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OBITUARIO

Donald Low, el portavoz de la epidemia de SARS

El canadiense se despidió con un alegato a favor de la eutanasia

Donald Low, en 2001.
Donald Low, en 2001.GETTY IMAGES

El canadiense Donald Low (Winnipeg, 1945) estaba destinado a ser un eficaz médico sin un perfil mediático llamativo. Experto en fascitis necrotizante e infecciones por estafilococo, nada hacía imaginar que se iba a convertir, primero, en un rostro familiar para sus ciudadanos. Y, ahora, a raíz de su muerte, en un fenómeno de Internet.

La primera llamada para la fama le vino de Asia. En 2003, un coronavirus creó una epidemia de enfermedades respiratorias (el síndrome respiratorio grave y agudo, SARS por sus siglas en inglés) que, desde Hong Kong, acabó en Canadá.

El patógeno llegó a una residencia de ancianos, y las autoridades ordenaron el aislamiento de los ingresados y el personal que les atendía. Low fue uno de ellos, y se convirtió, sin haberlo buscado, en el portavoz oficioso del SARS en Canadá (y, por extensión, en Estados Unidos). Las retransmisiones desde su casa dando cuenta de su estado y de la evolución de la pandemia, que concluyó en tres meses después de dejar unos 300 fallecidos (40 de ellos en Canadá), le convirtieron en un personaje popular.

El coronavirus que llegó a Canadá

El pasado 8 de septiembre, 10 días antes de fallecer, comenzó su última oleada de reconocimiento. El médico fue diagnosticado de un cáncer cerebral en febrero de este mismo año, y siete meses después recurrió a YouTube para plantear su situación.

En la imagen se ve a un hombre delgado que necesita que un esparadrapo le mantenga el párpado del ojo izquierdo abierto. Durante algo más de siete minutos desgrana su vivencia del cáncer, su debilitamiento y cómo le había ido robando la autonomía. Y hacía una encendida defensa del derecho a la eutanasia.

Quiso decidir su muerte, pero

“El diagnóstico lo llevé bien; lo peor fue decírselo a la familia”, cuenta mirando con entereza a la cámara. “Supe que iba a tener problemas de visión, debilidad, de oído, para tragar. Moriré paralizado, necesitando que me cuiden, que me lleven al baño. No tengo miedo a morir, pero no quiero sentirme atrapado en un proceso en el que, al final, seré incapaz de controlar mis propias funciones fisiológicas”, desgrana con precisión médica. “Los cuidados paliativos me aliviarán algo, pero no van a impedir mi sufrimiento”, concluye.

Por eso, cuenta que intentó tener acceso a un suicidio asistido, “un cóctel de narcóticos” que está disponible “en Suiza, Holanda y algunos Estados de Estados Unidos”. Pero, en su país, esto fue imposible. Murió 10 días después dejando su testamento en Internet, con la frustración de no haber podido controlar el proceso como le hubiera gustado.

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