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La ciencia que hizo desaparecer los temblores de Lula: “Fue mágico, te cambia la vida”

La técnica de ultrasonidos focalizados de alta intensidad logra eliminar o mejorar, en una sola sesión, síntomas de temblor esencial y de párkinson, abriendo un nuevo camino para tratar otros cuadros neurológicos y trastornos mentales

Lula Olmedo, de 68 años y recientemente sometida a la técnica HIFU en el Hospital Sant Pau de Barcelona para tratar el temblor esencial, posa en los exteriores del centro sanitario.Foto: ALBERT GARCÍA
Jessica Mouzo

Hace apenas una semana, acostada en una camilla, con un marco que le inmovilizaba el cráneo y franqueada por una máquina de resonancia magnética en los bajos del Hospital Sant Pau de Barcelona, la vida de Lula Olmedo, de 68 años, empezó a cambiar. En poco más de una hora, experimentó cómo el temblor de sus manos, ese extraño síntoma que le había acompañado desde hace más de una década y que tan invalidante había hecho su vida, empezaba a desaparecer. “Fue mágico. Te cambia la vida. Mi escritura era ilegible, tomarme un café o beber agua era un calvario... Yo ya me veía en dos años dependiente de alguien. Pero esta intervención me ha cambiado la vida a mejor”, cuenta esperanzada.

Lula, que padece temblor esencial —un trastorno del movimiento del que se desconoce la causa y para el que el arsenal farmacológico es muy limitado—, es una de los miles de pacientes en el mundo que en los últimos años se han beneficiado de una técnica conocida como ultrasonidos focalizados de alta intensidad (HIFU). Este procedimiento, guiado por resonancia magnética, logra, de forma mínimamente invasiva, sin necesidad de cirugía, eliminar el temblor quemando con ultrasonidos un área disfuncional del cerebro. La técnica está aprobada para temblor esencial, enfermedad de Parkinson y dolor neuropático cuando el paciente no ha respondido a otras opciones terapéuticas, pero ya se explora también para tratar otros cuadros neurológicos y trastornos mentales resistentes. “Esta técnica es revolucionaria. Abre muchas posibilidades y ya se investigan nuevas dianas terapéuticas”, celebra Jaume Kulisevsky, director de la Unidad de Trastornos del Movimiento del Sant Pau, centro de referencia para este tipo de procedimientos y que acaba de incorporar el equipo más avanzado de la tecnología HIFU.

Lula se emociona al recordar la odisea de vivir con esos síntomas tan incapacitantes. “Dejé de quedar con amigos porque no podía llevarme ni un vaso a la boca”, ejemplifica. Los temblores le afectaban a, sobre todo, las manos, la cabeza y la voz. Probó varios fármacos, pero no remitían. “Cuando me dijeron que el Sant Pau podían hacerme el tratamiento, sentí que el cielo se abría: fue una mezcla de ilusión y esperanza”, cuenta.

El procedimiento se hace en una sola sesión, que dura de dos a cuatro horas y el paciente se puede ir a casa al día siguiente. Josep Munuera, jefe de Diagnóstico por la Imagen del Hospital Sant Pau, explica que los ultrasonidos se transforman en energía y como están tan concentrados, hacen que suba la temperatura. A más temperatura y durante un tiempo sobre una zona planeada con precisión, se provoca una lesión milimétrica. “Con la resonancia magnética se busca el área anatómica que se quiere tratar, se localiza con coordenadas y luego se emite esta energía de los ultrasonidos de tal forma que se cauteriza, se quema la zona del cerebro que quieres tratar”, expone. Esa pequeñísima lesión corrige la disfunción que provoca el temblor.

El aspecto positivo de emplear esta técnica guiada por la resonancia magnética, cuenta Munuera, es que se pueden ver en tiempo real los cambios que están produciendo esos ultrasonidos. “Además, puede entrar el equipo para evaluar clínicamente estos cambios que nosotros vemos en el cerebro y analizar qué repercusión directa tienen”, apostilla.

EL PAÍS ha asistido esta semana a la intervención de otra paciente con un trastorno del movimiento similar al de Lula. En la sala de resonancia, ella permanecía recostada, inmovilizada, pero plenamente despierta, mientras, a pocos metros, y separados por una pared acristalada que protege de la radiación de la máquina, una decena de profesionales sanitarios, desde neurocirujanos, hasta neurólogos, enfermeras, técnicos y neurorradiológicos, dirigían el procedimiento.

Concentrados en la pantalla que reproduce en tiempo real el cerebro de la paciente, los sanitarios buscaban un lugar concreto en la central de operaciones del ser humano: el núcleo ventral intermedio del tálamo. Esa área es la que había que quemar para amainar el temblor, pero la técnica requiere una precisión extrema. Lesionar un milímetro más allá o acá, puede provocar graves daños en estructuras fundamentales relacionadas con el movimiento o la sensibilidad.

A simple vista, desde el otro lado de la cristalera, no parecía que estuviese ocurriendo gran cosa en la sala de resonancia. Solo la concentración de varios pares de ojos médicos sobre la pantalla revelaban el momento en que se aplican los ultrasonidos para quemar la zona indicada. Cada disparo de energía (sonificación, en el argot) apenas duran unos segundos.

Se practican varios y, entremedias de cada uno, los neurólogos entran a examinar a la paciente, para observar in situ si el tratamiento funciona. Ignacio Aracil, neurólogo, le pedía que levantase el brazo hacia delante, luego que lo llevase al pecho para ver si temblaba el codo, y que pintase una línea sobre una espiral de Arquímedes.

Los trazos en el dibujo no dejaban lugar a dudas: la primera vez, antes de lesionar la zona disfuncional del cerebro, la línea que hacía la paciente era una especie de sierra que rodeaba la espiral. El temblor mandaba. Pero poco a poco, a medida que la energía del ultrasonido quemaba la zona indicada, esa línea se perfilaba más y más hasta volverse un trazo preciso en espiral. “Al quemar esa zona, de alguna manera, la devuelves a parámetros normales”, explicaba Aracil. Y el temblor remite.

Lula también vio los resultados enseguida: “Nada más hacerlo, ya noté que la mano derecha no me temblaba. Mira, es una exageración”, dice alzando los brazos al aire para mostrar la diferencia entre una mano y otra. Admite que el procedimiento fue molesto, pero “vale la pena”: “Durante el momento de la intervención es muy doloroso, pero se pasa enseguida porque tienes un equipo al lado que te está acompañando”, explica.

Es clave en este procedimiento el papel de la enfermería. Antònia Campolongo, enfermera de la Unidad de Trastornos del Movimiento, acompaña a los pacientes durante todo el proceso: “Les explico el procedimiento, tienen que saber que puede haber molestias, pero que se tienen que estar quietos, no se pueden mover, tienen que estar supertranquilos. Con Lula hubo un momento en el que se agobió mucho porque tenía dolor y mi función era transmitir tranquilidad y explicarle que necesitábamos seguir avanzando para que el tratamiento funcionase. Hay que trabajar el miedo al procedimiento”, anota.

Alternativa a la implantación de electrodos

La técnica de ultrasonido Focalizado Guiado por Resonancia Magnética (también conocida por sus siglas en inglés: MRGFUS) entra dentro del paraguas de la neuromodulación, esa bolsa terapéutica donde se aglutinan todos esos procedimientos que alteran la actividad nerviosa estimulando distintas regiones cerebrales para tratar diversas dolencias. De hecho, el MRGFUS sigue la estela de otras técnicas del mismo ramo, como la estimulación cerebral profunda, a la que también se acude para tratar el temblor esencial o el párkinson. La diferencia entre un procedimiento y otro es que la técnica con ultrasonidos no es tan invasiva: los haces de ultrasonido penetran en el cráneo sin necesidad de abrirlo hasta llegar, guiados por la resonancia, a la región cerebral adecuada. La estimulación cerebral profunda, en cambio, requiere trepanar el cráneo para colocar unos electrodos en el interior del cerebro y modular la actividad de esas zonas.

Otra diferencia importante, también, es que el procedimiento con HIFU es irreversible. Una vez se quema esa zona del cerebro, no hay vuelta atrás. Los electrodos, en cambio, se pueden apagar para dejar de estimular una zona.

El HIFU no requiere cirugía, pero eso no quiere decir que sea inocua y los médicos puntualizan que la buena selección del paciente es clave para asegurar el éxito del tratamiento. Kulisevsky admite que, entre los efectos secundarios, si bien son poco probables, están “un ligero trastorno de la marcha al caminar, déficit de sensibilidad o pequeñas hemorragias”.

La neuromodulación empuja sus fronteras

Las estrategias de neuromodulación han abierto un prometedor camino para tratar pacientes que no han respondido a otras alternativas terapéuticas. Kulisevsky asegura que con la HIFU también se tratan, además del temblor, otros síntomas del párkinson, como la rigidez y la lentitud. No curará la enfermedad neurodegenerativa, matiza, pero sí puede ayudar a paliar más síntomas incidiendo en otra área del cerebro.

Los neurólogos consultados defienden que la técnica HIFU ha venido para quedarse y “complementar”, que no desplazar, la estimulación cerebral profunda. Por ejemplo, en casos donde el abordaje más invasivo no sea posible, por contraindicaciones como la edad del paciente o complicaciones de base que hacen inviable esa intervención.

Raul Martínez Fernández, neurólogo especialista en esta técnica, asegura que ya hay unas 27.000 personas en el mundo que han sido tratadas con HIFU, la mayoría (el 75%) por temblor esencial, como el de Lula. Y la tasa de éxito, entendida como la satisfacción de los pacientes que han visto mejorar sus síntomas, es del 80%. En esta dolencia, el nivel de temblor se reduce, de media, un 70%. En párkinson, la efectividad para los síntomas motores en su conjunto —temblor, lentitud y rigidez— es un poco menor, de un 50%.

Para Lula, la vida ya es otra: su mano derecha ya no tiembla y ha vuelto a hacer cosas que creía imposibles, como escribir o beber sola por un vaso sin pajita. La mano izquierda sigue con el temblor, pero todavía sopesan si intervenir para tratar ese lado —no se recomienda hacer los dos a la vez porque hay más riesgo de efectos adversos—. “Entré fatal y salí con la mano derecha sin temblar, no he tenido nada de dolor y solo me queda algo de inestabilidad que se me pasará. Ya me ha cambiado la vida. Lo de la izquierda, lo hablaré con los médicos y ya lo pensaré”, resuelve con una sonrisa de oreja a oreja.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.
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