Cita en San Luis con los McCloskey
La ciudad de Misuri conserva vestigios de su viejo poderío burgués, pero es hoy una de las más violentas del país, y cuna también de Miles Davis. Visita a la pareja famosa por apuntar con armas a los manifestantes contra el racismo y a la candidata al Congreso Cori Bush
“La quinta noche pasamos San Luis y era como el mundo entero iluminado”. Huckleberry Finn se queda maravillado por la cantidad de luces de la ciudad del Medio Oeste, levantada junto a la confluencia de los dos mayores ríos de Estados Unidos, el Misuri y el Misisipi. Mark Twain, el gran cronista de este último, publicó las aventuras de Huck y el negro Jim en 1880, cuando este trozo de América era tierra prometida para inmigrantes irlandeses y alemanes, un bastión comercial del joven y vibrante país.
Eberhard Anheuser y Adolphus Busch, nacidos en tierras germanas, habían fundado una próspera elaboradora de cerveza en la ciudad que, con el paso del tiempo, se iba a convertir en la multinacional propietaria de Budweiser o Stella. La gran feria mundial de 1904 espoleó más el crecimiento de la metrópolis, sumergida en esa dolce vita que encarnaba la risueña familia Smith de Cita en San Luis (Vicente Minnelli, 1944).
Si alguien quiere hoy encontrar algún vestigio de ese poderío, del sueño burgués elevado a musical, que se pase por la avenida Lindell y eche un vistazo a las mansiones y arboledas. Cuando llegué allí el primer lunes de agosto, después de un día entero recorriendo los suburbios, parecía de veras “el mundo entero iluminado”. Nadie diría que esa deliciosa avenida pertenecía a una de las ciudades con mayor índice de homicidios de Estados Unidos. El de esa mañana soleada y fresca era, sin duda, el San Luis de Minnelli y Judy Garland, el San Luis de la feria. La cita en esta penúltima entrega de la serie sobre el Estados Unidos negro, sin embargo, no era con los Smith, sino con los McCloskey.
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Mark y Patricia McCloskey, un matrimonio de abogados de mediana edad completamente anónimo hace tres meses, se han convertido en carne de prime time televisivo en Estados Unidos tras un altercado el 28 de junio. Aquel día salieron al jardín de su casa apuntando con armas -rifle él, pistola ella- a los manifestantes de Black Lives Matter que marchaban por su terreno y la imagen recorrió medio mundo. El lunes fueron ponentes de honor en la convención republicana que coronó a Donald Trump como candidato a la reelección.
A la hora acordada, Mark McCloskey abre la puerta y saluda con afabilidad. Dentro, las paredes tapizadas, la calidad de las maderas y la decoración -cuerno en la pared, piel de felino en el suelo- transportan a otra época. Compraron esa casa, construida a finales del siglo XIX, una década atrás y la rehabilitaron para convertirla en su oficina. Porque su vivienda -y aquí vuelven los empresarios cerveceros- es un palacete de aire renacentista que precisamente el magnate Adolphus Busch construyó para su hija Anna como regalo. Es el que ahora se ha vuelto tan popular a raíz del incidente de las armas y hoy acoge una buena colección de arte que el matrimonio ha acumulado en 30 años: antigüedades romanas, renacentistas, siglo XVIII inglés... Durante cerca de una hora hablamos del día de autos -por el cual han sido acusados de uso ilícito de armas-, de la inseguridad en la ciudad, de las probabilidades de reelección de Trump y, claro, del movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan).
Una antigua riqueza, hoy evaporada, se intuye en decenas de barrios de la ciudad, plagados de casas abandonadas, que recuerdan a Detroit.
“Ni una sola persona negra desarmada ha muerto por tiros de la policía este año en San Luis. Sin embargo, en lo que llevamos de año ha habido unos 153 homicidios, según la última vez que miré. La mayoría, si no todos, eran de afroamericanos contra afroamericanos. Así que las vidas negras importan, ¿pero no importan estas vidas negras perdidas en San Luis? Es muy hipócrita”, criticó el abogado.
Entonces aún no se había anunciado que iban a ser ponentes en la convención republicana, pero se rumoreaba. Ellos temían que su imagen de riqueza cuestionase el discurso antielitista de Trump. “Por esa misma razón nunca pusimos letreros en favor de Trump en las elecciones de 2016, porque iban a decir: ‘Oh, mira esos millonarios van con Trump”, explicó ella.
Como ocurre en buena parte del país, San Luis es una ciudad de Gobierno demócrata, cada vez más progresista, en medio de un estado conservador. Los contrastes políticos pueden resultar abruptos de una calle a otra, casi literalmente.
Es lo que uno puede comprobar buscando la casa del trompetista Miles Davis, nacido en 1926 en una barriada afroamericana al este de la ciudad. Para llegar hay que tomar un puente que cruza el Misisipi y te deja en Illinois, territorio demócrata donde pertenece el distrito East Saint Louis. En un lado del río, el de Misuri, la única clínica abortiva que queda abierta estuvo a punto de cerrar el año pasado asediada por la presión de las autoridades conservadoras. En la otra orilla, Illinois promulgaba por las mismas fechas una ley que extiende los derechos y obliga a las aseguradoras médicas a hacerse cargo del coste.
Pero esto iba de Miles Davis. La vivienda, rehabilitada y convertida en museo, parece una casa de cuento esa mañana de primeros de agosto, la casa de un cuadro infantil, con el cielo azul a rabiar, nubes inverosímiles de tan perfectas, el jardín verde intenso, la puerta roja. En su autobiografía, Davis cuenta que su padre dentista tenía allí también la consulta. El músico menciona la tragedia del 2 de julio de 1917, cuando una turba de blancos arrasó el barrio y mató a 40 personas, según las estimaciones de la época, cifra que posteriormente muchos investigadores elevaron al centenar. Él no había nacido, pero sus recuerdos muestran lo marcado que se había quedado el suceso en el vecindario.
“La gente negra que yo conocía nunca olvidó lo que esa gente blanca enferma les hizo”, dice. “El mismo año que los negros estaban luchando en la Primera Guerra Mundial para ayudar a Estados Unidos a salvar la democracia. Nos enviaron a luchar y morir allí y nos mataron aquí como si nada”, escribe.
Y en el mismo libro, cuenta varias de sus agresiones a mujeres. Por ejemplo, relata con sorna las bofetadas a una de sus esposas, Cicely Tyson, cómo la agredió porque no le gustaba un amigo al que traía a casa. Esta llamó a la policía y se escondió en el sótano. Los agentes no la vieron herida y acabaron marchándose después de reírse con Davis. Luego este la volvió a abofetear. El músico, con un historial de misoginia bien documentado, es capaz de jactarse de esa violencia en la misma biografía en la que muestra su estupor contra el racismo, que él mismo sufrió, un caso de disociación, o tal vez solo vileza, digno de estudio.
Aquella matanza de 1917 se recordó mucho en 2014, cuando la policía mató al adolescente negro Michael Brown, que iba desarmado, en Ferguson, a un suburbio de San Luis. Este agosto un oso de peluche se encontraba en medio de la calzada, en el mismo lugar donde ocurrió todo, y de forma milagrosa ningún coche lo derribó. Estaba a punto de cumplirse el sexto aniversario y el fiscal acababa de anunciar que el policía que disparó no sería imputado.
Miles Davis recordaba con amargura la matanza racista de San Luis Este, su barrio natal, y al mismo tiempo se jactaba golpear a su esposa
Una antigua riqueza, hoy evaporada, se intuye en decenas de barrios de la ciudad, plagados de casas abandonadas, que recuerdan a Detroit. En la avenida Page, un artista local, Christopher Green, pintó las ventanas tapiadas con retratos de prominentes vecinos negros de la ciudad.
El caso Ferguson encendió ese movimiento Black Lives Matter que hoy ha traspasado fronteras y se ha institucionalizado. Una de sus activistas más significadas de entonces, la afroamericana Cori Bush, de 44 años, ha entrado en política. La fui a ver el domingo, justo dos días antes de las primarias en las que se iba a enfrentar a William Lacy Clay, que lleva 20 años en el Capitolio, en Washington. Bush había convocado una rueda de prensa en su modesta sede-campaña y parecía alicaída, como si temiese la derrota, o tal vez solo estaba exhausta. Denunció juego sucio por parte de la campaña de Clay, que había difundido una foto suya junto a una mujer musulmana y había oscurecido su piel. Lo curioso es que Clay también es negro. “Bueno, me quiere exponer en la imagen de mujer negra enfadada, simplemente intenta ganar la elección…”, me dijo después.
Llevaba una camiseta violeta, el color de su campaña, una blazer negra y zapatillas deportivas, aunque en su pequeño despacho, donde trabajaba en un ordenador portátil lleno de pegatinas -la de Bernie Sanders en un lugar prominente- guardaba también unas sandalias de pedrería de colores. El martes por la noche siguiente a la entrevista, la alertas del teléfono móvil daban la noticias: Bush, madre soltera, exenfermera y expredicadora, había derrotado en las primarias a un veterano congresista y tenía el camino despejado para salir elegida en noviembre por el distrito demócrata.
El domingo me había dicho que todo el trabajo hecho desde 2014, tras la muerte de Brown, empezaba a fructificar y eso explicaba la explosión tras la muerte de George Floyd en Minneapolis. “Mucha gente nos dice que ahora entiende lo que pasa y antes no, eso no ocurrió entonces”.
Minneapolis, la ciudad que se asociaba normalmente a Prince, se había colocado en el centro de la conversación mundial tras la muerte de Floyd en una brutal detención policial, convertido en icono súbito y global contra el racismo. Cómo se encontraba la ciudad dos meses después de aquellos hechos iba a ser el capítulo final de este viaje.
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