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Gerald Brenan, Lennon o Brigitte Bardot: los años más locos de la Costa del Sol

Un libro, ‘Excéntricos en la Costa de Sol’, recopila las historias de los intelectuales, artistas, falsificadores y mafiosos que acudían al litoral malagueño atraídos por la libertad, la playa y una fiesta sin fin

Nacho Sánchez
Brigitte Bardot, en 1957 en Torremolinos, durante el rodaje de la película 'Los joyeros del claro de luna'.
Brigitte Bardot, en 1957 en Torremolinos, durante el rodaje de la película 'Los joyeros del claro de luna'.Colección La Térmica

Hubo un tiempo en que en la Costa del Sol se podía ver a Brigitte Bardot tomando una copa en un restaurante acompañada de un burro. También a John Lennon y Brian Epstein en una cafetería, al eterno falsificador Elmyr de Hory bajar a la playa con una cesta de esparto, a Sean Connery entre el público de un cine donde proyectaban películas de James Bond, a Jean Cocteau trabajando sus cerámicas o a los mafiosos hermanos Kray sacar su pistola con demasiada rapidez ante cualquier discusión. Con el apoyo de una incipiente Marbella y del círculo literario que Gerald Brenan y Gamel Woosley impulsaron en Churriana, Torremolinos fue el epicentro de aquellos años dorados en un paisaje formado por un puñado de pueblos blancos. Gentes de medio planeta se reunían allí para exprimir la dolce vita sin que nadie pidiera explicaciones. Lo hacían en la playa, pero también en garitos como Pedro’s, The Blue Note o el Betty’s Bar. A la propietaria de este último, la novillera británica Betty Pope, la recuerdan entreteniendo a Frank Sinatra mientras Ava Gardner se veía con Luis Miguel Dominguín.

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La lista de personajes que en la segunda mitad del siglo pasado pasaron por el litoral malagueño parece infinita, especialmente entre los años sesenta y ochenta. Hasta 150 se nombran en la publicación Excéntricos en la Costa de Sol, obra de José Luis Cabrera y Carlos G. Pranger ilustrada por Cintia Gutiérrez, que acaba de inaugurar la línea editorial del Centro Cultural La Térmica de Málaga. Una recopilación de vidas que superan la ficción, llenas de anécdotas, sorprendentes amistades y estampas que permiten atisbar la magia de un rincón de libertad en pleno franquismo. El Torremolinos que marcó época era “un vodevil, una fiesta que no parecía tener ni principio ni final”, como apuntan los autores en el libro, en el que han trabajado intensamente durante dos años “para que la historia de la Costa del Sol no se pierda”, como afirma Cabrera.

Gerald Brenan, en Churriana.
Gerald Brenan, en Churriana.Col. Familia Pranger

Las grandes biografías se mezclan con detalles como la venta de anticonceptivos en la farmacia de Torremolinos, en cuyas calles se mezclaba el olor del hachís de hippies y beatniks con mujeres de luto o familias de pescadores. Una droga desconocida entonces (“no teníamos ni idea de drogas”, reconocía en una entrevista reciente Fernando Camacho, uno de los integrantes de la primera brigada de estupefacientes, nacida en 1976) tan protagonista como el alcohol. El escritor y guionista William McGivern dejó escrito que en este edén “los criados y el licor” resultaban “asombrosamente económicos”.

Varios escritores de la generación del 27, junto a Salvador Dalí y Gala Éluard —quien protagonizó el primer top less documentado de la Costa del Sol—, fueron pioneros en disfrutar de este rincón en los años previos a la Guerra Civil. Se alojaban en el hotel Santa Clara, regentado por George Langworthy. Aquel lugar aún virgen despegó tras el fin del protectorado de Marruecos, cuando los habitantes de aquella Tánger internacional vieron en Torremolinos un espejo al otro lado del Mediterráneo. El terremoto de Agadir de 1960 impulsó a otros muchos a abandonar el continente africano. Y el boca a boca terminó uniendo los caminos de los más variados personajes cuando el cemento que hoy invade el litoral malagueño era apenas un mal sueño.

George Langworthy, en su hotel Santa Clara, Torremolinos.
George Langworthy, en su hotel Santa Clara, Torremolinos.Col. Remi Fernández Campoy

“Solíamos sentarnos en un café de Torremolinos mirando a todos los chicos, yo le preguntaba: ‘¿Te gusta este? ¿Te gusta aquel?”, recuerda John Lennon en sus memorias tras su visita a Torremolinos en 1963 junto al representante de The Beatles, Brian Epstein. Este volvería dos años más tarde para visitar el tablao flamenco La Bodega Andaluza, donde vio bailar a Carrete. El inicio de la década de los sesenta llevó el primer pub inglés a Málaga, Shelagh’s Bar. También puntos de encuentro como el Betty’s Bar o The Fat Black Pussy Cat, impulsado por el cantante John Mitchell, al que una vez se vio entrar a una sucursal bancaria a lomos de su caballo. Otro indispensable era Pedro’s, donde Henri Charrière ―autor de Papillon― tomaba el aperitivo cerca de la mascota del establecimiento: un loro llamado Capitán Morgan. Otro loro acudía al bar Three Barrels en el hombro de Dave Black, veterano de guerra que pedía una cerveza para él y un ron-cola para el ave.

Más de dos décadas llevaba ya en la zona Gerald Brenan, quien adquirió la casa de la familia Heredia en Churriana en 1943. Esta barriada de Málaga, hoy zona residencial al borde del aeropuerto, era entonces una fértil vega convertida en uno de los epicentros mundiales de la literatura. Brenan y su mujer, Gamel Woosley, reunieron en su hogar a varias generaciones de literatos en un tiempo que ha pasado a la historia como los Golden Years (años dorados), en los que el autor británico también coleccionaba amantes, fiestas y conversaciones entre whiskys en los que alguna vez sustituyó la soda por Casera. Sus visitas también frecuentaban La Cónsula, casa adquirida por el matrimonio estadounidense formado por Bill y Annie Davis. Por allí pasaron Cyril Conolly, Bertrand Russell, Laurence Olivier, Orson Welles, Vivien Leigh, Lars Pranger, Lynda Nicholson o el propio Ernest Hemingway, que en una de sus muchas estancias celebró allí su 60 cumpleaños. Su encuentro con Brenan no fue demasiado exitoso. El autor de Al sur de Granada lo recuerda en sus memorias como “una especie de capitán de barco de barba blanca que solo quería hablar de toros”.

Freddy Wildman y Lars Pranger, en Alhaurín el Grande.
Freddy Wildman y Lars Pranger, en Alhaurín el Grande.Col. Familia Pranger

En sus últimos años en Málaga, Brenan acogía a jóvenes de la generación beatnik que llegaban en oleadas a Torremolinos. De aquellos días también se recuerda a los gánsteres Reginald y Ronald Kray, reyes del Londres de los sesenta, al buscavidas Donald Munson llegando en un Ford Taurus de matrícula griega con un agujero de bala en el parabrisas, las estancias del fotógrafo y cineasta neoyorquino Ira Cohen, las clases de natación del sex symbol Bob Reed o las visitas de personajes tan dispares como el gurú del LSD Timothy Leary, el escritor Thomas Bernhard, el pionero del glam Arthur Brown o estrellas de Hollywood como Judy Garland y Kirk Douglas.

Marbella también vivió por aquel entonces su época dorada. Es la etapa del nacimiento del Marbella Club Hotel —auténtica locomotora del turismo en esta ciudad hasta la actualidad— y de ese oasis entre hormigón que sigue siendo hoy la urbanización La Virginia, impulsada por Donald Gray y Juan Manuel Figueras y durante años con residentes tan variopintos como los duques de Windsor, el piloto de Fórmula 1 James Hunt o Vic Grubby, que rodaba anuncios publicitarios de mansiones y, en los descansos, aprovechaba para rodar películas pornográficas en esas mismas villas. Ana de Pombo agitó la vida social desde su salón de té La Maroma, decorado por Jean Cocteau, ya en una Marbella donde Stanley Baker compró casa tras protagonizar Los cañones de Navarone o el futbolista George Best se daba a la fiesta y el carajillo con los jubilados españoles en alguna de sus clásicas espantadas de su club, el Manchester United. Ningún excéntrico escapaba al influjo de la Costa del Sol.

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