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Columna
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Oligopolio y espionaje

Estamos a merced de unas pocas firmas privadas que han colonizado Internet e imponen sus normas

Gabriela Cañas

El espionaje masivo al que Estados Unidos nos tiene sometidos es una desagradable constatación de que nuestras libertades están en peligro. Es una prueba más de que Internet, lejos de ser la herramienta democratizadora que tantos esperaban, es un medio colonizado por los intereses económicos de un reducido grupo de empresas (americanas fundamentalmente) que sirven a un solo señor: la Administración de Estados Unidos.

Hemos estado muy despistados con la potencia real de Internet. Teníamos que haberlo sabido hace mucho tiempo. Teníamos que haber adivinado que la piratería no era el verdadero problema que planteaba una tecnología que facilita tanto el intercambio de archivos. Nosotros, los ciudadanos, pero también nuestras empresas y nuestros Gobiernos teníamos que haber caído en la cuenta hace un par de décadas que la libertad total que las asociaciones de internautas reclamaban era una visión idílica e ingenua sobre lo que realmente se estaba fraguando en la Red: la hegemonía global de un oligopolio dispuesto a arrasar con el tejido industrial (particularmente, el cultural) de continentes enteros como Europa, un suculento rincón del planeta plagado de gente con poder adquisitivo.

La piratería, las descargas ilegales, hacen todavía estragos en la industria, pero estaban equivocados aquellos que predijeron que la música y el libro, por ejemplo, nunca más darían beneficios. Los músicos, los periodistas y los escritores disponen hoy día de un porvenir más incierto que en el pasado, pero sus obras siguen aportando sustanciosos beneficios a los intermediarios. Basta con echar un vistazo a las cuentas de resultados de esas firmas que conforman el oligopolio global —Apple, Microsoft, Google, Amazon, Facebook...—. Antes, también eran los intermediarios de contenidos los que se llevaban una parte del pastel, pero había mayor pluralidad competitiva.

Obsesionados por la piratería, los Gobiernos, urgidos por la propia industria americana, se lanzaron a intentar acotar el terreno, enfrentándose al vocerío libertario de los llamados internautas. De esa manera, Europa ha legislado —ley Hadopi en Francia, ley Sinde-Wert en España— y ha estado entretenida en una batalla secundaria mientras otros, carentes de representatividad democrática alguna, trazaban los caminos, tendían las vías, instalaban los semáforos y construían los trenes que habrían de circular por la antes inexplorada selva de la Red.

Ahí han sabido estar estas grandes compañías tecnológicas, evidentemente adornadas de la excelencia innovadora. Eso es lo que les permite ahora aplicar políticas comerciales extremadamente agresivas —abuso de posición dominante, supuestos carteles con las principales editoriales para establecer los precios de los libros electrónicos—, y actuar en Internet como una auténtica policía global que aplica, claro, sus propias leyes y procedimientos. Hace unos días me pasaron un fantástico videoanuncio que quise compartir con mis amigos de Facebook. Lo colgué en mi página y al cabo de tres minutos la red social lo retiró advirtiéndome de que probablemente violaba los derechos de autor. ¡Vaya! La censura que los Gobiernos no se atreven a implementar la ejercen empresas privadas sin pudor alguno y, desde luego, sin aparente contestación social; ni siquiera la de aquellos internautas libertarios.

Esta situación es muy peligrosa. Europa, con sus garantismos legales, está atrapada en estos tiempos entre dos superpotencias que comparten una gran afición por el espionaje (China y Estados Unidos). Esas grandes empresas tecnológicas que ni siquiera pagan al fisco americano lo que debieran son, como ahora estamos descubriendo, el brazo armado de la Casa Blanca para interceptar las comunicaciones de la gente. Como ya ocurrió cuando conocimos hace más de una década el sistema de espionaje Echelon, Europa siente una gran impotencia hacia estos ataques a la privacidad y la dignidad de sus ciudadanos.

Nadie negaría a un Gobierno, tampoco en Europa, el uso de un arma tan potente como Internet para cazar terroristas, pero cuidado con las coartadas fáciles. La airada protesta ante Washington de la vicepresidenta de la Comisión Europea Vivian Reding está cargada de razón y es urgente una intervención de mayor alcance. Se necesitan acciones más decididas para impedir que otros estamentos no democráticos nos regulen. Ello implica no solo la represión de los abusos con armas tecnológicas eficaces; también, lanzar estímulos a favor de una industria propia y competitiva.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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