¿Quién se atreve a armar a los rebeldes sirios?
La fuerte presencia de grupos islamistas vinculados a Al Qaeda hace temer a Occidente que Siria se convierta en otro Afganistán
Corre el mes de agosto de 2012. Hace algo más de dos semanas que el Ejército Libre de Siria (ELS) ha tomado el control de la localidad norteña de Azaz, junto a la frontera turca. A la entrada de la prisión de la ciudad, un grupito de adolescentes armados con fusiles curiosean entre los periodistas a ver qué se cuece. “Este rifle es sirio, lo fabricamos aquí”, dice uno de los chavales. La culata improvisada delata que sofisticado no es, precisamente. “¿Y ese otro?”, pregunta uno de los reporteros a otro joven. “Este es un NATO [siglas en inglés de la OTAN]”, responde, “y viene de Libia”. Es decir, es un fusil ligero automático FN FAL —NATO, para los amigos, por su uso en las filas de la Alianza Atlántica—, que de un modo u otro, ninguno legal, llegó desde la Libia de la guerra a Gadafi hasta la Siria revolucionaria.
Dicho de otra forma, ese fusil es uno más de los que, en el fragor de la batalla, no responde a dueño alguno y atraviesa geografía y bandos a merced del mercado negro y las afinidades ideológicas. Las fronteras cuentan bien poco. Ocurrió en Libia durante y después de la ofensiva de 2011 —armas dejadas de la mano de Dios durante la contienda acabaron a la postre en poder de grupos de islamistas radicales en Malí— y puede ocurrir en Siria. Es este, pero no solo este, uno de los miedos que empujó recientemente a Estados Unidos y Reino Unido a suspender el envío a rebeldes sirios de lo que conocen como asistencia no letal (chalecos antibalas, cascos...). Un miedo que ya existía, pero que atizó el asalto y robo de unos almacenes de armamento localizados en la ciudad de Atmeh, junto al transitado paso turco-sirio de Bab al Hawa, en la provincia de Idlib.
Estados Unidos y Reino Unido han suspendido el envío de material no letal
“Es difícil saber dónde pueden acabar las armas”, explica desde Líbano Noah Bonsey, analista del think tank International Crisis Group (ICC), “porque las que llegan a los principales grupos pueden ser vendidas o arrebatadas por facciones yihadistas”. No fueron, aparentemente, yihadistas (combatientes extranjeros guiados por la defensa a muerte del islam) los que asaltaron el arsenal de Atmeh, en manos del Consejo Militar Sirio (CMS), cúpula que reúne a los principales mandos desertores del Ejército de Bachar el Asad y que dirige las maniobras del frente rebelde con el plácet de la oposición más moderada. Tras el robo del botín está el Frente Islámico, una organización de nuevo cuño nacida al margen del Ejército Libre de Siria (ELS), formación rebelde mayoritaria, pero que se dice desligada de los grupos que combaten bajo el sello más o menos claro de Al Qaeda.
Sean unos u otros los que acaban empuñando armas ajenas, el rompecabezas que no gusta a Washington y Londres es el siguiente: sus enlaces en el terreno son el ELS y su dirección militar, el CMS, es decir, la parte más moderada —si esto es posible— del alzamiento anti-Asad. Y si los que controlan hoy los pasos fronterizos y las vías de acceso a la tierra arrebatada al régimen son otros y no responden más que a su causa —el gobierno del islam y la sharía por la fuerza—, las piezas ya no encajan. Estos otros pelean bajo el nombre de Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, en sus siglas en inglés), están formados por yihadistas con lazos con Al Qaeda y dominan gran parte del norte del país, puerta de entrada de mucho del material militar, letal y no letal, que ha llegado a los rebeldes. “El poder creciente del ISIS en el norte”, señala Bonsey, “y su control de las carreteras principales y ciudades fronterizas hace aún más difícil saber quién acaba con las armas”. “Los grupos más extremistas [ISIS y Jabhat al Nusra]”, prosigue, “se han beneficiado además de que sus apoyos son mucho más fiables que los que tienen los más moderados, entre ellos, el CMS”. La analista del ICC alerta además de que el parón en la ayuda enviada por los norteamericanos es un nuevo “golpe” que “debilitará al CMS” frente a los grupos islamistas en alza.
El auge del Estado Islámico de Irak y Siria pone en riesgo la llegada de ayuda
Se habla de armas porque ese es el trasfondo de la decisión tomada al alimón por estadounidenses y británicos, aunque su anuncio versara en torno a la asistencia no letal (vehículos, equipos de comunicaciones, gafas de visión nocturna, etcétera). Porque si los yihadistas dan tanto miedo como para frenar la ayuda menos mortífera, de lo otro ni hablamos. Un día después del asalto en Atmeh, el portavoz del Departamento de Estado Jen Psaki aclaró poco sobre lo que había dentro de los almacenes y cuyo hurto motivó la suspensión de la asistencia. Ante la pregunta de un periodista de si había “material militar letal de EE UU u otros”, el vocero de Washington contestó que lo estaban “evaluando”. Psaki aseguró que estaban haciendo inventario, pero evitó desmentir que allí hubiera armas.
Nadie se va atrever en la capital estadounidense —hasta nueva orden— a hacer oficial una entrega de armas a grupos rebeldes sirios, pese a que el secretario de Defensa, Chuck Hagel, ha sugerido en alguna ocasión que ya había llegado la hora. La prensa anglosajona ha alcanzado a informar al menos de que la CIA cuenta con un plan para coordinar envíos hechos por los países árabes amigos de la revuelta, esto es, Catar y Arabia Saudí, principalmente.
De un lado u otro, las armas empezaron a llegar hace tiempo a la zona rebelde —sirva de ejemplo de ese flujo la detención a principios de noviembre en la provincia turca de Adana, junto a la frontera siria, de un camión con, entre otras cosas, 1.200 proyectiles—. Y las distintas facciones insurgentes han tratado de recibir cuanto más mejor.
“EE UU no quiere que Al Qaeda controle la región”, señala un experto
“Muchos de ellos”, explica Jesús A. Núñez, director del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), “se han disfrazado de corderos para recibir armamento”. ¿Cómo discernir entre unos y otros? “Es un juego que te obliga a equivocarte”, sigue Núñez, “se acaba descontrolando, es inevitable”. ¿Es mejor dejar de armar, entonces? “Una vez metidos en este escenario”, responde este experto en seguridad, “se decide armar a quien sea, y se está haciendo así con los rebeldes para empantanar a Siria en un conflicto largo, en el que Bachar el Asad es un mal menor”. Es decir, armas sí, pero no las suficientes. En opinión de Núñez, lo deseable en Siria para el presidente Obama es repetir el tipo de implicación elegida para Libia: leading from behind o liderar la intervención desde bambalinas.
Muchos de los analistas que han seguido desde marzo de 2011 la guerra siria han señalado en no contadas ocasiones que mientras el régimen de El Asad ha mantenido un apoyo regular y constante de sus aliados —sea Rusia a través de la venta de armas; Irán con más de lo mismo, enviando guardianes de la revolución o incluso comprando petróleo, y Líbano, a través de la milicia-partido chií Hezbolá en el terreno de batalla—, las fuerzas rebeldes, por falta de experiencia de sus contribuyentes algunas veces y desconfianza otras, solo han contado con ayuda externa de forma intermitente. Y eso ha tenido mucho que ver en que, sobre todo desde el verano, El Asad haya recuperado terreno perdido y asegurado vías de circulación vitales en la franja occidental del país.
“Parece”, opina Núñez, “que no hubiera interés en darles [a los rebeldes] la capacidad militar para derrocar al régimen”. El responsable del IECAH cree que esos que se dicen amigos del pueblo sirio prefieren dejar el equilibrio de fuerzas al 50% para “sentar a El Asad en la mesa de negociaciones y forzar un desarme”. Nadie quiere asumir el riesgo de armar excesivamente y sin control al bando rebelde. Las consecuencias son imprevisibles.
Algunas cancillerías se plantean aplicar el sistema de rastreo de armas electrónico
El caos con los arsenales gadafistas tras la caída del régimen libio no es, sin embargo, el temor que gobierna los recelos de Occidente, aunque sea el ejemplo más cercano. También preocupa el origen y destino de los combatientes extranjeros, los llamados yihadistas, que haberlos haylos en Siria llegados de Libia, pero también de Túnez, Irak, Arabia Saudí, España, Alemania, Canadá, Estados Unidos… El periodista, escritor y analista británico-estadounidense Peter Bergen ha dedicado parte de su carrera a trazar el ascenso de Osama bin Laden y Al Qaeda desde la guerra de Afganistán, con títulos a sus espaldas como Guerra santa o A la caza del hombre: diez años de búsqueda de Bin Laden. “Cuando hablo con suecos, daneses, noruegos...”, relata Bergen, “lo que les preocupa es saber quién viaja a Siria y quién vuelve de allí”.
Europa, continúa el también columnista de CNN, quiere evitar eso que tras la guerra abierta a los soviéticos en el Afganistán de los ochenta se llamó blowback, es decir, que armas y financiación entregadas a uno de los bandos acaben un día volviéndose en contra. Según las cifras recogidas por Bergen para Guerra santa, la Operación Ciclón firmada en 1979 por el presidente Jimmy Carter y continuada durante su mandato por Ronald Reagan gastó en los afganos levantados contra el Gobierno de influencia comunista alrededor de 3.200 millones de dólares en el periodo 1981-1987 y 4.200 millones más en los cinco años siguientes. Washington canalizaba esta ayuda a través de los servicios de inteligencia paquistaníes.
Los atentados del 11-S de 2001, bajo la rúbrica de la red Al Qaeda, liderada por el saudí Osama bin Laden y fundada en 1989 en Pakistán en su gran mayoría por excombatientes de la guerra afgana, hicieron a muchos echar la mirada hacia atrás. El blowback se hizo realidad. “Lo que ahora preocupa a EE UU sobre Siria no es que vayan ciudadanos estadounidenses a combatir”, explica Bergen, “es más estratégico, temen que Al Qaeda tome el control de la región porque eso sería un problema”. De acuerdo con la información que ha ido recogiendo este periodista, tan solo una decena de estadounidenses se han visto involucrados en la guerra siria. En total, entre 6.000 y 10.000 combatientes extranjeros de 80 países han podido viajar a luchar contra el régimen de El Asad, de ellos, algo menos de un millar llegaron de Europa, sobre todo de Alemania, y un centenar salió desde Canadá.
“El envío de armas es un juego que te obliga a equivocarte”, dice un analista
Eso sí, Bergen avisa de que ya se alertó contra un posible blowback en 2005 procedente de la guerra de Irak y no pasó. En cualquier caso, ¿hay forma de controlar al menos las armas que llegan a Siria? “No hay manera”, resuelve el analista. “Si ni siquiera podemos controlar el mercado negro de armas en EE UU, ¿cómo lo vamos a hacer en Siria?”.
Según el investigador Pieter Wezeman, del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, en sus siglas en inglés), entre el armamento que ha llegado al frente alzado hay armas ligeras, rifles, lanzagranadas y lanzacohetes portátiles antitanques y antiaéreos. Casi nada de lo que los alzados necesitan para contrarrestar el poderío aéreo de El Asad. ¿Y si cae en manos equivocadas? “Los rebeldes podrían utilizarlas para el abuso de los derechos humanos”, responde Wezeman, “y eso es un asunto de especial relevancia para Estados Unidos, Reino Unido o Francia”. “Si sale a la luz que sus armas fueron usadas para cometer atrocidades”, prosigue, “podría acarrearles problemas políticos de importancia; en cambio, Arabia Saudí o Catar tienen estándares diferentes”.
Pero sí hay alguna que otra manera para saber por dónde andan las armas que uno envía a la guerra. Y los Gobiernos las tienen en sus oraciones, aunque no sean por el momento muy efectivas. Como explica el investigador del SIPRI, el rastreo del armamento es aún un “gran problema”. “Para armas pequeñas y municiones”, explica Wezeman, “no hay apenas métodos para seguirlas o desactivarlas”. Sí parece que países como Francia se plantean usar una suerte de candados electrónicos para anular por control remoto armas más pesadas y sofisticadas. “El problema”, prosigue el experto del instituto sueco, “es que los rebeldes cuentan con frecuencia con recursos para desactivar esta tecnología”.
Entre 6.000 y 10.000 combatientes extranjeros han viajado ya a Siria
No hay modo de garantizar el buen uso del armamento entregado a grupos rebeldes. ¿Qué es lo que teme EE UU, que se repita lo de Libia? “No estoy tan seguro de eso", afirma Wezeman. “Probablemente la gran lección sea todavía Afganistán, donde los muyahidin [combatientes afganos] pasaron de ser aliados contra los soviéticos a convertirse en Al Qaeda”.
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