_
_
_
_

Atrapados en El Cabo

La supervivencia de los babuinos, amenazada por la urbanización y la política, está en riesgo. A pesar de estar protegidos en esa zona surafricana, se les sigue dando caza

Se les trata peor que a perros salvajes, dicen los conservacionistas en Ciudad del Cabo. Y no es nuevo. Hace algunas décadas, grupos enteros eran abatidos a tiros por las autoridades de los parques nacionales. Capturados para investigación médica. Considerados plaga. El babuino está protegido en la península surafricana de El Cabo desde 2000, pero esta protección no sirve de mucho cuando uno de los primates más corpulentos (después de chimpancés y gorilas) ve amenazada su supervivencia, atrapado entre una creciente urbanización que les priva de sus áreas naturales y las diferentes "opciones de gestión" manejadas por las autoridades locales, provinciales y nacionales. En El Cabo están protegidos, pero se les sigue disparando, se les envenena, se les azuza con perros de pelea. En el resto de Suráfrica no hay legislación que los proteja. Hay libertad para matarlos a tiros: abatir a un babuino cuesta sólo una propina o es gratis.

Puede ser que por su cara morruda tengan algo de perro. Puede ser que por la agresividad que a veces muestran los machos adultos, de enormes caninos afilados (no en vano deben protegerse de predadores como leones o leopardos), resulten menos afables que otros primates. Puede ser que su capacidad de adaptación los presente falsamente como menos necesitados de protección que otros. O que sea precisamente esa adaptación su condena: la interacción entre humanos y babuinos en El Cabo es difícil. Con zonas residenciales brotando en sus áreas naturales, los también conocidos como papiones han aprendido que la comida se encuentra en cubos de basura y en cocinas. Inteligentes, las madres enseñan a los pequeños a colarse entre rejas, a avistar ventanas abiertas. Saben cuándo es el día de recogida de basuras. En grupos (pueden ser de hasta sesenta), van de raid. No son infrecuentes las anécdotas de cocinas arrasadas, ventanas y puertas rotas, capós de coches abollados, huertos diezmados. La reacción de algunos vecinos: disparos, cepos, perros, veneno, vallas electrificadas.

Jenny Trethowen sabe de todo ello. Ella misma estuvo a punto de morir tras cuidar a una pequeña babuina envenenada. El pesticida ingerido por el primate entró en el sistema de Jenny, responsable de Baboon Matters, una ONG de defensa de los papiones y que hasta hace escasas semanas se encargaba de seguir a los grupos, evitar sus escaramuzas en los barrios e informar sobre cómo hacer las viviendas "a prueba de babuinos". "Los vecinos son también responsables. Deben ser cuidadosos con las basuras y no dejar comida a la vista", explica Jenny, que recuerda que la mayoría aceptan con gusto la presencia de los animales.

Más que los vecinos, a Trethowen le preocupa la falta de una política de gestión de los grupos que garantice su supervivencia. Quedan once clanes de babuinos en la península, que varían en número, de siete a cien individuos, "cada vez más aislados unos de otros". Cuando llegan a la madurez, los machos deben abandonar sus grupos para integrarse en otros nuevos, donde poder competir por ser jefes. "Eso cada vez es más difícil y por eso tenemos machos jóvenes deambulando por barrios donde ya no hay babuinos. ¿Qué hacen las autoridades? Capturarlos y devolverlos a su clan de origen, del que ellos volverán a salir", explica el zoólogo Graham Noble. Recientemente se ha aprobado que al tercer intento fallido de reagrupar al macho, éste será aniquilado. Como Trethowen, Noble considera que otras opciones, como la de trasladar al macho fuera de la península, no han sido consideradas. A la preocupante falta de diversidad genética que esto supone se suma el cambio en la alimentación de los babuinos. Ahora, basada en comida humana, está repleta de azúcares, lo que destroza sus dientes. "Un papión sin dientes no resiste", dice Noble, que pertenece al Equipo de Gestión de Babuinos, formado por las autoridades municipales, de parques nacionales, de vecinos, científicos y conservacionistas.

A la falta de una política decidida mancomunada, diferentes grupos ecologistas han mostrado su preocupación además por la asignación del control de los grupos a una organización diferente a Baboon Matters -que se niega a capturar al macho joven si es para matarlo-. La nueva organización, Nature Conservation Corporation (NCC), utiliza látigos para apartar a los babuinos de viviendas. Aunque NCC asegura que los látigos sólo sirven para hacer ruido y que los monitores tienen prohibido usarlos contra los animales, ya se han interpuesto denuncias por vecinos. "Es difícil no sentir apego por los babuinos cuando una ha visto cómo una madre lleva durante días el cadáver de su bebé, atropellado, y cómo la consuela el resto del clan. Tenemos que cambiar la percepción de la gente y aplicar una política de conservación real", pide Jenny Trethowen.

LALI CAMBRA

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_