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Saliendo de la cámara de eco

El término se suele usar para las redes sociales, pero puede extenderse a algo mucho más antiguo: la especialización

Visualization of Machine Learning, AI, Computer Technology
Vista de cerca de la mano de la mujer usando la pantalla táctil interactiva del quiosco electrónico.Angel Santana (Getty Images)
Javier Sampedro

[Esta pieza es una versión de uno de los envíos de la newsletter semanal de Tendencias de EL PAÍS, que sale todos los martes. Si quiere suscribirse, puede hacerlo a través de este enlace].

Hablemos de la cámara de eco, esa metafórica habitación insonorizada en la que vivimos hoy, aislados informativamente del resto del mundo y donde solo escuchamos los ecos de nuestra voz repetidos hasta la náusea. El término se suele usar para las redes sociales, donde la gente no hace más que cocerse en sus propias ideas preconcebidas, pero se puede extender a esa cámara de eco mucho más antigua que denominamos especialización.

La especialización consiste en saber cada vez más sobre cada vez menos hasta llegar a saberlo todo sobre nada, como dijo o debió decir alguien. La complejidad del mundo la hace inevitable, pero no deja de ser uno de los grandes males de nuestro tiempo. Los principales avances tecnocientíficos provienen casi siempre de personas que han sido capaces de romper los barrotes de esa jaula y mirar más allá. Esto vale para las matemáticas puras, para la ingeniería computacional y para todo el abanico de disciplinas que habitan abarrotadas entre esos dos extremos. Vivir en la cámara de eco puede resultar agradable, incluso narcotizante, pero nos impide entender el mundo y encontrar formas de mejorarlo.

EL PAÍS presentó hace poco Tendencias, una iniciativa futurista sobre los grandes retos y las aún mayores oportunidades que la ciencia, la tecnología y el conocimiento están desplegando ante nuestros ojos asombrados. El proyecto echó a andar con un evento que se puede volver a ver aquí. Hay un montón de cosas interesantes ahí —el vídeo dura lo que el Oppenheimer de Christopher Nolan, más o menos—, pero fíjate en un detalle importante. La epidemióloga María Neira no solo habla de la pandemia, sino también, o sobre todo, del cambio climático y sus graves efectos sobre la salud mundial: asma, cáncer, extensión del hábitat de los insectos que trasmiten la malaria. Neira sale de su cámara de eco para enfocar los problemas desde varios ángulos. Es justo el tipo de pensadora que necesitamos en nuestro tiempo.

En justa correspondencia, el arquitecto José María Ezquiaga reflexionó sobre urbanismo, sí, pero también sobre lo que la pandemia nos ha revelado, de las limitaciones de la ciudad moderna y de cómo mejorar el acceso a los servicios públicos y el bienestar de la gente. La nanotecnóloga Sonia Contera, a quien ya conocía, es una cascada de creatividad científica basada por entero en trazar nexos entre sectores del conocimiento que casi todo el mundo percibe como compartimentos estancos. Son solo tres ejemplos, pero menudos tres ejemplos.

En los pocos días que han trascurrido desde el evento, la agencia del medicamento de Estados Unidos (FDA) ha aprobado el primer tratamiento basado en el editor genético CRISPR, cuyas creadoras recibieron el premio Nobel hace solo tres años; la Unión Europea ha acordado la primera regulación integral de la inteligencia artificial, en una sesión maratoniana que ha alcanzado un punto de equilibrio, reconocidamente inestable, entre la protección de la privacidad, la seguridad nacional y la necesidad de que las emergentes empresas europeas del sector no pierdan el tren de esta tecnología rompedora; y la conferencia climática COP28 discute un acuerdo de reducción de emisiones que tiene visos de resultar poco ambicioso.

Fuera de la cámara de eco, el mundo se transforma a una velocidad creciente, movido por la ciencia y la tecnología. Es hora de romper la jaula.

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