La historia de aquel vestido de Carmen Maura en ‘La ley del deseo’ o cómo una casualidad hizo historia del cine español
El atuendo de lycra roja que soportó los manguerazos de los operarios municipales que regaron a la actriz no era producto de un diseñador prestigioso, sin embargo, cumplía otros requisitos para acabar convirtiéndose en un icono
En 1955, Marilyn Monroe hacía historia con una secuencia y un vestido: esa escena con la falda blanca al aire de La tentación vive arriba. El traje, que ha pasado a la historia, lo diseñó William Travilla, el figurinista de cabecera de la actriz, que desde esa película la vistió toda su vida. El vestido, muy meditado, muy pensado por el diseñador, muy trabajado para la ocasión, pasó después a manos de Debbie Reynolds, la protagonista de Cantando bajo la lluvia, que era devota de la actriz rubia, que tiempo después lo subastó. El que se lo quedó en su día hizo lo mismo en 2011 y alguien, no se sabe quién, lo adquirió por la desmesurada cantidad de 5.500.000 de dólares.
Muchos años después de aquel estreno hollywoodiense, en febrero de 1987, en España llegaba a los cines La ley del deseo, la sexta película de Pedro Almodóvar. En ella la actriz Carmen Maura protagonizaba una escena que ha pasado a la historia patria: esa secuencia en la que Maura, en una tórrida noche estival madrileña, se para ante un jardinero con una manguera, frente al cuartel de Conde Duque, y le suplica que la riegue. El hombre así lo hace y la cara de Maura, su deleite, sus frases, el chorro de agua directo a su cuerpo, su vestido empapado, los aires de libertad que aquello desprendía, se han quedado como un fotograma icónico del cine de Almodóvar.
Aquella prenda, un vestido elástico, ceñidísimo, con cremallera, de color naranja brillante, no era de José María Cossío, el director de vestuario de aquella película, ni de Antonio Alvarado, autor de la camisa colorida que lució Eusebio Poncela primero y Antonio Banderas después, que es motor de la narración cinematográfica, por cierto. Ambos, Alvarado y Cossío, eran muy amigos del director en esos tiempos de la movida madrileña. Tampoco el vestido era de ninguna marca de altura, como las que a partir de aquella obra trabajarían con Almodóvar. No, atención: era un vestido de Blanco, una tienda de moda rápida (algo así como la antecesora de Bershka) que llenaba las ciudades españolas en los ochenta y los noventa.
Todo fue fruto de una casualidad. Según ha contado el propio Cossío, lo compraron “en Blanco por 2.000 pesetas (12 euros actuales), necesitábamos un vestido práctico, que se pudiera mojar, y ese era perfecto”. Nadie dentro del departamento, ni de vestuario ni de la productora El Deseo, recuerda mucho más. Nadie le dio demasiada importancia a aquel vestido en aquel momento, nadie, ni el propio Pedro Almodóvar, supuso, que pasaría al imaginario colectivo. ¿Dónde está? Tampoco nadie lo sabe, no recuerdan dónde fue a parar. Por supuesto no hubo subasta alguna, ni nada parecido.
Y ¿por qué Blanco? Bueno, era una tienda accesible, moderna, insólita para la época, la predecesora de Zara, o de Mango, que fue completamente disruptiva. Era, cómo diríamos, ¿choni con ínfulas? Era una tienda distinta, donde cualquier joven que quisiera salirse de lo establecido sin dejarse un dineral, podía encontrar el atuendo perfecto para esa vida disipada o rabiosa que quería llevar. Su creador, el empresario Bernardo Blanco Solana abrió su primera tienda en Bilbao en 1960 pero el boom real se produjo décadas después. Llegó a Madrid, y en los 80, sus escaparates se llenaron de la “ropa de la movida”, con hombreras, estampados, etc. La cadena triunfó en España y en el mundo, estuvo sola en su estilo mucho tiempo, y décadas después, cuando ya la competencia similar era feroz, cerró sus puertas.
La figurinista alemana-madrileña Bina Digeler, que trabajó con Almodóvar en Todo sobre mi madre y en Volver, tiene un recuerdo nítido de la película y de la escena y una idea sobre por qué ese vestido ha pasado a la historia cinéfila. “Una de las razones por las que me sentía atraída a España era por las pelis de Pedro Almodóvar y por esa película en particular. Siempre he sido y soy fan de su cine y me parece que es uno de los directores vivos más influyentes por su lenguaje visual. Amo esa película, y el guion y esos personajes tan potentes”, dice la diseñadora. Para Daigeler, este vestido contiene muchas de las cosas que ha de cumplir un atuendo en una película. En este caso era “un color potente, es atrevido, es sexy, le queda genial a la protagonista, que se nota que ha disfrutado llevándolo. A veces, como fue este caso, en el diseño de vestuario tienes la suerte de encontrar algo en una tienda insospechada”.
Carmen Maura ha dicho alguna vez que su personaje en aquella película, Tina, es el que más le ha gustado hacer, aunque hacerlo supusiera vaciarse “como si me hubieran sorbido el seso”. Y sobre la escena en cuestión ha contado en muchas entrevistas cómo sucedió: “Le dijeron al jardinero del Ayuntamiento que me enchufara la manguera, pero la fuerza era tal que me caí al suelo, así que tuvimos que ir a un bar para secarme, el pelo, el vestido, el maquillaje y vuelta a empezar”. Otra curiosidad es que la escena está hecha en doblaje, porque el sonido, con el agua de fondo, no era bueno. “La hicimos siguiendo las instrucciones de Pedro, que me decía ‘¡Vamos, riégueme!’. Y luego quedó así de bonita. Esa es una de las cosas mágicas del cine: todo es mentira, pero luego todo es verdad”, ha contado Maura.
Que el vestido fuera de Blanco y tan económico también tiene su aquel. Esta película era la sexta de Almodóvar y la primera que él producía con su propia compañía, El Deseo. Para llevarla a cabo, el cineasta, que creía fervientemente en ella, pidió un crédito personal y asumió todos los riesgos. ¿El resultado? Una de sus películas más personales, un gran melodrama gay que nadie se había atrevido a filmar. La primera peli del cine español en la que alguien dice fóllame y después riégueme.
En el libro Los archivos de Almodóvar, (Taschen 2011), el director manchego explica refiriéndose a su faceta como productor, que saber el precio de las cosas es horrible: “Mantengo una lucha diaria para no prescindir de lo que es esencial, pero hasta ahora va saliendo”. Y sobre Carmen Maura: “No sé si es la mejor actriz del cine español, pero desde luego es la que mejor me entiende. Cuando trabajamos juntos ambos somos mejores. Lo que hace en esta película es inexplicable”. Según apunta Bina Digeler, el vestido de Carmen Maura cumple con las exigencias del director: “Que corresponda a su estilo visual, que sean tejidos que se fotografíen bonitos, con un resultado en la pantalla potente y que se ajuste al personaje, que siempre potencien a las mujeres”. Y ahí está la pieza de Blanco, perfecta en el cuerpo de Maura.
En ese mismo libro, el director habla de “la moda como una manera de vivir”: los tacones “como una manera de sobrellevar su angustia”, por ejemplo. El diseñador Francis Montesinos, que trabajó con él en su primera etapa (suyo es el trabajo de Entre tinieblas, con Marisa Paredes) recuerda que “Pedro entendía la moda como un estilo de vida, como una extensión de todo lo que hacía. Entre los dos no hablábamos de moda de manera técnica, en plan, ‘mira ese escote o quiero este corte’… sino de sentimientos, de cómo se encuentra la gente cuando se viste. Nos entendíamos bien porque la moda para los dos era lo mismo”.
Y Tina, en esta escena del “¡Riégueme!” tiene “sentimientos”. Es una mujer agitada, trágica, con ganas de vivir, con amor para dar, que tiene miedo, una mujer trans que sabe lo que es y lo que no es, que arrastra un trauma infantil de abuso, Y está en ese verano casi tropical madrileño. Y entonces, de casualidad, llega esa agua fresca, dura, directa a su cuerpo que es otro cuerpo, por fin, y ella la recoge y la convierte en un símbolo: es la libertad, lo que quiere ser, la calma, la locura, la transgresión. Y todo eso, con un vestido de 12 euros. La ínclita magia del cine, una vez más.
Estaban por venir los tiempos en los que a Almodóvar se lo disputarían marcas de alta costura, con las que ya nunca dejaría de colaborar. Como aquel Chanel de Victoria Abril en Tacones Lejanos, o aquel Armani de Marisa Paredes, que también lució ese vestido verde de Sybilla, cuando canta Piensa en mí, de Luz Casal. O aquel jersey de rombos de Versace, que lleva Victoria Abril en la cárcel y que pertenecía al armario personal del director. Solo un director como él es capaz de sacar a una presa vestida de Versace.
Y por supuesto también estaba por llegar Kika, en 1993 y ese Gaultier que luce Andrea Caracortada, el personaje que interpreta Abril, y que es el primer diseño de alta costura que aparece en una película de Almodóvar y que se hizo en exclusiva para la ocasión. Y Armani vuelve y viste a Verónica Forqué también en esta película.
El caso es que, desde aquel momento, su cine está plagado de marcas internacionales: Max Mara, que viste a Marisa Paredes y su Amanda Gris en La flor de mi secreto; más Gaultier, más Chanel, más Armani, y Dolce&Gabbana y Prada y Marc Jacobs y Dior y Pierre Cardin y bolsos de Hermès y David Delfín, y Amaya Arzuaga, la lista es interminable. Y Cossío, o Sonia Grande o la citada Bina Diegaler, como sus directores de vestuario.
Según la experiencia de Diegaler con Almodóvar, “Pedro ama a los diseñadores de moda, le encanta ver las colecciones, saber a dónde se dirigen, para él es una herramienta fundamental en su trabajo”. Recuerda con especial agrado su trabajo en Volver. “Para mí fue precioso porque hicimos muchas cosas con diseñadores, ahí Pedro tenía unas ideas muy claras de con quién quería trabajar, pero también fabricamos muchas otras con telas que yo había comprado, para vestir a Penélope, por ejemplo. Esa mezcla de alta costura y ropa de segunda mano siempre me ha gustado mucho, me parece que da una riqueza muy potente. Recuerdo en una ocasión, que buscábamos un bolso muy especial de tamaño y estilo. Miramos entre todos los diseñadores y al final lo encontré en una tienda barata y nunca lo contamos”, bromea.
Pedro Almodóvar contó en una retrospectiva que se hizo de su cine en la Filmoteca de Madrid, con La ley del deseo como protagonista, que una vez, charlando con Susan Sontag, “me dijo que la escena de la manguera se había convertido en icónica, al igual que la de Marilyn levantándosele el vestido en La tentación vive arriba. Cuando se forma el arco de agua, yo quería simbolizar la santificación de esa familia formada por Carmen, Eusebio y la niña Manuela. Era como si los tres pasaran por el altar”. Pedro esperaba de aquel ciclo que los espectadores, los nuevos, sobre todo, supieran apreciar La ley del deseo “porque es una película muy contemporánea. Es melodramática y barroca, pero hay en ella una celebración de la existencia, de lo bueno y lo malo. Es una película para sufrirla y vivirla”.
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