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Especies universitarias en vías de extinción

Filología, literatura o danza son algunas de las carreras con menos demanda y con salidas laborales más complejas Los recortes reabren el debate sobre su supervivencia

Pablo León
El 50,3% de los grados que se imparten en España son de letras, artes y ciencias sociales.
El 50,3% de los grados que se imparten en España son de letras, artes y ciencias sociales.DINAMIR PREDOV

Cada vez que Isaac del Valle tiene que hablar de su formación toma aire. “Literatura Comparada. ¿Con qué?”, bromea normalmente la gente. Aunque se licenció en Físicas, dejó de lado la dinámica cuántica y realizó un máster en corrientes literarias. Una formación minoritaria que se convirtió, este año, en grado en la madrileña Universidad Complutense. Durante el curso 2012-2013 se han impartido en España 7.406 titulaciones oficiales, entre grados (carreras de cuatro años), másteres (especialización de dos años de duración) y doctorados, según la Estadística de Universidades, Centros y Titulaciones, extraída de los registros de las universidades españolas.

Licenciatura de Piloto, Estudios Occitanos, Filología Hebrea, o grado en Ciencias de la Danza son algunas de estas carreras; las más pequeñas, con una salida laboral compleja, no siempre con muchos alumnos y en el punto de mira del Ministerio de Educación.

Medicina fue la primera carrera que se impartió en algo parecido a una universidad; concretamente, en la Escuela Médica Salernitana, al sur de Italia, en el siglo IX. Le siguió Derecho. Ambas formaciones siguen atrayendo hoy día un gran número de alumnos. Un ejemplo: Anatolio Alonso, el alumno que con un 9,95 obtuvo la mejor nota de Selectividad en Madrid el pasado junio, está pensando en estudiar Medicina.

De la ciencia y el derecho se pasó a las obras públicas, la lingüística, la música o el medio ambiente. Los centros educativos superiores se multiplicaron. El curso pasado, en España había 81 universidades, 50 públicas, 27 privadas y 4 privadas vinculadas a la Iglesia.

La sostenibilidad estaba en boca de todos a mediados de los noventa. La ecología importaba, y Raúl García Valdés decidió, en 1999, matricu­larse en Ciencias Ambientales. Casi 15 años después sigue enfrascado en el tema: lee su tesis enmarcado en el programa doctoral Cambio climático y sociedad en septiembre.

La Universidad de Lleida ofrece un grado en Estudios Occitanos, una lengua romance que hablan apenas dos millones de personas en Europa

“La suerte y las becas son las que me han permitido llegar hasta aquí”, cuenta García Valdés, de 33 años, en un descanso de su investigación. Muchas carreras y estudios animaban, en la época de esplendor económico, a entrar en sus facultades gracias a becas y apoyos financieros. Una política cuestionada desde el comienzo de la crisis y que puede afectar a las formaciones menos demandadas, como la de Estudios Semíticos e Islámicos y otras especializaciones en lingüística.

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El vínculo primigenio entre la universidad y la vida profesional provocó que, a medida que se presentaban nuevos retos para la sociedad, surgieran formaciones cada vez más específicas.

Cuando la capa de ozono se agujereaba en el Ártico se necesitaban profesionales con estudios en esa área. Ahora que la economía se agujerea, esas formaciones pasan a un segundo plano. “No hay ninguna sociedad que necesite tanta gente preparada en unas áreas y que, en cambio, haya escasez en otras”, sentenció el ministro José Ignacio Wert durante una entrega de premios el año pasado. El responsable de Educación, Cultura y Deporte abría la veda y cuestionaba así las formaciones de letras y su amplia presencia en la oferta educativa. De los 1.929 grados impartidos en la Universidad pública en el curso 2012-2013, un 34% estaban dedicados a las Ciencias Sociales y Jurídicas; el 27,7%, a Ingeniería y Arquitectura; el 16,3%, a las Artes y Humanidades; el 11,5%, a las Ciencias de la Salud, y el 10,6 %, a la Ciencia.

“Todo depende de lo que se entienda por Universidad”, resume Inés Sánchez, Coordinadora de Representantes de Estudiantes de las Universidades Públicas (Creup). “Si se ve solo como un sitio para formar gente que luego se emplee, o si posee una función más profunda que ayude a la persona a formarse en todo tipo de aspectos”, agrega.

La finalidad utilitarista de la Universidad se hizo evidente en los noventa, cuando pasar por el campus parecía una obligación. Así, un 28% de los españoles de entre 25 y 64 años posee estudios superiores. Una cifra que supera la media de la OCDE (26%) y de la UE (24%) y que ha provocado que los títulos universitarios en España no sean tan rentables para el que los posee.

En la privada, un grado en Diseño de Interiores o en Organización de Eventos se puede impartir con siete personas. Actualmente, en la pública parece impensable: se optaría o por unir alumnos o por eliminar la carrera.

POCA DEMANDA

“Las carreras artísticas amplían la oferta académica de un centro, aportan prestigio, perfil comercial y son bastante más económicas a la hora de montarlas que una de ciencias”, reconoce un comercial de una universidad privada que prefiere mantenerse en el anonimato. Durante la presentación del informe Universidad, universitarios y productividad, Francisco Pérez, autor del mismo y director de investigación del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE-BBVA), incidía en el tema: “No es un problema de exceso de número de universidades, sino más bien de la oferta de titulaciones con poca demanda en muchas de ellas”.

¿Debemos dejar de estudiar griego antiguo, latín o hebreo porque ya no parecen tener utilidad? ¿Podemos permitirnos olvidar milenios de cultura? ¿La Universidad es un espacio abierto de intercambio de cultura o un centro de negocios? Estas preguntas subyacen cuando se plantea la eliminación de carreras por su poca rentabilidad laboral. El occitano es una lengua romance del sur de Europa de origen medieval. Dos millones de personas entre Francia, España e Italia lo hablan. La Universidad de Lleida, fundada en 1279, ofrece un grado en Estudios Occitanos. Es una de las carreras con menos matrículas de toda España. ¿Debe desaparecer?

“[Este ensayo pretende] Dejar constancia de la metamorfosis de qué se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la Universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una adulteración que parece haberse realizado con facilidad en la aquiescencia general”, escribe Mario Vargas Llosa en la introducción a La civilización del espectáculo, una reflexión que ahonda en la, en ocasiones perversa, relación entre la cultura y el entretenimiento en el siglo XXI. Algo parecido está pasando en la Universidad: el utilitarismo de las carreras nos está haciendo olvidar la importancia de la investigación y la profundización en algunos temas para la sociedad.

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Sobre la firma

Pablo León
Periodista de EL PAÍS desde 2009. Actualmente en Internacional. Durante seis años fue redactor de Madrid, cubriendo política municipal. Antes estuvo en secciones como Reportajes, El País Semanal, El Viajero o Tentaciones. Es licenciado en Ciencias Ambientales y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Vive en Madrid y es experto en movilidad sostenible.

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