Sobre el lío de los “cajales”
El balance de este programa de contratación de científicos ha sido bueno y, en promedio, los candidatos seleccionados han sido los adecuados
Si ha comenzado a leer esta tribuna es probable que ya sepa lo que es un cajal. Por si acaso, y para el resto de lectores, se conoce de esta manera a los científicos que han obtenido un contrato en las convocatorias del sub-programa Ramón y Cajal de la Secretaría de Estado de Investigación y Desarrollo. Este programa, que se inició en 2001, lleva el nombre de nuestro único premio Nobel, D. Santiago Ramón y Cajal, y ha sobrevivido hasta ahora varios gobiernos. Pretende tanto recuperar como captar científicos para el sistema español de ciencia y tecnología, contratándolos en Universidades y centros de I+D con una voluntad de consolidar sus carreras investigadores. El proceso de selección ha sido competitivo basado en los méritos curriculares de los candidatos, evaluados por varios paneles de expertos de las diversas áreas del conocimiento.
La mayoría de la comunidad científica recibió este programa en su momento con gran alborozo. Se trataba de una vía diferente a la del funcionariado, que se ha mostrado poco adecuada para el avance científico, y era de alguna forma similar a los tenure track de los sistemas anglosajones. Es decir, tras un contrato de 5 años y la evaluación del trabajo realizado, los cajales eran normalmente estabilizados por el sistema. Yo fui uno de los miembros del panel de evaluación de Física en esa primera convocatoria y recuerdo claramente el ambiente de optimismo al seleccionar un buen número de científicos excelentes que se incorporaron por todo el país, contribuyendo a repoblar, y en algunos casos diversificar, nuestro tejido científico. El número de puestos en aquella primera convocatoria fue de unos 800. En esa ocasión, y en otras en las que posteriormente participe es estos paneles, mi sensación fue que se aplicaban mecanismos homologables a los de otros países para seleccionar a los mejores en base a su trayectoria. Mis críticas al proceso de selección entonces, y después, se han centrado en las cuotas por áreas, que marcan de manera arbitraria diferentes posibilidades. Normalmente esto ha perjudicado a los candidatos en temas interdisciplinares y en Física, en particular, a los de perfil más experimental y aplicado. Otro problema ha sido el hecho de que, a diferencia de lo que es habitual en una contratación en una empresa, no se ha tenido en cuenta donde el cajal iba a trabajar, ni se han evaluado, al menos claramente, temas tan importantes como su capacidad de adaptación al medio.
Aunque esto pudo generar algunas disfuncionalidades, mi sensación, creo que compartida por muchos colegas, es que el balance general del programa es bueno y, en promedio, los candidatos seleccionados han sido los adecuados, siendo poco probable que aspirantes de alto nivel hayan quedado fuera en varios años seguidos.
Entonces, ¿qué ha ocurrido este año para que se haya armado tal lío con la resolución de la convocatoria de los cajales? Seguramente les han llegado los ecos de artículos, cartas y comentarios en los medios y las redes sociales, incluida una viñeta de Forges en este diario, sobre el caso de un candidato a cajal que no resulto elegible. Sin conocer los detalles particulares, creo sinceramente que el ruido ha estado mal dirigido y posiblemente ha causado más perjuicio que beneficio al ya maltrecho estado de la ciencia en España.
Les explico mis razones. El mensaje principal transmitido a la sociedad estos últimos días es más o menos el siguiente: “se dan los contratos de investigador a dedo a quien quieren y los que realmente lo merecen se quedan fuera”. Un corolario simple de esto sería: “Para usar nuestro dinero de esa forma, mejor que no se destine a la ciencia”. O de otra manera, mejor no tener científicos, si estos son unos “enchufados” y además malos. Porque otro de los mensajes subliminales es la habitual insistencia en ver a los científicos que están fuera de España como los “buenos”, frente a los malos, o regulares, que nos hemos “conformado” con quedarnos a trabajar aquí.
La realidad es probablemente más simple. En esta convocatoria, que ya venía con retraso, se han ofertado 175 plazas (comparen con las 800 del primer año). Con la escasez general de otras opciones, la presión de candidatos muy potentes habrá sido muy grande. Por esto lo normal, desgraciadamente, es que muchos muy buenos, y buenísimos, científicos se hayan quedado fuera. Porque el problema es el escaso número de puestos que había disponibles. Yo lo he vivido de cerca, tres de mis colaboradores, con trayectorias que les permitirían obtener puestos en cualquier sitio del mundo, pero que habían optado por Murcia, no han obtenido el contrato. Entiendo perfectamente la amarga sensación que se tiene al no ser seleccionado. Como casi todos, lo he sentido en más de una ocasión en mis propias carnes. Aún recuerdo cuando fui suspendido en una oposición a colaborador científico del CSIC en la que la rabia me hizo comportarme de forma engreída con el tribunal en la última prueba cuando ya sabía que la plaza no sería para mí. Simplemente, el tribunal eligió con razón a alguien más maduro que yo en ese momento. Espero que disculparan mi vehemencia juvenil.
En estos momentos críticos para nuestra ciencia, los gritos deberían ser colectivos. Reclamando un sistema de financiación adecuado y sostenido, con unas reglas claras, pilotado por científicos y pensado para producir retornos a la sociedad. Porque todo este ruido no nos favorece, no hace justicia a todo el proceso, ni a los que han sido elegidos y resta más que suma.
Pablo Artal es catedrático de Óptica en la Universidad de Murcia.
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