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La ‘startup’ que hace ganar dinero a los ‘influencers’ de vídeo en directo

¿Conoces a alguien que retransmita vídeo en directo? Hay una queja común en todos estos creadores de contenido: tienen un regimiento de seguidores leales, pero no ganan dinero. Streamloots ofrece un modelo para corregir este desequilibrio.

El youtuber 'El Rubius' en la película 'Men in Black: International'.
El youtuber 'El Rubius' en la película 'Men in Black: International'.

Un usuario observa cómo juega su influencer favorito a League of Legends. Parece una relación unidireccional hasta que este seguidor compra un cofre de Streamloots y canjea una de las tres cartas que contiene. Estas le permiten interactuar con el influencer, desde enviarle un saludo a su pantalla hasta obligarle a jugar dos minutos con los ojos cerrados.

Sobre esta labor de intermediación, con cofres y cartas dentro de los cofres, ha fundado su negocio la startup Streamloots. Alberto Martínez, CEO de Streamloots, explica que solo un pequeñísimo número de influencers se gana la vida con los ingresos procedentes de YouTube y Twitch o con el patrocinio de marcas. A la mayoría no les da. "Tienen una audiencia muy fiel. Igual no es tan grande como para que venga Adidas y les patrocine, pero es suficiente como para vivir de eso".

Su startup trata de extraer valor económico de esta audiencia. "Esta gente se convierte en pequeñas franquicias de medios. Y el contenido, en lugar de estar creado solo por las grandes productoras audiovisuales, se ha empezado a descentralizar: cualquiera en su casa puede retransmitir en directo", apunta Martínez. "Pero para que eso sea posible, los creadores tienen que poder vivir de eso".

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Martínez, que salió al escenario bailando para recoger el premio a la startup ganadora del South Summit 2019, recibió una maceta con un pequeño madroño como trofeo, de manos de la ministra de Industria, Comercio y Turismo en funciones, Reyes Maroto. Él es uno de los cuatro socios que han fundado Streamloots.

Martínez y otros dos tienen 29 años y son de Murcia. Coincidieron en la carrera de Ingeniería Informática, pero solo se conocían de vista. La casualidad hizo que los tres acabaran trabajando para la misma consultora. “Ahí es donde empezamos a quedar los fines de semana para crear miniproyectos por hobby, porque éramos muy frikis. Bueno, somos muy frikis”, se corrige. Después de una ristra de experimentos crearon un proyecto con vistas a montar un negocio: una herramienta para invertir en jugadores de esports.

Aquí entraría el cuarto socio, que también estudió informática, pero en Valencia. Y sería en esta ciudad donde se completaría el cuarteto, cuando el proyecto entró en una aceleradora valenciana. Este embrión de negocio llegó a estar seleccionado para la final de la aceleradora estadounidense Y Combinator. Pero para cuando los llamaron, estos jóvenes habían abandonado su primera idea y hacía dos semanas que trabajaban en Streamloots. Pese a todo, el fondo que les había contactado invirtió en el nuevo proyecto y los llevó a San Francisco tres meses a una incubadora.

Alberto Martínez, CEO de Streamloots, recoge el premio a la mejor 'startup' del South Summit 2019.
Alberto Martínez, CEO de Streamloots, recoge el premio a la mejor 'startup' del South Summit 2019.

La idea surgió al plantearse qué es lo que más le gustaría al espectador obtener de su ídolo favorito. “Pues interactuar con él. Al final, tener un minuto de gloria con él era lo más valioso para ellos", subraya Martínez. "Hicimos una prueba supercutre a principios del año pasado, con tres influencers que no sé ni cómo confiaron en nosotros. Y el primer día de la prueba vendimos 100 euros o así".

La alegría les desbordó. "Era la primera vez que facturábamos algo de un cliente real, porque el proyecto anterior no había funcionado nada. Y yo recuerdo ese día diciéndole a mi padre que de aquí salíamos a la Bolsa en nada", recuerda Martínez.

A partir de ahí se empezaron a apuntar influencers a la lista de espera para probar su plataforma. Hoy son 8.000: la mitad de ellos hispanohablantes y la otra mitad, anglófonos. La empresa levantó en marzo una ronda de 1,5 millones de euros y en estos últimos meses ha pasado de ocho a 24 empleados.

Los streamers con los que trabajan no solo juegan a videojuegos; también tienen gente que cocina en directo o músicos que tocan el piano. En cuanto al público, su principal segmento está entre los 18 y los 35 años. "El valor que tiene es que el espectador está influyendo en el contenido que se está creando. El espectador pasa a ser una parte activa", destaca su cofundador.

El streamer define el tipo de interacciones que aparecerán en las cartas que ofrecerá a sus espectadores. Estos emprendedores se han encontrado de todo: desde un tuit dedicado, garantizar que el influencer se disfrace de gallina, que se tiña el pelo o que cambie de juego. Lo más extremo que han visto fue un streamer que creó una carta en la que invitaba al afortunado que le tocara a irse de viaje con él a Corea durante tres días.

Cuando un usuario compra un cofre no sabe qué tres cartas contiene. Evidentemente los premios más jugosos o las acciones más complejas de realizar tocan menos. El streamer controla la probabilidad que tiene cada carta de aparecer. El precio de un cofre puede ir desde los 0,99 euros en adelante y Streamloots se queda con una comisión del 20%.

La mayoría de competidores de Streamloots son asiáticos, sobre todo chinos, como las plataformas Zaizhibo, Yizhibo o Huajiao. Todas ellas facilitan el virtual gifting: hacer regalos a los streamers a través de bienes vituales. Los espectadores pueden regalarles, por ejemplo, un arma poderosa, que después el influencer cambiará por dinero. Esta es la forma común de financiar a estas personas en Asia, más popular que las donaciones.

Estas propuestas, sin embargo, apenas han sacudido a Europa y EE UU. Por eso Streamloots no piensa en un horizonte de rentabilidad. Su planteamiento es seguir creciendo y acaparar todo el mercado posible en estas dos regiones. Eso como primer escalón. Asia, el auténtico gran mercado en este ámbito, puede esperar.

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