Mejorar el cerebro no saca de pobre
La opción de una mente perfeccionada beneficiaría a los de siempre. E incluso podría llegar a borrar nuestra identidad
Año 2059. La bioingeniería permite mejorar las capacidades intelectuales de cada individuo. La intervención está cubierta por el sistema sanitario para evitar enfermedades, pero solo quien puede pagárselo modifica su genética para tener un cociente intelectual de 130. ¿Solo ellos? No: una organización filantrópica llamada Proyecto por la Igualdad Genética costea esta experiencia a algunas familias pobres. Pero sus resultados, ay, resultan decepcionantes. Muy pocos de los beneficiarios de esta especie de beca han accedido a universidades de élite o alcanzado la excelencia profesional. En conclusión: “Estamos presenciando la creación de un sistema de castas, pero no uno basado en diferencias biológicas en las capacidades, sino uno que usa la biología para justificar y afianzar las diferencias de clase ya existentes”.¡Vaya!
El relato es de Ted Chiang, exitoso autor de ciencia ficción, y se ha publicado dentro de An Op-Ed from the Future, una serie de crónicas desde el futuro que The New York Times ha encargado a pensadores relevantes. Lejos de los mitos transhumanistas, Chiang aporta un lúcido escepticismo. Mejoraremos nuestras mentes, sí, pero seguirán pesando en nuestro progreso personal lastres tan analógicos como el contexto social, familiar y académico. Haber sido modificado genéticamente será solo un mérito en el currículum, como un MBA. La Nueva Élite, que copa los altos cargos, son los de siempre.
Si la ciencia nos da la oportunidad de mejorar nuestros cuerpos y mentes, es iluso pensar que eso puede frenarse. Pero no es menos iluso confiar en que eso vaya a hacernos superhombres a todos por igual. Claro que primero tenemos que ponernos de acuerdo en cómo se mide la inteligencia, que no es un simple cociente. Tampoco es fácil delimitar cuánto de lo que llamamos inteligencia es genético y cuánto aportado por la educación, las experiencias, el entorno. El futuro que imagina Chiang da la razón a los que dan más peso a lo adquirido que a lo heredado.
¿Y si hubiera una forma más sencilla, como implantarse un chip, de ganar capacidades intelectuales? Es la que anticipa, en la misma serie del Times, la filósofa y científica Susan Schneider. Su visión no es menos desalentadora. Podremos elegir como en una tienda entre distintos injertos. El más novedoso se llama Merge: permite aumentar las funciones mentales transfiriéndolas a la nube. Schneider se hace una pregunta inquietante: después de eso, ¿continuaríamos siendo nosotros? Porque habría un momento en el que quien modifica su mente “no es la misma persona que antes, ya que el procedimiento hace que la persona que busca la mejora deje de existir”. Piénselo: ¿sacrificaría su identidad, su conciencia, para competir mejor? Responda antes de 2059.
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