Las dos caras de las pantallas
Mientras el uso precoz del móvil genera un gran riesgo entre los más jóvenes, la tecnología ayuda al aprendizaje continuo de trabajadores y directivos
Para entender la enseñanza digital, y repartir los riesgos y las posibilidades, hay que retroceder algunas décadas. Quizá a los tiempos del Bachillerato. Y a la profesora diciendo: “abran el libro por la página 48″. Hoy esa página de ese mismo libro cuenta historias tan distintas que revelan que la educación digital aún cursa 1º.
Si el relato comienza en esa página con la voz y la experiencia de Mar España Martí, directora de la Agencia de Española de Protección de Datos (AEPD), resulta espeluznante. Hay niños de 11 años que ya cometen delitos —cuando ni siquiera tienen responsabilidad penal— usando inteligencia artificial; cada vez hay más abusos sexuales a menores; los pedófilos y los pederastas utilizan los juegos para encontrarlos, y “estamos viendo algo tremendo, y lo quiero decir alto y claro: el suicidio es la mayor causa de muerte en los jóvenes”. Uno de cada tres adolescentes se están medicando con síntomas de depresión y ansiedad y eso es “porque no se puede dar un móvil con consumo ilimitado a internet a un niño de ocho años, que es la edad media, y cuando experimentan los primeros contactos con la pornografía”, critica Mar España. La respuesta es un pacto digital de Estado en el Congreso, donde no cuenten las ideologías, acompañada por una Ley de la Infancia y la Juventud en Internet. “Estamos hablando de la etapa del desarrollo de la empatía, y el retroceso resulta brutal”. Otra respuesta es el canal prioritario para denunciar cualquier situación de acoso grave. Está en marcha desde 2019. Se ha conseguido que X, Meta, Google y Tik-Tok se adhieran a la retirada de vídeos de contenidos inaceptables. Este año la Agencia ha dictado 20 órdenes de retirada, casi siempre sexuales y destinados a agredir a mujeres menores de 30 años, aunque hay casos también de humillación a hombres. En dos años se han eliminado 51 vídeos y evitado diversos suicidios.
En otro de los libros, el que corresponde a María Acaso, jefa de Educción del Museo Reina Sofía, se analiza el impacto que ejercen las imágenes que los adolescentes consumen online. La idea es formarles en la diferencia entre lo inocuo y lo dañino. “Somos la primera generación que nos enfrentamos a este problema tan grande de la digitalización audiovisual. Y esa comunicación pasa por las imágenes. Cómo podemos alfabetizarnos visualmente, y de ahí nace el concepto de soberanía visual”, comenta Acaso. Que los chicos sepan qué imágenes ver y cuáles no. ¿Ejemplos? La serie Euphoria. Es una propuesta que no sabemos si es una apología de las drogas o una crítica. Otro caso son los stickers de juegos violentos como Fornite que resultan una tapadera para enviar (fundamentalmente a chicos) imágenes pornográficas a compañeras o amigas.
Ahora el libro se abre por la educación superior, un mundo distinto: la utilización en la escuela de negocios IE del reconocimiento facial para dar clase y analizar la capacidad de atención del estudiante. “El principio general es que la tecnología personaliza la educación”, defiende Santiago Íñiguez, presidente de IE University. Y añade: “Permite detectar necesidades especiales y acompañar al alumno en todo lo que es la analítica predictiva”. Las empresas se vuelcan en la formación online porque, asegura Íñiguez, resulta más eficiente y da mejores resultados. Por pasiva. Permite que los alumnos más introvertidos (suelen ser los creativos) tengan una mayor participación. También cambia el papel del profesor: con todas las fuentes en internet, el alumno llega a clase con más información y el tutor es más un orquestador del aprendizaje.
Educar a los educadores
Vuelve el libro, abierto por la formación de adultos. La enseñanza continua, una meta y una barrera. “La formación nos debe acompañar toda la vida. Pero existen etapas en la que la incidencia de los educadores resulta importante. Educar a los educadores es fundamental para conseguir un buen uso de la inteligencia artificial en el aula”, analiza Anna Bajo Sanjuán, responsable global de Impacto Social de Santander Universidades. Profesores con los que trabajamos admiten que tienen un 80% de competencias digitales y las utilizan en los pupitres. Un porcentaje alto. Pero también afrontan dificultades para gestionar estos instrumentos porque nunca los han manejado antes.
Y cierra las tapas Mariano Jabonero, secretario general de la OEI, con una reflexión acertada: “¿Usted dejaría a su hijo de 12 o 13 años solo en el centro de Bogotá, Madrid o Ciudad de México a las 12 de la noche? Ese móvil son las 12 de la noche. Sin capacidad de defensa”, describe. El informe Mundial de Educación redactado con Unesco demuestra que la velocidad de avance de la educación resulta muy superior a la evaluación del impacto que tiene realmente. “El final de la pandemia nos ha dejado la lección de invertir en aquello que produce habilidades, competencias, retorno y bienestar”, aconseja Jabonero.
Cuanto más desconectado, más libre
Harto de leer lo que el público opinaba o dejaba de opinar sobre él, Javier Ambrossi se desconectó de Twitter (hoy X) porque entendió que coartaba su libertad y su forma de actuar. Han pasado seis años desde entonces y sigue ajeno a lo que se cuece en la plataforma. “Cuando estás más desconectado, eres más libre. Actúas como eres tú realmente”, opina. A su lado, Javier Calvo reconoce que hace algún tiempo también se sumergía en las redes sociales para ver qué decía de él la gente. “Acabé por entender que lo que escriben sobre ti no es lo que piensan sobre ti. Dicen una cosa y a los dos minutos cambian de opinión. La necesidad de valorar constantemente hace que la gente pase por delante de los sentimientos de cualquiera”, añade.
Ambrossi y Calvo, Los Javis, son una referencia en el ámbito de la creación audiovisual. Su relación con las redes sociales tiene mucho de paradoja. Es cierto que se muestran críticos con ellas, aunque a la vez son conscientes del papel determinante que han jugado en sus vidas. “Nos conocimos por Facebook”, confesaron en la charla que mantuvieron con el periodista de EL PAÍS, Manuel Jabois, sobre las relaciones en la era digital. Los directores, creadores y guionistas atraviesan un momento dulce con La mesías, su última ficción. Una serie en la que se entremezclan fe, espiritualidad, familia, pop, sectas, religión y abusos a menores.
El éxito de esta combinación explosiva ha sido incontestable. “En cierta medida, La mesías es lo que es gracias a las redes sociales. La hiperconexión nos ha venido muy bien para enlazar con el público”, afirmó Ambrossi. Ya había sucedido lo mismo con La llamada, su debut cinematográfico y, sobre todo, con Paquita Salas y más tarde con La Veneno. Algo parecido ocurre en el periodismo, porque gracias a las redes, el redactor sabe casi al instante lo que opinan los lectores sobre lo que escribe. Esta interacción continua puede llegar a generar una especie de “nueva esclavitud” entre los periodistas, apuntó Jabois. “Para un creador, es muy peligroso estar constantemente pendiente de lo que dicen de uno. La propia idea de escribir no es para gustar o no a los demás. La gracia está en la búsqueda del impacto emocional”, reflexionó Ambrossi.
Los invitados apuntaron otros dos efectos perversos que emanan de las redes. Por un lado, la autocensura que muchos artistas se imponen a la hora de exponerse ante la opinión pública. Tampoco reflejan cómo es la realidad, porque “se mueven por un motor radical”.
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