“Reivindico para la Iglesia africana la independencia”
El sacerdote dice que los blancos no están listos para tener un Papa negro
Ser un verso suelto es una profesión de riesgo. Ese pensamiento ha debido pulular en la cabeza de Cyprian Melibi, sacerdote camerunés de 42 años. “¡Dios mío. Por qué me cae a mí España!”, exclamó cuando le notificaron su destino. “Me lo tomé como un castigo”, añade. Nuestro país no es la Tierra Prometida a ojos de los jóvenes sacerdotes de la zona francófona africana, que más bien sueñan con Francia, Roma, Bélgica o Canadá.
Aterrizó hace cuatro veranos en la Universidad de Navarra para licenciarse en Teología Social sin saber siquiera saludar en castellano. “Nunca me sentí cómodo con el Opus. Había una manera de tratar a los españoles distinta que a los africanos”. Aquella experiencia agudizó su espíritu crítico. Antes de darle un trago a su bebida denuncia que en África también impera el oscurantismo de la sobrecracia. “Los políticos tratan de hacer la vida más cómoda a las altas esferas eclesiales”, explica. Como bien reza un dicho camerunés, “la boca que está llena no puede hablar”. “No me han ofrecido ningún sobre porque nunca he desempeñado altos cargos”, sonríe.
Melibi ha participado recientemente en el trigésimo tercer Congreso de Teología celebrado en Madrid, con tanto éxito que tarda 25 minutos en recorrer los 100 metros que le separan de la cafetería. Ataviado con su bubú, el discurso de este capellán de un hospital de Cercedilla (Madrid) es pura pasión. “Reivindico la independencia de la Iglesia africana. A los misioneros solo les importaba asegurar un cielo maravilloso a los africanos, mientras sus condiciones de vida eran miserables”.
Cafetería Prado. Madrid
• Copa de rioja: 3,30 euros.
• Zumo de naranja: 4,90.
• Coca-cola light: 3,00.
• Total: 11,20 euros.
Hijo de un maestro católico y de un ama de casa, su rostro se apaga al recordar una eucaristía que ofició en Akom II, aldea muy pobre al sur de Camerún. “No había vino y un enfermero jubilado que tenía a su hija en el hospital compró una botella con sus últimas monedas en detrimento de los medicamentos de su hija. Dos días después, la niña murió. Mi conciencia sintió que había robado el dinero a ese señor. ¿Por qué es obligatorio celebrar misa con un vino de Italia en un pueblo mísero de África?”, se lamenta mientras ahoga una servilleta amarilla entre sus dedos.
Su padre, un hombre que imponía una disciplina monástica en casa, le había diseñado una carrera como empresario. Pero este socio del Real Madrid tuvo clara su vocación desde que apenas levantaba 2 palmos del suelo y emulaba a Casillas en las calles de su Zoetele natal. Interrumpe su relato para pegarle un tiento a la copa de rioja antes de narrar cómo se conchabó con su abuela para ocultarle a su progenitor el deseo de convertirse en ministro de Dios. Cuando se lo confesó, su padre estuvo tres años sin hablar de ese asunto.
Su indomable gestualidad se multiplica al hablar de un Papa negro. “Los blancos aún no están preparados para que un negro venga a mandar en sus cosas. ¿Usted cree en un arzobispo de Madrid negro? Eso provocaría una diarrea en la gente, un terremoto de fe”, sentencia entre carcajadas. No entra en sus planes ocupar ese cargo porque regresará a Camerún cuando defienda su tesis sobre el teólogo de la liberación Jean Marc Ela, en 2015. “En mi diócesis de Ebolowa, de mayoría protestante, he trabajado en parroquias rurales y he comprobado la realidad del hombre más pobre de África. He dormido en casas sin muros, sin techo”. Y ahí volverá.
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