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Frenético pulso por el trono ‘indepe’

Esquerra lidera la vía pragmática; pero los jóvenes postconvergentes y anti-Puigdemont reclaman un PNV

El expresidente de Cataluña, Carles Puigdemont (derecha), y Oriol Junqueras durante el pleno en el que se debatió la respuesta a la aplicación del artículo 155, en 2017.
El expresidente de Cataluña, Carles Puigdemont (derecha), y Oriol Junqueras durante el pleno en el que se debatió la respuesta a la aplicación del artículo 155, en 2017.Massimiliano Minocri

Dos años después de los atentados del 17-A todo es distinto en Cataluña: la fractura gana terreno. La lucha entre Puigdemont y Junqueras “es descarnada, feroz y salvaje”, testifican desde el PDeCat. Esquerra lidera la vía pragmática; pero los jóvenes postconvergentes y anti-Puigdemont reclaman un PNV.

Atropellados por la insania fanática, 16 ciudadanos de todo el mundo fallecieron súbitamente hace dos años en la Rambla de Barcelona y en Cambrils por un atentado del terror yihadista. Este sábado se les recordará con afecto. Pero sin prosopopeya. Un acto breve, un protocolo escueto, una clamorosa ausencia de discursos. Y es que aquella tragedia se acompañó de un drama menor pero persistente: la desazón política, el intento de aprovechar la desgracia ajena para desprestigiar el orden vigente.

El 17-A se trocó por azar en preludio del otoño levantisco y convulso de la política catalana: las leyes de desconexión, el referéndum ilegal, la efímera proclamación de la república. Pero entonces el bloque independentista marcaba la pauta sin temblores.

Su pauta era triple: unilateralismo para ultimar la secesión; radicalismo excluyente de dudosos y desafectos; unidad del secesionismo, con su exigua ventaja en escaños carente de mayoría en votos (47,7%). Esa unidad estaba patrocinada por las sociedades de agitación soberanista, Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural (OC).

Aquella movida multiforme la dirigían a trompicones, pero con energía, los líderes postconvergentes del PDeCat, Artur Mas (hoy condenado por desobediencia) y Carles Puigdemont (huido a Waterloo). La pujante Esquerra Republicana (ERC) de Oriol Junqueras se doblegaba ante ese liderazgo tildado de burgués: listas conjuntas, rol segundón en los Gobiernos de coalición... De todo aquello no queda nada. La unidad se reemplazó por la fractura total y por la infructuosa llamada a la unidad perdida.

Y el impulso de ANC y OC como influencers de esa unidad del procés dio paso al descrédito de ajenos, y a cuantiosas bajas propias, mantenidas en sordina. Los líderes quedaron velados en la cárcel, y por la fuga. O por la desafección. Exconsellers de Esquerra (Anna Simó, Josep Huguet) anuncian que no irán a la Diada de la ANC, que califican como “aquelarre” antipartidos. “Será positivo si los profesionales de la política recuperan su papel, es un requisito de la normalización”, apunta el secretario de organización socialista, Salvador Illa.

Un dirigente del PDeCat: “La lucha entre Puigdemont y Junqueras es descarnada"
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Y así, la unilateralidad cede paso al pragmatismo. La radicalidad, a la centralidad algo moderantista. La unidad se esfumó: ahora se llama competencia por el poder. La clave desde el 17-A es la lucha despiadada por la hegemonía indepe, entre el mundo postconvergente y ERC, con la radical Candidatura d'Unitat Popular (CUP) como convidada de piedra pero siempre jaleada por el inane president Quim Torra.

Como confiesa desde la intimidad a este diario un dirigente del PDeCat, “la lucha entre Puigdemont y Junqueras es descarnada, feroz y salvaje”. El fugado reniega de Roger Torrent (ERC), titular del Parlament, por vedarle repetir como candidato a president.

Y Junqueras cree que su cercanía al millón de votos en las legislativas —dobló a los convergentes— le acredita más futuro; esteriliza la victoria pírrica del fugado en las europeas, y le mandata para “amortiguar” las aristas del procés, convencido de que las heroicidades, si suponen enviar a más jóvenes a la cárcel, son estúpidas.

Nada se entiende de Cataluña si se ignora la dureza de ese frenético y agónico pulso por la hegemonía del independentismo que libran ambos. Y por ende, por el liderazgo de Cataluña. Y de rebote, por encarnar la influencia catalana en toda España (el Estado, la llaman), como se vio en sus escaramuzas cruzadas ante la investidura fallida de Pedro Sánchez.

Frente a ERC se pergeña una alternativa desde la postconvergencia

El no del PDeCat y el quizá abstencionista de ERC simbolizan el unilateralismo reincidente (“ho tornarem a fer”, lo volveremos a hacer) y una inclinación al compromiso. ERC está mejor compuesta para la carrera hacia la centralidad que sucederá a la de la radicalidad: solo el 9% de los catalanes apuesta por la unilateralidad, según revela la última encuesta de la Generalitat. Y no es artículo de fe que la reacción a la sentencia (desconocida) de los 12 procesados en Supremo “sea insurreccional”, augura un dirigente del PDeCat. “No es seguro que sirva para recomponer su unidad estratégica”, coincide otro del PSC.

En esa carrera, el pragmatismo de Esquerra lleva ventaja, demoscópica y discursiva. Pero algunos recelan: fueron los de Junqueras quienes abocaron a la declaración de independencia del 27-O negándose a convocar elecciones; quienes frustraron los presupuestos del PSOE; quienes abortaron el aterrizaje de Miquel Iceta a la presidencia del Senado.

Frente a ERC se pergeña una alternativa desde la postconvergencia. Si Puigdemont acaba de cortar amarras con su antiguo partido, dirigido por el joven David Bonvehí con apoyo de todos los moderados (Mercè Conesa, Ferran Bel, Marta Pascal, Carles Campuzano...), “nuestro posibilismo inspirado en el PNV se impondrá a su legitimismo aplaudido por la CUP”; y Artur Mas “tendrá que elegir: su mayonesa de consenso es imposible, Puigdemont solo piensa en él”, aduce ese sector, el menos ruidoso y quizá el más efectivo: ha pactado con el PSC la Diputación de Barcelona.

La batalla se acelera. ERC se va de Congreso el 15 de septiembre. El PDeCat celebra su conferencia el 20 de septiembre. Y en medio, otras peripecias, la Diada, la nueva investidura o las urnas; los presupuestos catalanes o su segunda prórroga; el eventual adelanto de elecciones autonómicas. Cuánto fragor.

17-A: un proceso sometido a conspiraciones

La causa judicial abierta por los atentados de hace dos años en Barcelona y Cambrils sigue su curso en la Audiencia Nacional, con el grueso de la investigación ya cerrada. En octubre de 2018, el juez Fernando Andreu procesó por delitos de terrorismo a los tres supervivientes de la célula de Ripoll —Mohamed Houli Chmelal y Driss Oukabir por integración en organización terrorista y Said Ben Iazza por colaboración—. Los tres permanecerán en prisión provisional hasta que se celebre el juicio.

En las últimas semanas, el diario Público, y posteriormente medios cercanos al independentismo catalán, han lanzado una teoría de la conspiración sobre una posible connivencia entre los servicios de inteligencia y los terroristas liderados por el imán Es Satty. La teoría, jaleada por el president Quim Torra y amplificada por el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se basa en un informe fantasma sin autor conocido, fecha ni membrete.

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