cualquier otro sitio. El aumento de temperatura en Siberia hace que el permafrost se funda y se libere metano, y este metano y otros aspectos son difíciles de controlar y medir. Por tanto, es muy complicado. Pero nosotros no pretendemos ser apocalípticos. Lo que pretendemos es dejar bien claro que hay un cambio climático que está ahí y que no vamos a poder frenar, ya no es cuestión de evitarlo, pero cuanto más hagamos pues menores serán las consecuencias. Si queremos intentar que la subida del nivel del mar no sea todo lo importante que podría ser deberíamos actuar ya. Está habiendo predicciones de un metro para el 2100, pero si no hacemos nada podemos llegar a dos o tres metros.

P. Los investigadores aseguran que estos máximos no se registran desde hace tres millones de años, ¿por qué?

P. El cambio climático ha existido siempre, por erupciones volcánicas, por la radiación solar debido a la mecánica orbital y todas las ecuaciones de Milankovitch [describen los efectos conjuntos que los cambios en los movimientos de la Tierra provocan en el clima], que justifican la presencia de glaciaciones e interglaciaciones. La diferencia es que hoy tenemos datos de hace 800.000 años, tomados en catas en la Antártida. Y ahí vemos que como mucho llega a 280 partes por millón cuando hay una interglaciación, como estamos ahora, pero nunca se había llegado a los 410 prácticamente como tenemos, nunca ha subido tanto, ni nunca ha sido tan rápido ese aumento. Es evidente que esta subida es paralela a la industrialización. Aunque haya un cambio climático de fondo natural, digamos que el provocado por el hombre es mucho más importante.

P. ¿Y cómo se vivía entonces?

R. Hace tres millones de años, el ser humano no estaba por ahí, funcionando, claro. La diferencia principal en todo este tiempo es que el ser humano es una fuerza que está actuando sobre el clima y eso se ve claramente en las mediciones de concentración de gases de efecto invernadero y en todos los demás efectos que se ven. Con las imágenes de satélites estamos viendo el cambio en la cobertura terrestre y estamos viendo efectos a 30 años vista, algo francamente grave en la base de datos histórica

P. ¿Se pueden percibir estos cambios en la corteza terrestre de año en año?

R. Depende de los parámetros. En deforestación, por ejemplo, en octubre de 2017, en la península ibérica se quemaron más de 300.000 hectáreas. Ahí vemos los cambios. Cambios en el aumento de temperaturas se aprecian cada año, que es más caluroso que el anterior. Un indicador interesante es el de las noches tropicales, aquellas en que la temperatura es mayor que 20 grados durante toda la noche. En estas latitudes, en Valencia, hemos pasado de 40 noches en la década de los 80, a los 80, de la actualidad, 40 noches más en 40 años.

P. ¿Es lo que llaman la isla de calor?

R. Es la diferencia de temperatura que sufre el habitante de una ciudad por el hecho de estar en la ciudad y la temperatura que podría haber en ese mismo espacio si fuera una zona rural. Lo que hacemos es medir una zona rural adyacente. Depende de la densidad urbanística, pero la diferencia es de cinco o seis grados

P. Pero se sigue construyendo igual, ¿no?

R. Se deberían tener en cuenta todos esos aspectos, que reducen la temperatura, cuerpos de agua, jardines... Podemos utilizar los datos de teledetección para la planificación urbanística.

P. ¿De qué alertan especialmente los llamados centinelas del espacio?

R. Se llaman centinelas porque, en su génesis, es un programa de satélites de la Agencia Estatal Europea que lo financia la UE dentro del programa Copernicus. En la actualidad es un programa con siete satélites. Luego se lanzarán 30. El programa se alimenta de los datos de estos satélites, de otros, de medidas in situ y de modelización. Y con todo esto hace predicciones. Se pueden detectar desastres naturales, por ejemplo, el área quemada en tiempo real y su severidad. Lo mismo ocurre con la sequía o las inundaciones. Podemos evaluar los daños. También los modelos meteorológicos. Pero en meteorología no puedes ir mucho más allá de cinco días, pero en lo climático sí, porque hablamos de tendencias, que se ven claramente a 30 años. El aumento de temperatura en el Mediterráneo es importante y ese calor latente aumenta las tormentas, lo que hace que los efectos sean devastadores.

P. ¿Qué sería más catastrófico para España: el deshielo de Ártico o el de Groenlandia?

R. El Ártico no genera ningún problema en el aumento del nivel del mar porque es hielo flotando. El aumento del nivel del mar es debido tanto a la expansión térmica como al deshielo del hielo que está sobre la plataforma terrestre. Por tanto, el deshielo de Groenlandia tendría un gran impacto en el nivel del mar. Pero si desaparece la capa de hielo en el Ártico aumenta la temperatura, como decíamos, y a la larga es un reforzamiento que afectará sobre todo a la calidad de vida.

Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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