Libra, en el limbo de las gafas inteligentes
Alguna innovación sale con el pie torcido. Facebook no ha sabido guardar nuestros datos y ahora quería mover nuestro dinero. ¿Qué podía salir mal?
Tampoco somos tan buenos previendo el futuro. La ciencia ficción del siglo XX imaginaba el XXI con coches voladores, viajes espaciales y robots humanoides. En 2019 existe una razonable resistencia a que haya vehículos cruzándose sobre nuestras cabezas, no hemos vuelto ni siquiera a la Luna y los robots están en todas partes, pero no tenemos un mayordomo a lo C3PO. La tecnología que se impone no es solo la posible: es la oportuna.
Hay innovaciones que se estrellan literalmente (el zepelín, el Concorde). Otras salen a destiempo, sin un público dispuesto ni un negocio viable a la vista. Hace un lustro levantaron gran expectación las gafas inteligentes Google Glass, para las que trabajó un ejército de ingenieros. Toparon con el temor, lógico, a que cualquiera pueda estar grabando en cualquier sitio. El problema de fondo era otro: no es tan apetecible que te proyecten cosas en las gafas. ¿Recuerdan Pokemon Go? El juego que iba a transformar el ocio se desvaneció en semanas. La industria de televisores se dejó una fortuna en impulsar el 3D, y hoy triunfa el 4K en las dos dimensiones de siempre, que no marean.
Prueba y error, prueba y error. El último patinazo es la moneda virtual libra, con la que Facebook pretendía revolucionar las finanzas. Hace tiempo que la banca teme el asalto de Silicon Valley. Mark Zuckerberg se tiró a la piscina, con socios como Visa, Mastercard o PayPal, para dar servicios financieros a sus cerca de 2.000 millones de usuarios. La idea iba más allá de lo que ya hacen Apple Pay o la china WeChat: servir como medio de pago a través del móvil. El sueño faraónico de Facebook era todo un sistema financiero y monetario paralelo. Sin supervisión. Saltaron las alarmas en todos los despachos. La Reserva Federal, el BCE y hasta un tuit de Trump advertían del riesgo descomunal para la estabilidad económica. Los socios de Facebook se fueron retirando. El proyecto ha quedado paralizado sine die.
Zuckerberg, a tus zapatos. En banca la reputación lo es todo. Con todo el desprestigio que dejó la crisis, aún colocamos el dinero en una entidad porque nos fiamos de ella (y de la regulación). Facebook abordó este proyecto con su imagen por los suelos, su presidente interrogado en el Congreso de EE UU por asuntos turbios, y una candidata presidencial prometiendo desmontar la compañía. La red social no ha sido fiable guardando nuestros datos ni protegiéndonos de la manipulación política: ahora pretendía mover nuestro dinero. ¿Qué podía salir mal?
No es el final. Se prepara una nueva generación de las Google Glass, esta vez concebidas para el uso profesional. Algo mejor enfocado, menos ambicioso, aún arriesgado. Facebook tendrá que repensar su plan desde cero. En los próximos años algún gigante tecnológico morderá el negocio de los bancos. Si acierta en el cómo y el cuándo.
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