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El cuco no es tan parásito

Ni los cuervos que acogen sus huevos son tan tontos: todos sacan algo

Javier Sampedro
Un cuco (a la derecha) junto al cuervo al que parasita.
Un cuco (a la derecha) junto al cuervo al que parasita.Vittorio Baglione.

Hemos sido injustos con los cucos. Porque es cierto, para qué engañarnos, que ponen sus huevos en los nidos de los cuervos para así criarlos sin necesidad de dar un palo al agua. Pero también es cierto, según se acaba de saber, que los pollos de los cucos ayudan a los cuervos a mantener alejados a sus depredadores; y que gracias a eso los nidos de cuervos que están parasitados por los cucos prosperan mejor que los que no lo están, contra todas las enseñanzas de Esopo y otros intoxicadores clásicos.

¿Hay que limpiar la imagen del cuco, entonces? Quizá limpiar no sea el verbo adecuado; porque resulta que los pollos de cuco emiten una mezcla de ácidos, indoles, fenoles y varias clases de sulfuros pestilentes que horrorizan a los gatos silvestres que pretendían comérselos, y a las aves de presa que pretendían comerse los restos de la fiesta. Así concluye un estudio de 16 años sobre los cucos y los cuervos del norte de España que implica a investigadores del CSIC, las universidades de Oviedo y Valladolid y el Instituto de Gestión Forestal Sostenible de Palencia. Larga vida al cuco, ese genio incomprendido del parasitismo.

El trabajo ilustra con nitidez que la distinción clásica entre parasitismo (donde una especie se aprovecha de otra de manera impune) y mutualismo (donde las dos sacan algo del intercambio) puede llegar a ser muy difusa. Los cucos y los cuervos mantienen una relación que fluctúa entre el parasitismo y el mutualismo de una temporada a otra. Y el factor determinante es en realidad por completo ajeno a ellos. Se trata de la presión que sufren ambos de los predadores que les son comunes.

En tiempos de paz, cuando los felinos y las rapaces escasean o brillan por su ausencia, el cuco es un parásito del cuervo: tira algunos huevos de cuervo fuera del nido para librarse de competidores y reduce la ingesta del resto con su mera y demandante presencia. Pero cuando los predadores arrecian, los hediondos fenoles y apestosos sulfuros del pollo invasor resultan de gran servicio para refrenar el instinto carnívoro de sus fauces. Siempre es mejor sufrir una peste que un bocado.

Los resultados de los científicos españoles ayudan a explicar una paradoja evolutiva. Si el cuco fuera un mero parásito, cabría esperar que, después de millones de años de poner sus huevos en lugar indebido, sus víctimas los cuervos hubieran desarrollado defensas contra ese popular timo. O bien se hubieran extinguido, siguiendo las implacables normas de acceso a la siguiente generación que impone la evolución darwiniana.

Pero el cuco parece seguir más bien un principio general de la biología de los parásitos: para que no te echen, hazte imprescindible. La dinámica darwiniana permite que una especie soporte el ventajismo de otra en ciertas condiciones, o durante ciertas temporadas. El resto del tiempo, cuando vienen mal dadas, el cuco tiene que devolver el favor. Ley de convivencia.

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