Las caras del racismo cotidiano: “No me agreden, lo recibo de una manera más sutil”
Ocho personas comparten con EL PAÍS sus experiencias en el día a día con una discriminación que contamina su vida laboral, personal y en redes sociales
Que no existe, que es un hecho aislado o que solo es problema de unas pocas personas. El racismo es tan cotidiano y está tan normalizado que para muchas personas es casi imperceptible. Son las “bromas”, los estereotipos, la marginación. Y aquello que no se nombra no existe. Los insultos racistas a los que se enfrentó por enésima vez el delantero del Real Madrid, Vinicius Jr., en el estadio de fútbol del Valencia el domingo, han resucitado el debate sobre el racismo y la xenofobia en España. El jugador plasmó su rabia en redes sociales: “Lo siento por los españoles que no están de acuerdo, pero hoy, en Brasil, España se conoce como un país de racistas”. No es, ni mucho menos, la única persona en denunciar las situaciones racistas que ha vivido. Ocho personas cuentan cómo, desde diferentes espacios, se han sentido discriminadas por su origen, color de piel o creencia religiosa.
Omar Serroukh: “Lo de la policía es un no parar”
Omar Serroukh tiene 20 años, es madrileño y vive con su familia, de origen marroquí, en el barrio de La Ventilla. “Barrio obrero tranquilo de toda la vida”, dice. Explica que desde pequeño ha sido atento, inquieto y crítico con todo lo que lo rodea y que igual por eso ha decidido estudiar el doble grado de Ciencias Políticas y Economía. Para cambiar su entorno, para mejorarlo. Porque hay muchas cosas que mejorar.
Serroukh se junta mucho con sus amigos en la plaza del barrio, para charlar y reír un rato. Una de las últimas veces fue a finales de abril, el día después del fin del Ramadán, motivo de fiesta para ellos. Fue también uno de los días en los que recuerda haber sufrido racismo por parte de las fuerzas policiales. “Nos reunimos todos los chavales. Queríamos ir a los karts”, recuerda el joven. Serroukh relata que se acercaron dos policías nacionales, al principio amablemente, a hablar con ellos. Cuando llegaron los refuerzos, tensaron el discurso. “Sin ningún pretexto, porque sabían que era día de fiesta. Estábamos riendo, sin hacer nada. Les preguntamos cuál era la razón por la que nos paraban y nos respondieron: ‘Ninguna, pero queremos identificaros”, continúa. Serroukh no quiso entregar la documentación, aunque finalmente se vio obligado a hacerlo. “Uno de los policías me dijo: ‘Aquí mando yo. Si quieres discutir, lo hacemos en comisaría’. Y al final tiene razón. Porque él tiene una placa, y yo no. Porque él es rubio, y yo moreno”.
Como esta, narra muchas otras situaciones. Controles rutinarios, varias veces al día. Siempre a él, no a sus amigos blancos. “Lo de la policía es un no parar. Una vez nos cachearon contra la pared a mi amigo y a mí, debajo de su casa. Solo lo estaba esperando para dar una vuelta”, cuenta. Serroukh recuerda que repitieron varias veces que no llevaban nada encima. Entregaron el DNI y, cuando el policía los dejó ir, Serroukh se enfadó. “Mientras estabas aquí, el que buscas de verdad se te ha ido a dormir la siesta”, respondió. “Y el policía me sacó la porra. Es que no se puede luchar contra el racismo si el propio sistema es racista. Si los que tienen que ponerle fin te paran únicamente por tu color de piel”, sentencia.
Son tantas las veces que una señora ha cogido su bolso, que nadie se ha querido sentar a su lado en el bus, que el joven ha interiorizado la discriminación. “Y ese es el principal problema. Que se ha normalizado. Hace cinco o seis años la gente no mostraba con tanta facilidad su racismo. Ahora, sí”, dice. Lo achaca a los discursos de la extrema derecha, al blanqueamiento de sus palabras xenófobas en los medios de comunicación. “Mucha gente se siente así amparada para crearse un perfil falso en Twitter e insultar”, incide. También habla de la manipulación, de los bulos, de las fake news. “España tiene un problema muy grave de desinformación, de no comprobar de dónde vienen las noticias”, continúa. “Pero, por favor, animo a toda la gente a que se acerque a conocer al diferente. Que no tengan miedo porque sea moreno y vaya en chándal o en vestimenta típica musulmana. Que pregunten, que muestren interés, curiosidad, acercamiento. A mí eso me reconforta mucho. Porque te sientes validado, ves que tiene sentido ser lo que eres”.
Francisca Cárcamo: “Me dijeron: ‘No te desanimes, los servicios de limpieza requieren mucho a las mujeres latinas”
Francisca Cárcamo Rojas tiene 35 años y es de Chile. Es dibujante de cómic y editora, tiene un máster, cuatro posgrados y en cinco años no ha podido conseguir empleo en su área en España. “Cuando venía de visita era muy bien tratada, pero cuando vine a vivir acá la cosa cambió”, asegura. Las poquísimas veces que ha tenido trabajo, dice, ha sido “en negro” o como “voluntaria” de alguna organización. Ahora es autónoma y trabaja para editoriales de Chile y Estados Unidos. Lamenta nunca haber podido demostrar de todo lo que es capaz: “Siento que podía haber dado muchas cosas”.
Cárcamo lo atribuye a una razón: “El prejuicio de ser latina”. El camino para conseguir un empleo ha estado lleno de malas experiencias y reproches: “¿Por qué buscas trabajo en este país y no en el tuyo?”. “Tú tienes mucha experiencia, pero prefieren a alguien que no la tenga y sea de aquí”. La vez que peor lo pasó, cuenta, fue cuando una de las personas que la entrevistó para un empleo como editora de libros le dijo que prefería a una persona sin ninguna experiencia que a una mujer extranjera. Y no terminó ahí: “Me dijeron que no me desanimara porque los servicios de limpieza requieren mucho a las mujeres latinas”. Cárcamo rememora que ese día salió de la oficina llorando y decidió cesar en la búsqueda de empleo. Que alguien le tratara tan mal, señala, fue lo que más le dolió.
Otras veces, la discriminación se ha camuflado de diferentes maneras. “Me han dicho: ‘Eres muy inteligente y trabajadora para ser latina. Tú eres otro tipo de migrante”. El racismo, para Cárcamo, también ha estado presente en la sexualización hacia las mujeres latinoamericanas. Lo ha vivido en primera persona: “Los dos primeros años, que no tenía pareja, me veían casi como una mercancía”. Recuerda que muchos hombres creían que “podían acceder rápidamente a tener relaciones sexuales” con ella. También, dice, “ha habido hombres que creían que por ser latina eres buena en la cama”.
Diego Da Silva: “Han visto mi tono de piel y prefieren ser atendidos por una persona blanca”
Diego Da Silva Hoffmann reconoce que ser negro determina el trato que va a recibir. Llegó de Brasil a Barcelona hace seis años en busca de un futuro mejor. Trabaja en una tienda de muebles y decoración, su empleo consiste en atención al cliente y ha perdido la cuenta de todas las veces que ha experimentado racismo. Recuerda que, en una ocasión, una de sus compañeras le pidió que atendiera a una mujer que pedía información. “Yo, con la sonrisa en la cara, me acerqué y la señora me miró de pies a cabeza, hizo una cara de asco y dijo: ‘No, no hace falta, vengo en otro horario, es mucho mejor’. Incluso cuando lo dijo no me habló a mí, sino que se dirigía a mi compañera”, cuenta este hombre de 40 años. “Ven mi tono de piel y prefieren ser atendidos por una persona blanca”, zanja.
Da Silva reconoce que el racismo y la xenofobia es constante y que, muchas veces, pasa casi desapercibido: “No me agreden, pero recibo racismo de una manera más sutil”. Son cuestiones básicas: pasan de él, no lo saludan, no lo miran. No es el único, la misma situación se repite con otra compañera de trabajo de origen marroquí. La discriminación permea en otros aspectos de su vida, como cuando sale al parque con su hija. Da Silva recuerda con tristeza un episodio que la pequeña tuvo que presenciar. Todo comenzó porque un niño quería el mismo juego que ella. “El niño se puso a llorar y la madre se enfadó, me dijo: ‘Vete a tu país, lleva a tu hija a vivir a tu país, que solo venís aquí a molestarnos’. Lo dijo frente a mi hija y nos fuimos del parque”, finaliza.
Manuela Vega: “La integración que los racistas tanto nos piden es radicalismo enmascarado”
Manuela Vega fue hace poco con sus amigas de compras. Iba cargada con bolsas de haber estado en varias tiendas durante todo el día. Hablaban tranquilamente cuando se dieron cuenta de que uno de los dependientes las seguía. “Hasta llegó a cortarnos el paso en una ocasión. Decidimos confrontarlo, con la esperanza de que por lo menos se sintiera avergonzado. Pero se puso a atacarnos verbalmente, mientras toda la tienda nos miraba. Llegó a reconocer que nos seguía por nuestra condición de gitanas. Fue humillante”, cuenta.
Vega tiene 20 años, vive en Bilbao y trabaja en la ONCE. Dice que cuando era niña no sabía que era diferente al resto, porque “nadie nace siendo racista”. Hasta que un compañero le llamó gitana de manera despectiva, como insulto. “En ese momento es cuando percibes que eres diferente. Con el tiempo te das cuenta de que esos niños solo repetían lo que se les decía en casa”. En su caso, cree que es así como se perpetúa el racismo, pasando de padres a hijos los estereotipos negativos sobre la etnia gitana. “Y, aunque no puedan encasillarnos con el resto de los gitanos por cualquier motivo, buscarán alguna forma de hacernos sentir diferentes. Estos estereotipos hacen que nunca lleguen a vernos como personas individuales. Soy gitana, es parte de lo que soy. Pero no quiero que me reduzcan solo a eso”, explica la joven.
Asegura que, para la comunidad gitana, buscar trabajo es una batalla prácticamente perdida. “En el momento que ven que eres gitana hacen lo posible para no darte un trabajo”. La razón detrás de la discriminación que ha sufrido no cree que sea inamovible o sistémica, propia de la sociedad española como tal. Más bien, la achaca a la falta de conocimiento. “Me han llegado a decir que soy la primera gitana que ven de cerca”, cuenta. Y tampoco piensa que haya aumentado ni disminuido. Simplemente, que ha estado enmascarado. “Antes nos tiraban palos y piedras, o nos echaban de los colegios. Ahora son más pasivo-agresivos. Enmascaran el racismo con bromas, consejos con respecto a nuestra cultura o comentarios. Ya no nos tiran palos: ahora, si quieren atacarnos, usan las redes sociales o los medios de comunicación”. Y, sin embargo, el principal problema que ella observa persiste: la incapacidad de algunas personas de asumir una cultura o una forma de pensar distinta. “La integración que los racistas tanto nos piden es radicalismo enmascarado”, asegura. La vacuna, dar repercusión a aquellos que sufren la discriminación todos los días. “El racismo se combate dándole voz a aquellos que lo viven día a día. Se combate en las aulas y en los hogares”, concluye, mientras anima a todas las mujeres gitanas a no callar, a no normalizar la violencia y a pedir ayuda.
Mar Rodríguez: “Tenía muchos hombres acosándome y diciéndome mora de mierda”
“La gente mayor nos dice que para qué llevamos velo si nos vemos más guapas sin usarlo”, cuenta Mar Rodríguez, de 17 años. Vive en un pequeño pueblo de Barcelona y reconoce que muchas veces tiene que soportar a gente señalándola. “Piensan que, como llevas velo, no eres de aquí y te tratan diferente. Muchas personas no me saludan a pesar de yo sí hacerlo”, dice la joven, que publica contenido en TikTok y tiene 60.000 seguidores en esta red social. Recuerda que, en una ocasión, una chica usó sus vídeos sin su permiso y comenzó a compartirlos en Twitter, acompañados de comentarios racistas. “Los vídeos se hicieron virales y muchas de las personas que comentaban esas publicaciones decían cosas horribles, como: ‘Ahora tiene motivos para que le peguen’ o ‘Ahora va a tener que obedecer a un hombre”.
Después, Rodríguez comenzó a recibir, en sus redes sociales, mensajes privados con amenazas y comentarios de odio. “Tenía a muchos hombres acosándome y diciéndome mora de mierda”, narra. Tras lo ocurrido, decidió bloquear la opción para que las personas pudieran comentar sus historias. La joven reflexiona que los malos tratos son comunes y aún más en los sitios públicos: “No te suelen tratar igual, lo hacen como con desprecio”. En los centros sanitarios, reflexiona, es donde más ha notado las diferencias. “Cuando la persona que tienes delante de ti en la cola no es musulmana, la tratan amablemente, con paciencia, contacto visual, buena cara. Pero cuando llevas hiyab, te hablan con desgana. El comportamiento no es igual”, admite.
Catarina Xu: “El covid fue un germen que desató a todas las personas racistas y les dio un discurso”
Para Catarina, la parte más complicada fue la infancia. Crecer sin ser muy consciente de que se es diferente, pero aprenderlo cuando los compañeros lo señalan. “Yo pensaba: ‘Ojalá haber nacido española y no china”, reconoce. Xu, que ahora tiene 24 años y trabaja en el área de sostenibilidad de Deloitte, se crio con su familia en Guadalajara. Para estudiar en el instituto, se mudó a un pueblo más pequeño. “Tenía pánico, no tanto a presentarme o no conocer a nadie, sino a que me señalaran o discriminaran por tener rasgos asiáticos”, recuerda. Y así pasó: “Los primeros días mis compañeros cuchicheaban, me miraban. Luego, más mayores, fue a menos”.
Xu está segura de que es una cuestión de superioridad. Que la supremacía histórica y económica de la población europea o caucásica todavía empodera a la gente. “El problema de fondo es lo que hay detrás de los estereotipos, que te sientes de alguna manera mejor que los diferentes. Por eso alguien se cree con el derecho de llamarte e insultarte. Un niño no nace racista, eso lo aprende“, desarrolla la joven. Todavía algunas personas se achinan los ojos cuando se refieren a ella o pronuncian las palabras con la L en vez de con la R. Xu relata que un verano, tomando un helado con una amiga en la playa, unos adolescentes comenzaron a seguirla. Los escuchaban murmurar la palabra “china”. Cuando su amiga los insultó y los confrontó, uno de ellos las escupió. “A veces, la gente te dice que no te lo tomes tan a pecho, que solo es una broma. Pero, ¿Por qué yo?, ¿por el simple hecho de ser china tengo que estar alerta y preparada para que señalen mi diferencia?”, critica.
La pandemia del coronavirus avivó el racismo hacia las personas asiáticas. “Fue un germen que desató a todas las personas racistas y les dio un discurso. Estaba justificado ser racista, especialmente en redes sociales”, cuenta Xu. Recuerda alguna frase, como la de “los chinos comen de todo y por eso hay covid”. Aun así, la joven recalca que el racismo es una desigualdad transversal, y sobre todo universal. “Entre los chinos también hay mucho racismo hacia las personas negras o musulmanas”, dice. La base de todo arreglo, opina Xu, debe ser la educación. “Si en el cole, desde pequeños, y en casa, sobre todo en casa, se enseñara que todos somos iguales, el racismo acabaría casi por completo”.
“Me amenazan para no salir con una chica española”
Mohamed (nombre simulado) llegó hace seis años desde Marruecos a Jaén, poco después de cumplir los 18. Antes, siendo aún menor de edad, lo intentó varias veces en patera, sin éxito. Desde que pisó suelo español, su vida está repleta de episodios de discriminación racial. “Empecé a salir con una chica española y sufrí amenazas y agresiones por parte de un familiar suyo, policía de profesión, para que la dejara. Pero aún seguimos juntos”, indica este magrebí de 25 años, que acudió a la justicia, pero su denuncia fue desestimada.
“Claro que me siento señalado, hoy mismo me ha vuelto a ocurrir al cruzarme con una mujer en una calle: ha escondido rápidamente su móvil porque temía que se lo robara”, asegura este migrante que llegó a Andalucía en busca de un empleo en las campañas agrícolas. Ahora, una artrosis en la rodilla lo mantiene convaleciente en un centro asistencial gestionado por Cáritas, mientras estudia para sacarse la ESO y conseguir así más oportunidades laborales en España.
Mohamed, muy aficionado al fútbol, tiene claro que “Vinicius sufre racismo en muchos campos”. Un racismo, dice, que él ha vivido incluso en el plano institucional: “Hace poco me denegaron la solicitud del ingreso mínimo vital (IMV) porque me exigían haber cotizado al menos un año, un requisito que no se pide a los que solicitan esta ayuda”, lamenta este joven marroquí.
Marie Lucia Monshenek: “Tenemos que levantarnos cuando vemos cualquier injusticia”
Marie Lucia Monsheneke es tajante cuando dice que el racismo está presente en España, y que es una lacra porque mientras esté, no hay integración posible. Tiene 37 años, vive en Bilbao y es de la República Democrática del Congo —”aunque allí no haya democracia”, apunta en tono de broma—, es presidenta de la organización Famek Elkartea y miembro de la Red de Mujeres Lideresas Africanas en Acción (REMLAA). “El racismo y el rechazo a lo diferente existen en nuestra sociedad. Pero a veces están tan mezclados, tan entrelazados, que resulta demasiado difícil percibirlo”, explica. La diferenciación entre problema grave, “macro”, de racismo y problema pequeño, “micro”, es parte del problema para Monsheneke. “Porque si ponemos el prefijo micro por delante, quitamos el sentido de la acción, que es racismo puro”, apunta.
Coincide con Serroukh en que el racismo se ha normalizado. Pone como ejemplo lo ocurrido el domingo durante el partido de fútbol entre el Real Madrid y el Valencia en el estadio de Mestalla. “Cuando los asistentes insultaban, podría haber sido tan sencillo como parar el partido. Pero no se hizo, porque parece que no pasa nada importante”, dice. Para erradicar cualquier forma de violencia y discriminación, Monsheneke explica que es necesaria una acción conjunta entre el individuo y las instituciones. “Debe haber corresponsabilidad. Que el individuo se pregunte y deje de usar lenguaje discriminatorio. Tenemos que levantarnos cuando vemos cualquier injusticia, cuando algo daña nuestra integridad como seres humanos. Esto no pasa en un día. Y, a la vez, que la administración se ponga las pilas para crear una buena política de inclusión y convivencia. No es cuestión de multiplicar leyes, sino de tener una que garantice el respeto de forma integral”, concluye.
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