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“Denuncié, me dijeron que no pasaría nada y mis hijas ya no están”

Nerea y Martina, de seis y dos años, fueron asesinadas por su padre. La madre, Itziar Prats, denuncia por primera vez públicamente el abandono de las instituciones a las que pidió protección

Pilar Álvarez
Las manos de Itziar Prats con una mariposa. Es el símbolo contra la violencia de género que le mandó otra mujer anónima.
Las manos de Itziar Prats con una mariposa. Es el símbolo contra la violencia de género que le mandó otra mujer anónima.Andrea Comas (EL PAÍS)

El 25 de septiembre del año pasado, dos niñas de dos y seis años fueron asesinadas en Castellón por su padre, Ricardo Carrascosa. Después de matarlas, se tiró por la ventana.

Itziar Prats es la madre de las pequeñas. Aquel día empezó para ella con una llamada a las seis de la mañana. Era la policía. Creían que su exmarido se había suicidado y le pidieron que bajara a la calle. Ella preguntó por sus hijas, que estaban con él, pero los agentes en ese momento no sabían nada de ellas. Itziar Prats salió a la calle acompañada de su madre, en pijama. “Me llevaron a donde estaba para confirmar que era él. Nadie más podía hacerlo. No tenía allí familia ni nada. Subimos a la casa porque no podían abrir la puerta. Nadie tenía llaves, y hubo que llamar a los bomberos para abrir. Estuvieron llamando, a ver si abrían las niñas. Me decían que las llamara yo porque me conocían la voz y así contestarían. Los bomberos abrieron la puerta a golpes y entramos. Un bombero, una sanitaria, un policía y yo después. No me dejaron pasar. Me quedé en el pasillo. Dijo la sanitaria: ‘¡Que no pase, que no pase!’. Y ahí fue cuando ya me di cuenta de que mis hijas no estaban. No sé si me desmayé o qué pasó, pero lo siguiente que recuerdo es que estaba en el suelo, abrazada por el policía que me sacó de allí”.

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Han pasado seis meses desde ese día. Itziar Prats, psicóloga nacida en Getxo hace 43 años, está sentada en el banco de un parque del centro de Madrid. Aún no sabe todo lo que ocurrió en ese piso ni cómo ocurrió. Ahora vive en la capital. Sigue una terapia con una psicóloga y la ve también un psiquiatra. Ha vuelto a la casa de sus padres. A la habitación de su infancia. Es la pequeña de tres hermanos, la única chica. Se mudó tras incinerar a sus hijas, Nerea y Martina, y repartir la mayoría de sus cosas. Se quedó con algunas prendas de bebé que la abuela hizo para ellas: “He dado todo. No quería tener nada delante porque a mí no me servía nada más que para sufrir”.

Guarda en su teléfono imágenes y vídeos de las dos niñas. La mayor, muy espigada y guapa. La pequeña, también muy linda, aparece gesticulando y bailando llena de vida. Los revisa a menudo para no olvidar sus caras.

Él había amenazado con matarlas. Ella acudió al sistema, que le falló

Ricardo Carrascosa había amenazado con matarlas. Lo repitió varias veces y ella pidió protección. Acudió al sistema y el sistema le falló estrepitosamente. Las instituciones que debían velar por ella no creyeron su llamada de auxilio. Pero él cumplió su amenaza.

Se casaron en 2009 tras mudarse a Castellón dos años antes. Allí él trabajaba como azulejero y ella como educadora de un centro de menores. Vivían lejos de sus respectivas familias. La de ella, en Madrid. La de él, en Villanueva del Arzobispo (Jaén), el pueblo donde nació. Itziar Prats decidió divorciarse en 2017. Asegura que él se había vuelto demasiado egoísta: “Era como si no tuviera una familia. Se dedicaba a él y a quejarse de que no le prestaba atención y de que les dedicaba mucho tiempo a las niñas”, dice.

La primera denuncia la puso en febrero de 2018, meses después de iniciar los trámites de divorcio. Aquel viernes 23 de febrero, horas antes de que Prats fuera a comisaría, ambos estaban en la mesa de una cafetería de su barrio, intentando cuadrar los horarios de visita de Carrascosa a las niñas. Decidirlo siempre era una pesadilla. Y la cosa se había complicado aún más. El juzgado acababa de establecer un régimen de visitas que él rechazaba.

Dibujo de los alumnos del colegio de Nerea en recuerdo de las niñas.
Dibujo de los alumnos del colegio de Nerea en recuerdo de las niñas.

Itziar Prats tenía la custodia y Ricardo Carrascosa, acceso restringido a las niñas. Protestó también por la manutención que debía abonar: 200 euros mensuales por cada una. “Me has arruinado vivo”, le reprochó. Y le advirtió de que ella también lo iba a perder todo. No era la primera vez que lo decía: “Puedo acabar en la cárcel y todos muertos”.

Discutieron. Él se llevó a las niñas, que le tocaban ese fin de semana. El dueño de la cafetería se acercó a Itziar Prats y le ofreció su ayuda tras oír la discusión. Ella recordaría después que podría haber declarado como testigo de la ira de su exmarido, tal como dejó recogido en la denuncia. Pero ni la policía, ni la juez ni el fiscal pidieron su declaración. Ni la de la vecina que había visto tantas cosas, ni la del médico que había alertado al Juzgado de Violencia de la Mujer de un posible caso de maltrato antes incluso de que Prats se decidiera a denunciarlo.

“Consideraron que no había un riesgo grave como para poner una medida”

Ella se quedó muy nerviosa en la cafetería de Castellón porque las niñas iban a estar todo el fin de semana con el padre. Se acercó al Centro de la Mujer, donde la estaban atendiendo desde que empezó el proceso de divorcio. “Me dijeron que no pasaría nada, que los hombres decían mucho pero que no hacían nada. Y aún así fui a comisaría a denunciarlo”. Habló de los “momentos de violencia” de Carrascosa, “los enfados cuando bebía o cuando rompió cosas en casa”.

Tras horas de declaración, en la que ella detalló las amenazas a las niñas, clasificaron su situación de riesgo bajo”, el segundo de menor intensidad después de no apreciado”. Por encima hay otros tres: medio, alto y extremo”. “Las amenazas contra mis hijas no se contemplaban en el cuestionario. Y claro, ¿cómo vas a medir una cosa que no está registrada?”.

El cuestionario policial que determina el riesgo de las víctimas de violencia de género, en uso desde 2007, ha sufrido cuatro modificaciones. La última, en vigor desde el pasado 13 de marzo, incluye instrucciones específicas para evaluar el riesgo de asesinato de las mujeres —que hasta ahora no se contemplaba— y el de los menores. Los hijos se contabilizan como víctimas de violencia machista desde 2013. Han sido asesinados 27 desde entonces, incluidas Nerea y Martina, para quienes el cambio del protocolo policial llega demasiado tarde.

Aquel 23 de febrero, en la comisaría, no hubo preguntas para evaluar el riesgo de que Carrascosa asesinara a sus propias hijas como la madre había denunciado. Y eso marcaría el resto del procedimiento. Itziar Prats salió de allí de madrugada, con el aviso de que lo iban a detener: “Me pidieron que estuviera pendiente porque sacarían a las niñas primero de casa y me llamarían a mí”.

No la llamaron en todo el fin de semana. A él no lo detuvieron hasta el lunes por la tarde. Ella acudió a declarar al juzgado de guardia ese mismo sábado. Tampoco hicieron nada: “Me dijeron que como juzgado de guardia no tenían capacidad sobre esta situación. Volví a casa y estuve esperando. El domingo mi madre, que había venido de Madrid, recogió a las niñas”.

Cuando detuvieron a Carrascosa, tres días después de su denuncia, tampoco la avisaron. Se lo comentó su abogado de oficio, al que se lo dijeron cuando fue al juzgado por otro asunto. Le tomaron declaración y le dejaron salir.

“Que se escuche a los niños. Los niños tienen mucho que decir”

Junto con las fotos de sus hijas, Itziar Prats ha guardado en su teléfono conversaciones grabadas con su exmarido. Remitió al juzgado esos audios, que ella misma transcribió, en los que él la insulta y le advierte de que se va a quedar sola. También las fotos del carrito de Martina que Carrascosa rompió. El juzgado no lo vio relevante. Todo tenía aspecto de un divorcio complicado cuando había detrás mucho más. "Denuncié, me dijeron que no pasaría nada y mis hijas ya no están", añade Prats. “Consideraron que no había un riesgo tan grave como para que tuvieran que poner ninguna medida y que era incongruente lo que hacía con lo que pedía”, dice ella.

—¿Por qué?

—La juez entendió que no había explicado suficientemente mi temor. Y que me había ido a vivir a 200 metros de él. No me preguntó por qué lo había hecho ni qué era lo que yo temía. No me preguntó nada. Solo si me ratificaba en la denuncia.

—¿Por qué se fue a vivir al lado?

—Porque no encontré otro piso, porque trabajaba al lado y la guardería y el colegio estaban allí. Sus amenazas no eran contra mí, eran hacia ellas y tenía derecho a visita.

—¿Alguien examinó a sus hijas?

—No, ni a mis hijas ni a Ricardo ni a mí. No me creyeron.

—¿Alguna vez la revisaron desde la Unidad de Valoración Forense? [un servicio integrado en los juzgados con especialistas para ayudar en los casos].

—No. No pidieron informe al Centro de la Mujer al que acudía aunque sabían que estaba en tratamiento. No pidieron nada.

El caso quedó sobreseído en mayo. El fiscal se sumó a la juez y también consideró que no había ningún incumplimiento. El abogado recomendó a Itziar Prats que desistiera: “Pensé que no habían considerado muchas cosas, no se valoró lo que yo aporté. No tienen en cuenta que están trabajando con personas. Eres una más y ya está. Les da igual”.

Pequeños gestos

Y llegó el 25 de septiembre, ese día que empezó temprano para Itziar y cuyas imágenes se le han repetido cada noche sin que pudiera evitarlo hasta hace muy poquito. Vive la vida como si no fuera la suya, intenta seguir adelante. “Voy mejor. Procuro no quedarme en casa. Levantarme, vestirme, salir. Es necesario”, dice ahora dando un paseo hacia una cafetería en Madrid. Hace frío.

Las mariposas que Itziar Prats y su madre tejen en recuerdo de las víctimas de violencia machista.
Las mariposas que Itziar Prats y su madre tejen en recuerdo de las víctimas de violencia machista.

Va al gimnasio y está estudiando, aunque le cuesta mucho concentrarse. Le gusta caminar y el campo. Queda a menudo con la familia y los amigos. Agradece mucho el respaldo que recibe de gente corriente de Castellón. Compañeros de trabajo, del colegio, amigos y vecinos. “He tenido el apoyo incluso de personas que no me conocían, les ha llegado esto y se han puesto en contacto conmigo. Intentan aportar cada uno su granito de arena para que yo esté mejor y esto sea visible”. Le reconforta el apoyo de la gente pero prefiere seguir siendo anónima. Por eso pide no salir en la fotografía. Por eso ilustran este reportaje sus manos con una mariposa que, en noviembre, le envió una de esas desconocidas en recuerdo de las víctimas de la violencia machista. “Todos somos capaces de hacer un pequeño gesto que impulse el cambio”, decía. Quiere que lleguen al mayor número de sitios posibles para abrir una reflexión. Así que la madre de Prats no ha dejado de tejer mariposas desde entonces. Su padre está “en lucha”, explica ella: “Quiere hacer algo para que no vuelva a pasar esto, que no se repita”.

—Y usted, ¿qué quiere?

—Que esto no se normalice porque no es normal. Y que termine. O al menos que se tenga más en cuenta lo que pasa de forma individual, porque cada caso es un mundo. Que las personas que lo tratan estén formadas, eso es esencial. Muchas, al menos desde mi experiencia, no te entienden. Y que se escuche a los niños. Los niños tienen mucho que decir.

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Sobre la firma

Pilar Álvarez
Es jefa de Última Hora de EL PAÍS. Ha sido la primera corresponsal de género del periódico. Está especializada en temas sociales y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en este diario. Antes trabajó en Efe, Cadena Ser, Onda Cero y el diario La Opinión. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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