Matt Pinkett: “Deberíamos enseñar a los chavales los beneficios de tener un ‘bromance’”
El profesor de secundaria y escritor publica ‘Los chicos sí lloran’ para explicar los problemas de los adolescentes y dar consejos a profesores y padres para mejorar su salud mental
Hace unos años, en la sala de profesores de su instituto en Surrey, Inglaterra, Matt Pinkett estaba comentando con sus compañeras del departamento de lengua y literatura un poema. La charla desembocó, no sabe muy bien cómo, hacia los complejos que sufren los chicos durante la adolescencia. “Sois hombres. Solo pensáis en sexo y en el tamaño de vuestro pene”, le espetó una colega. Era una broma, pero le pareció tan reduccionista (y tan extendida) que se quedó rumiándola hasta que se le hizo bola. Al escupirla, Pinkett entendió que este estereotipo masculino no solo seguía vigente entre personas machistas. Buena parte de sus colegas, mujeres progresistas y feministas, seguían arrastrando viejos conceptos sobre los problemas e inquietudes de los adolescentes varones.
En los últimos años, ensayos, debates y artefactos culturales han redefinido lo que significa ser mujer en el siglo XXI, pero pocos se han planteado cuál es el lugar del hombre en este nuevo mundo. Qué problemas les afectan de forma específica. Por qué tienen tres veces más posibilidades de morir por suicidio. Por qué tienen menos amigos cercanos. Qué les lleva a cometer más crímenes violentos en una proporción aplastante. De todas estas preguntas surgió un primer libro, Boys don’t Try (Los chicos no lo intentan, 2019) un primer acercamiento a la salud mental de los jóvenes. Ahora, Pinkett ahonda en el tema con un segundo ensayo, Boys do Cry (Los chicos sí lloran). En él, el autor tira de su experiencia de 12 años como profesor de secundaria y de estudios sociológicos para explicar los problemas de los adolescentes y dar consejos a profesores y padres para mejorar su salud mental. Y llega a conclusiones llamativas, como que los chavales necesitan clases de bromance, un neologismo que define amistades entre hombres más físicas y cercanas.
Los chicos necesitan abrazarse, decirse que se quieren, como lo hacen sus compañeras de clase de una forma más natural. Tirando de ejemplos literarios, señala a Frodo y Sam de El Señor de los Anillos, o Watson y Holmes, como buenos ejemplos de este tipo de amistad. Por el contrario, apunta a James Bond como un modelo de masculinidad caduca, solitaria, que entiende el romance como una conquista. Un modelo apuntalado por el porno y llevado al extremo por influencers misóginos como Andrew Tate. Más allá de condenar estas ideas, Pinkett intenta en su ensayo entender por qué tienen éxito. Cómo internet puede convertirse en el caldo de cultivo de la cultura de la violación. Cómo una mala gestión de la ira durante la adolescencia puede llevar al suicidio en la edad adulta. Y cómo pueden evitarlo padres y profesores.
Pregunta. ¿Cómo hemos cambiado desde que publicara Boys Don’t Try en 2019, hasta hoy, cuando lanza Boys Do Cry?
Respuesta. Creo que como sociedad estamos evolucionando. Estamos más en sintonía con lo que sucedió después de 2019, cuando el movimiento MeToo recién comenzaba. Como sociedad, nos estamos volviendo mucho más conscientes de lo que es el acoso y también nos damos cuenta de que no son solo cosas de chicos. La expresión inglesa, no sé si la tienen ustedes, boys will be boys (”los chicos son chicos”) resume muy bien esa tolerancia a comportamientos tóxicos, esa resignación, ese “bueno, esto es lo que hacen los hombres”. También nos hemos vuelto más conscientes de la importancia de hablar de salud mental masculina. Sin embargo, hablamos sobre ello, pero no estamos haciendo gran cosa.
P. No todos los cambios habrán sido positivos…
R. Por supuesto, ahora tenemos a Andrew Tate y a otros influencers misóginos. Eso está ahí. Pero es una reacción minoritaria ante una gran revolución en la política de género, que está saliendo adelante. Aunque no todos los cambios sean positivos, se señala a los culpables más que nunca. Necesitamos hacer que esos hombres rindan cuentas. Pero también necesitamos entender mejor qué les pasa. Aunque es un acercamiento complicado. A veces yo mismo me siento culpable, cuando abogo por los hombres, cuando intento entender sus razones. Cuando hablo sobre la realidad de ser un niño o la realidad de ser un hombre. A veces, no puedo evitar escucharme y pensar: “¡Cállate!”
P. Pero alguien tiene que plantearse esas preguntas, ¿no? Hay muchos libros sobre lo que significa ser mujer en el siglo XXI. ¿No deberíamos los hombres hacernos también esa pregunta y redefinir el concepto de masculinidad?
R. Si vas a una librería en 2023 vas a encontrar muchos libros sobre lo que significa ser mujer. Y en esos libros, el papel del hombre no es el de un aliado. Más bien se presenta como una oposición binaria a la mujer. Tenemos que reconocer que hay aspectos positivos de la masculinidad y señalar a la vez que supone un problema en muchos sentidos. El problema del género es, por definición, que presenta dos lados opuestos. Y no dejamos mucho espacio para las áreas grises al discutir sobre ello. Al hablar de hombres tenemos esta idea de que o eres un buen hombre y no cometes nunca errores, o eres terrible. Y hay que retratar a los hombres en su complejidad, escribir sobre ellos. Necesitamos hablar de masculinidad si queremos empoderar a las mujeres.
P. Y a los hombres que no entren en el canon. A los que no son deportistas, a los que lloran, a los que no son heterosexuales… ¿La masculinidad tóxica puede ser un problema para los propios hombres?
R. Yo solía rechazar el término “masculinidad tóxica”. Pero el problema es que hay demasiados hombres de alto perfil perpetuando comportamientos que no pueden definirse de otra forma: son tóxicos. Antes me preguntaba qué ha cambiado desde 2019. Y se me ha pasado decir que nos hemos vuelto mucho más conscientes de dónde se equivocan los hombres. Y lo que tenemos que aceptar es que sí, muchos aspectos de la masculinidad son tóxicos. Muchos niños piensan que ser hombre significa cosificar a la mujer, ser agresivo o ser violento.
P. Hay otro término con el que ha hecho las paces recientemente y que reivindica en su libro: el bromance.
R: Sí. Es una palabra híbrida entre hermano [brother en inglés] y romance. Es una relación platónica, no romántica, entre dos hombres que se gustan y están dispuestos a expresar ese amor mutuo. Dos amigos que se pueden decir “te quiero”, que se pueden dar cariño y saludar con un abrazo o dos besos. En Inglaterra, los hombres no son físicos entre sí. Cuando voy al continente, veo hombres saludándose con un beso o un abrazo. Eso no pasa aquí. Si lo haces van a decir que eres gay. Y eso es absurdo porque, en primer lugar, ¿qué más da si eres gay? Pero también hay otro problema, que los hombres heterosexuales creen que no pueden ser físicos con otros hombres.
P: Por eso defiende que se tienen que hablar de bromances literarios o históricos en clase…
R: Exacto. Las encuestas muestran que el bromance se está volviendo más popular. El problema es que solo está sucediendo con chicos alrededor de los 19 o 20 años. Lo que argumento en el libro es que podríamos enseñarles a los chavales los beneficios de tener este tipo de relación. Decirles, esto es lo que les sucede a las personas que son un poco mayores que tú. Muchos chicos tienen un juego físico, violento, pero lo único que buscan en el fondo es un poco de contacto. Y estaría bien que alguien les dijera: “No pasa nada, puedes demostrar el afecto de forma física, puedes tener un bromance”.
P: En 2020 el 72% de los adolescentes que se suicidaron en Reino Unido eran chicos. En su libro analiza este fenómeno. ¿Por qué el suicidio adolescente es mayoritariamente masculino?
R: Por las ideas obsoletas sobre lo que significa ser un hombre. Los adolescentes quieren convertirse en adultos. Los chicos quieren convertirse en hombres. Y les dicen que los hombres no hablan de sus sentimientos. Los hombres son duros. No lloran. Y eso es lo contrario de lo que te sucede cuando eres adolescente. En esos años te sientes débil, vulnerable y asustado. Es normal sentir que no cumples las expectativas de lo que significa ser un hombre. Hay otro factor a tener en cuenta y es la violencia masculina. Cuando observamos las estadísticas sobre el suicidio en adultos, las mujeres son más propensas a intentar suicidarse. Pero los hombres lo consiguen con mayor frecuencia, tienen tres veces más probabilidades de morir por suicidio. Y esto es porque a los hombres se nos ha enseñado que la violencia y la ira son socialmente aceptables. Convivimos con ella. Y de esta forma, al suicidarnos, tendemos a usar métodos que tienen más probabilidades de matarnos.
P: El 74% de los crímenes violentos son cometidos por hombres. El 98% de los violadores son hombres. ¿Estos números abrumadores tienen que ver con la biología o es algo cultural?
R. No me gusta el argumento biológico, porque sugiere que este drama es inevitable, y no creo que lo sea. Cuando los niños ven las películas de Marvel asumen que los hombres resuelven sus problemas con los puños. De adolescentes se nos dice que tenemos que ser como James Bond. Tenemos que ser sexis, duros, irresistibles, agresivos. Todo el tiempo. Son ejemplos de cultura pop, pero representan un contexto cultural claro. Las conquistas sexuales se perciben como algo a tomar para parecer varonil. Y una gran parte de la masculinidad está entrelazada con el sexo, con la idea de ganar en el sexo, de conquistarlo. La pornografía también juega un papel importante. Nos enseña que la violencia es aceptable, que los hombres deben ser dominantes, que las mujeres deben ser sumisas.
P. Y la pornografía, con el móvil, está hoy al alcance de la mano, ¿es eso parte del problema?
R. No creo que haya nada intrínsecamente malo en la pornografía. La gente se excita sexualmente, lleva sucediendo toda la vida. El problema es que no estamos dispuestos a hablar con chicos abiertamente sobre la pornografía. En todo caso, diría que la estigmatizamos, les decimos que es mala. Esto lo que hace es que no quieran hablar, que se sientan avergonzados por haberla consumido y que este sea su único referente. Todos estos chavales están viendo esta pornografía violenta sin más información ni contexto. Deben estar mirando y pensando, “¿es así como se ve el sexo?” Pero cuando se habla de la importancia de la educación sexual en las escuelas se monta alguna polémica falsa, con ideas como que los maestros están enseñando a los niños cómo masturbarse o técnicas de sadomasoquismo.
P. En su libro habla del artículo 28 [una reforma que introdujo Margaret Thatcher en la escuela inglesa que prohibía hablar de homosexualidad en el aula y que estuvo vigente hasta los primeros años del siglo XXI] como algo superado. Pero hay iniciativas similares en todo el mundo. En España se habla del PIN parental; en Florida, EE UU, se ha aprobado la ley No digas gay…
R. Sí, es un fenómeno global. Es peligroso porque si hablas abiertamente de sexo, la derecha va a decirte que eres un pervertido, como si estuviéramos intentando guiar a los adolescentes y animarles a probar cosas. Pero esa gente no está en las escuelas. Y luego se sorprenden si les dices que los adolescentes tienen dudas absurdas porque el porno es su principal fuente de información. Se preguntan si está bien probar el sexo anal en la primera cita o si es aceptable asfixiar a una mujer en la cama.
P. Y si no se habla de sexo, tampoco se puede hablar de otros temas como la homofobia. ¿Por qué los institutos son espacios tan complicados para los no heterosexuales?
R. Lo son. Las cosas han cambiado desde que yo estaba en el instituto como alumno, pero siguen teniendo margen de mejora. En los 12 años que llevo dando clases he visto a dos chicas que estaban en una relación. Pero nunca, jamás, he visto a un chaval gay de 15 o 16 años que estuviera en una relación de forma abierta y natural. Incluso los hombres heterosexuales son horribles los unos con los otros. Ves la relación de dos mejores amigos de 12 años, insultándose, diciendo, “tu madre esto o lo otro” y dices, “¿por qué?” Así que creo que la idea de que traten a un chaval homosexual con cariño y normalidad… creo que aún no estamos cerca de eso. Es triste.
P. Los chicos lloran, pero también sonríen. ¿Qué pueden hacer los adultos para ayudarlos a ser más felices y mejores ciudadanos?
R. Debemos darnos cuenta de que los niños son más complicados. Muy a menudo los reducimos a un estereotipo: solo les interesa la violencia, no hablan, están obsesionados con el sexo… Y no es así. Los chicos están hablando y los chicos valoran la amistad. Los bromances están aumentando. Las críticas a los comportamientos homófobos y racistas son cada vez mayores. Y los hombres adultos heterosexuales tenemos una responsabilidad ahí. Tenemos que apoyar a esos muchachos y dejar de normalizar los comportamientos tóxicos. Tenemos que empezar a hablar abiertamente sobre nuestros sentimientos. Si lo hacemos, habrá esperanza. Creo que pueden pasar cosas.
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