Las fotos que sobrevivieron al hielo
El hallazgo en la Antártida de 22 imágenes inéditas de la expedición de Shackleton de hace un siglo abre una nueva ventana a la edad heroica de la exploración e invita a reflexionar sobre la fotografía polar
Son solo un puñado de viejas fotos olvidadas hace un siglo, pero ¡qué emocionantes! Ventanas a un tiempo desvanecido de aventura y coraje, nos arrastran al gran mundo de la conquista polar y las bellezas y sevicias de los hielos. Nos reencontramos en esas imágenes con la épica de las expediciones históricas a la Antártida, colmadas de heroísmo, increíbles padecimientos, y mucho, mucho frío. Ellas mismas, las fotos, han experimentado en su piel de celuloide el mordisco helador del continente blanco que sufrieron los exploradores. Convertidas en un manojo informe y ennegrecido esperaban la mano redentora del destino igual que lo aguardó la desgraciada partida del capitán Scott en su tienda postrera al regreso del desastroso viaje al Polo Sur en 1912. Las fotos han tenido mejor suerte: se han salvado.
El reciente hallazgo de los 22 negativos en una pequeña caja en el cuarto de revelado de la cabaña en el cabo Evans, que era la base principal de la expedición de Scott en 1911, nos permite asomarnos de nuevo a la época heroica de la expedición polar y nos invita a reflexionar sobre el importante papel de la fotografía en aquellos episodios grandiosos en personajes, hazañas y desastres.
Una ojeada superficial a las nuevas fotos podría provocar cierta desilusión —sobre todo si comparamos el hallazgo con el anterior de 11 botellas de whisky de la expedición de Shackleton con el Nimrod—: un iceberg tras el que aparece tierra, el mar y un glaciar, un paisaje nevado, una isla helada… Pero es imposible no rendirse enseguida a la fascinación que ejercen esos paisajes desolados enmarcados en negro y requemados, manchados y corroídos. En una de las imágenes que muestra una vista del estrecho de MacMurdo desde las montañas transantárticas la nieve, el mar y el cielo se mezclan indisolublemente en una estampa de indescifrable desazón. Pone los pelos de punta y a la vez lanza un soplo de gélida vitalidad sobre cualquier alma inquieta. No sabes si salir corriendo o ponerte a tirar de un trineo.
En dos de las fotos que ha rescatado tras un complejo proceso de restauración el Antartic Heritage Trust, organización neozelandesa que se encarga de conservar varios lugares históricos en la región del mar de Ross, se reconoce a Alexander Stevens (1886-1965), miembro de la Expedición Imperial Transantártica (1914-1917: sí, se cumple este año un siglo), la famosa expedición liderada por Ernst Shackleton que tenía el propósito de cruzar el continente y cuyo fracaso dio pie a la que está considerada una de las aventuras de resistencia, coraje y liderazgo más extraordinarias de la historia de la exploración. Stevens era el jefe científico del segundo de los dos equipos en que dividió Shackleton su fallido ataque a la Antártida. El primero, con 28 hombres bajo su mando directo y a bordo del Endurance, fue el que quedó atrapado por el hielo en el mar de Weddell, mientras que el segundo, de 10 hombres, en otro barco, el Aurora, se dirigió al mar de Ross para servir de apoyo descargando suministros en el cabo Evans. Tras quedar el Endurance estrujado por el hielo, Shackleton logró después de penalidades sin cuento que hacen buena aquella máxima de otro explorador, Cherry-Garrad, de que la exploración polar es la peor forma de pasarlo mal que se ha inventado, conducir a todos sus hombres a la salvación. No tuvo la misma suerte el equipo del Aurora —lo que para los críticos de Shackleton es prueba de que no fue tan buen líder, ya que en realidad sí perdió a algunos de sus hombres—: murieron tres, durante el viaje para establecer depósitos de provisiones en la ruta que debía seguir el grupo principal.
Los pioneros polares eran personajes mediáticos y precisaban imágenes de sus proezas y sufrimientos
Las fotos halladas ahora en el viejo cuarto oscuro de la base de Scott, reaprovechada por otras expediciones, las hizo un miembro no identificado del equipo del Aurora y corresponden a esa aventura paralela a la de Shackleton. No poseen la extraordinaria calidad de las que tomó el australiano Frank Hurley (1885-1962), el fotógrafo y cámara oficial de la expedición y que acompañaba al líder en el Endurance. Las imágenes de Hurley son parte de la gran iconografía polar. Desde luego tuvo tiempo para hacerlas, pero eso no resta mérito a, por ejemplo, las estremecedoras y fantasmagóricas que tomó del Endurance en su prisión de hielo siendo progresivamente engullido. Era un tipo de carácter difícil —como tantos fotógrafos, sobre todo si los obligas a alimentarse con hígado de foca—, pero tuvo los arrestos de lanzarse al agua para recuperar varias de sus placas y documentó aquella tremenda aventura blanca.
Cuando hubo que abandonar el barco, Shackelton obligó a sus hombres a cargar solo con lo indispensable —aunque peor le fue al gato, Señora Chippy (en relidad un macho), que fue sacrificado—. Entre las pocas excepciones estuvieron Hussey, al que se le permitió llevar su banjo, para animar un viaje por la banquisa en el que se preveían pocas distracciones salvo contar morsas y sabañones, y Hurley, que pudo cargar con una cámara, película y una selección de 400 de sus placas. De esa manera fue capaz de realizar la imagen quizá más emblemática de la expedición: el grupo de isla Elefante vitoreando la partida del bote James Caird en busca de ayuda.
Los pioneros polares ya sabían que eran personajes mediáticos, como diríamos hoy. Shackleton era muy consciente del valor de las imágenes, como lo eran también Scott, Amundsen y Nansen. Este realizó él mismo extraordinarias fotos de las expediciones del Framm y se retrató conspicuamente (e incluso concupiscentemente —las famosas fotos desnudo, ya mayorcito, para su joven amante Brenda Ueland—). A ver, cómo vas a explicar lo tremendamente mal que lo has pasado si no muestras paisajes estremecedores (!) y te hacen un retrato con la barba helada y ojos de loco. En la narrativa polar, y en la construcción de la identidad del héroe de los polos, las fotos eran un punto. Y muy convenientes para el libro y para ilustrar las conferencias. Nansen llegó a hacerse algunas en estudio y Amundsen en el jardín de su casa nevado.
Scott llevaba en su expedición de 1910-1913 al británico Herbert Ponting (1870-1935), otro extraordinario fotógrafo como Hurley —y también como él corresponsal de guerra—, autor por ejemplo de la célebre imagen en que se ve a Scott rodeado de ocho de sus hombres irradiando todos confianza y resolución, puro “we can”, o la tan hermosa del Terra nova —el barco de Scott— visto a través de una gruta de hielo que parece la enorme boca de un pez a punto de devorarlo. Pointing fue el primer fotógrafo profesional en pisar la Antártida, pero —afortunadamente para él— Scott no se lo llevó con la partida de ataque al Polo Sur. La tarea de tomar fotos durante ese infausto viaje recayó en uno de los miembros del grupo, Henry Bowers (incorporado a última hora, con cámara pero sin esquís), y a él le debemos las terribles imágenes de Scott, Evans, Oates y Wilson derrotados junto a la tienda y la bandera noruega dejadas por Amundsen tras llegar el primero, o del grupo posando con caras largas en las que es fácil leer que están pensando cosas como “j... noruegos”, “si lo se no vengo” y “menudo viaje de vuelta nos espera”, vamos todo menos “Cheeeeese”.
Las fotos fueron recuperadas junto al cuerpo de Scott al hallar la partida de rescate ocho meses después de su muerte la tienda en la que se encontraban los cadáveres del líder, Wilson y Bowers (Evans había muerto por el camino y Oates marchándose heroicamente de la tienda en calcetines: es una pena que no le hicieran una foto en ese bravo trance). Las que tomó Bowers son seguramente las fotos más dramáticas de la historia de la exploración polar, conociendo el destino de los retratados y la manera en que han llegado a nosotros.
En el equipo ganador, el de Roald Amundsen, la foto más representativa, una de las más significativas de la historia polar y la más celebrada de Noruega, la tomó Olav Bjaaland, vecino de Telemark. La famosísima imagen muestra a Amundsen, Hanssen, Hassel y Wisting todos con la cabeza descubierta (a 23 grados bajo cero) mirando hacia la pequeña tienda que han levantado coronada con la bandera de su país. Alrededor todo es de una blancura espesa en la que no se distingue nada. Podrían estar en 90° Sur o en cualquier otro sitio.
La foto tiene su muy interesante historia. De entrada, los noruegos no sabían cómo hacerla. ¿Cómo retratas para la posteridad la conquista de un lugar que es una abstracción geográfica y en el que no hay absolutamente nada? Cásquese usted 2.594 kilómetros en 99 fríos días para no tener clara la foto. “En casa todo el mundo esperaba ver la foto del Polo Sur, el gran trofeo, pero ¿cómo hacer visible lo invisible?; no había nada que mostrar allí”, me dijo el estudioso de la historia de las exploraciones Harald Ostgaard Lund, comisario de una gran exposición fotográfica sobre los héroes polares noruegos en Oslo mientras recorríamos la muestra. “Finalmente, consiguieron crear esa foto que está impresa en la memoria colectiva noruega. Convirtiendo el Polo Sur, en un lugar real. En esencia, todos los exploradores han utilizado la misma idea de un montículo, una tienda y una bandera”.
La foto también estuvo perdida durante mucho tiempo hasta que apareció en la Biblioteca Nacional de Australia en un álbum ¡de vistas de Tasmania! De hecho, paradójicamente, la prueba fotográfica de que Amundsen y los suyos habían llegado al Polo Sur no fue la foto de Bjaaland sino las que tomaron los británicos perdedores...
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