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¿Tiene Facebook toda la culpa de la radicalización política? (spoiler: NO)

Le echamos la culpa a Facebook. La realidad, sin embargo, es que la culpa de la desinformación es nuestra, de los propios lectores

G. V.
Donald Trump y su esposa Melania llegan a la Casa Blanca el de 11 de noviembre, tras asistir en París a los eventos por el 100 centenario de la I Guerra Mundial
Donald Trump y su esposa Melania llegan a la Casa Blanca el de 11 de noviembre, tras asistir en París a los eventos por el 100 centenario de la I Guerra MundialGetty Images

Muchos estudios indican que Internet alimenta la polarización y radicalización política y que herramientas como redes sociales (con Facebook y Twitter a la cabeza) sirven como cámaras de eco. Una cámara de eco es la situación en la que información, ideas o creencias son amplificadas por transmisión y repetición en un sistema cerrado donde las visiones diferentes o competidoras son censuradas, prohibidas o minoritariamente representadas (sí, esta es la definición de la Wikipedia).

Es una idea que se ha propagado mucho. Así lo atestigua el éxito de libros como El filtro burbuja, de Eli Pariser; o el más reciente #Republic: Divided Democracy in the Age of Social Media, de Cass Sustein. Sin embargo, esta opinión es mayoritaria, pero no unánime.

La existencia de estas cámaras de eco viene de largo, según afirman dos doctores en Economía en un paper publicado en abril de 2017. La profesora asociada del MIT Sloan, Sagit Bar-Gill; y el profesor de Economía en el Berglas School of Economics de la Universidad de Tel Aviv, Neil Gandal sostienen, de hecho, que estás cámaras “siempre han existido” y aunque parece que se están haciendo cada vez más estancas, se preguntan si hay que echarle la culpa a los algoritmos o a nosotros mismos.

Levi Boxell, doctorando en Económicas por la Universidad de Stanford, se manifiesta a favor de esta idea en un estudio publicado en julio pasado. Boxell toma como ejemplo las elecciones presidenciales en EE UU en 2016. En ella, la proporción de votos a favor del candidato ganador, Donald Trump, fue más alto en los grupos menos activos en internet (un dato relevante: múltiples informaciones apuntaron a que la candidata perdedora, la demócrata Hillary Clinton, fue víctima preferente de las noticias falsas propagadas en la Red, alimentadas con los datos de 50 millones de usuarios de Facebook).

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El propio estudio se cura en salud afirmando que podría haberse dado la situación de que este contenido originado en redes sociales fuese redifundido en medios tradicionales, y que fuese entonces cuando persuadiesen a los no usuarios de internet. También puede darse la situación de que la gente menos activa en internet sea la más influenciable por sus contenidos dada su escasa experiencia ante los recovecos de la red.

La opinión de Boxell se ve refutada, al menos en parte, por un tercer estudio elaborado por seis científicos de tres universidades distintas. Este paper sostiene que un uso extensivo de redes sociales (sobre todo Facebook) para recabar información política nos resta conocimiento y nivel político como ciudadanos. Usando un análisis cuantitativo, este estudio llegó a la conclusión de que cuanto más activo es un usuario, más tiende a concentrarse en un número limitado de fuentes de información. “El consumo de contenido en Facebook se ha visto fuertemente afectado por la tendencia de los usuarios de limitar su exposición a un par de webs”, asegura. “Probablemente, el principal problema detrás de la desinformación es la polarización de los internautas”, afirman los autores. Es decir, es cierto que las redes sociales contribuyen a crear cámaras de eco en las que nuestras opiniones se ven reforzadas. Sin embargo, la mayor carga de la culpa está de nuestro lado: le hemos entregado a un algoritmo la capacidad de decidir qué debemos leer. Él no nos ha obligado.

La cuestión viene de lejos (y ya te la hemos contado en RETINA). Un estudio de la Universidad de Stanford encendió las alarmas en 2016: los estudiantes de instituto y universidad de EE UU no solo no entendían bien la diferencia entre un anuncio y una noticia; también eran víctimas fáciles de los engaños más burdos en cuestión de noticias falsas, información interesada y rumorología en general. Tendían a dar más credibilidad al primer resultado en una búsqueda básica en Google que a los siguientes, desconocían la manera de restringir búsquedas a páginas educativas o científicas o de dilucidar quién está detrás de una página web de aspecto “serio y autorizado”. En resumen: a más información disponible, más probabilidades de que dicha información no sea fiable. Y más difícil desentrañar la que sí lo es de la que no.

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Sobre la firma

G. V.
Corresponsal en Canarias y miembro del equipo de edición del diario. Trabajó en la Cadena Ser, Cinco Días y fue jefe de EL PAÍS Retina y de la sección de Tecnología. Licenciado en Ciencias de la Información, diplomado en Traducción e Interpretación y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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