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¿Telediario o telenovela? La campaña en la cárcel

Cinco reclusas de las 45 que han votado en la prisión de Alcalá Meco charlan sobre Cataluña, inmigrantes, vientres de alquiler y quién tiene el mando (de la tele)

Alejandra, Maite, Eva, Gema y Ana en la cárcel de mujeres de Alcalá Meco Madrid 1.
Alejandra, Maite, Eva, Gema y Ana en la cárcel de mujeres de Alcalá Meco Madrid 1.Julián Rojas
Patricia Gosálvez

Hace un mes, Maite cambió Rock FM por Onda Cero, “para enterarme del tema electoral”, dice. “No tengo tele en la celda y como en la sala común las latinas son mayoría, votan poner la telenovela en vez del telediario”.

Para charlar con Maite y sus compañeras Gema, Alejandra, Eva y Ana, de entre 49 y 46 años, hay que cruzar dos garitas y dos puertas de barrotes que abre alguien tras una mampara de cristal. Son cinco de las 482 reclusas de Alcalá Meco Madrid 1, una cárcel de mujeres cuya proximidad a Barajas hace que un 60% de las internas sean extranjeras, la mayoría mulas que aterrizan con droga.

Durante un par de horas, sobre un café de máquina, en un módulo entre jardines, el variopinto grupo (las hay de derechas y de izquierdas, con más y menos condena) desgrana animadamente unas elecciones en las que ellas ya han votado por correo.

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El tema que más calienta es la inmigración. Todas son españolas y critican que en la cárcel las extranjeras reciben mejores trabajos, más ayudas, cursos que no repercuten en reinserciones en España... “Y encima, se están todo el día quejando”, se quejan a su vez ellas. “A ver, que en su país tendrían que pagar por dormir en el suelo de una celda, que aquí hay derechos humanos y la comida está buena... Vamos, que me vea yo defendiendo la prisión...”, chasquea una. Y además, lo de las telenovelas.

En Meco solo pueden votar unas 190 presas —las españolas cuya sentencia no diga lo contrario—, y lo han hecho 45 (8 más lo intentaron, pero tuvieron problemas administrativos, como no estar empadronadas). Es decir, una de cada cuatro quiso votar. Comparadas con el 12,5% de la población reclusa que solicitó el votó para el 28-A, son muchas. Y en parte, es gracias a estas cinco.

“Yo he ido por todo el módulo diciéndole a las chicas que hay que votar, es importante seguir implicadas”, dice Gema, rebeca rosa a juego con las mechas. Una recaída en las drogas le hizo tomar “malas decisiones”, pero su voto lo ha meditado mucho: “Pensé en Pablo, pero no, porque no pactó con el PSOE y facilitó el gobierno del PP; pensé en Albert, pero tampoco, porque en los presupuestos se opuso a la subida del salario mínimo; así que voté a Pedro”, argumenta.

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Sus compañeras comparten esa motivación extra: “En prisión no puedes hacer muchas cosas, votar sí, hay que aprovechar, sirve para no sentirte excluida del todo”, dice Maite, enormes rabillos negros, “de derechas de siempre”, que quería “alguien nuevo” y votó Ciudadanos.

Los independentistas no están en la cárcel por política, sino por saltarse la ley, igual que tú estás aquí por delinquir, no por toxicómana

Cuentan que en prisión una no se pica por política (“¡lo que nos faltaba!, ya bastante tenemos para picarnos...”). Pero tampoco se muerden la lengua. Vamos con Cataluña: el procés lo tienen cerca, en esta cárcel están recluidas Dolors Bassa y Carme Forcadell. “Yo prefiero una España unida, pero no creo que nadie deba estar preso por política…”, dice Gema. “¡Qué no es por política, es por saltarse la ley!”, espeta Maite, “igual que tú está aquí por delinquir, no por toxicómana”. “La diferencia entre las catalanas y nosotras”, aporta Ana, pico de oro, melena negra encoletada, “es que a ellas les avisaron: si das un paso, igual vas a la cárcel, y lo dieron, no convoques elecciones, no declares la independencia… Y paso a paso tomaron sus decisiones, pues oye, igual que yo admito lo mío, ellas lo suyo, que a mí no me avisó nadie cinco veces”.

Se las nota informadas y al tiempo ávidas de información. Aquí no hay Internet, periódicos, ni buzoneo electoral. Todas se quejan ante el director, —está presente, hay confianza— de que la prisión no debería limitarse a colgar una nota informativa en el tablón de anuncios; tendrían que fomentar más la participación entre una población ya de por sí abstencionista por venir de entornos marginales.

En prisión se vota por lo de fuera, no por lo de dentro. “Aunque yo esté aquí ahora, tengo una madre pensionista, hijos y la ilusión de encontrar un trabajo digno cuando salga… En la calle no llevaré un cartel de expresidiaria, me voy a enfrentar con los mismos problemas que una mujer de mi edad parada de larga duración”, dice Eva, gafas de pasta, jersey de cuello vuelto negro. La población reclusa (59.203 personas, el 7,5% mujeres) apenas aparece mencionada en uno de los cinco programas electorales (Podemos, con un hay que mejorar su vida). Ellas lo asumen sin darle mucha importancia, sus preocupaciones están en un horizonte más allá del “paréntesis” de sus condenas.

Políticos poco señores

La campaña les distrae, pero incluso aquí resulta bronca. Para Eva, discreta con su voto (“prefiero no decirlo, pero nada radical”), los debates los ganó Pablo Iglesias porque “al menos explicó sus propuestas en vez de sacar trapos sucios”. “¡Parecía la casa de Gran Hermano!”, aporta Ana, “yo quiero saber qué harán con la vivienda y el trabajo, derechos protegidos por la Constitución”. Ya no hay políticos de los de antes, suspira, “que parecían y eran señores”: “Como Adolfo Suarez, pero su hijo… menuda decepción”.

Acaban hablando de feminismo, aunque ellas son “más de igualdad”. A Alejandra, cara de cría, la más callada, le fastidia que “algunas feministas no respeten a aquellas mujeres, más clásicas, que opinan cosas que no son de su agrado”. Sobre la gestación subrogada tienen una franqueza poco frecuente: lo harían por dinero. “Es un trabajo, como modelo o prostituta, si estás asfixiada, entre robar un banco y alquilar el vientre, lo alquilo…”, dice Ana. Todas asienten, también han tenido el agua al cuello. “Ya, pero, ¿cómo regulas que alguien se beneficie de su cuerpo?”, reflexiona Eva. “Perdona, yo he vivido de mi imagen muchos años”, dice Maite, con una sonrisa triste que debió ser espectacular. “He sido señorita de compañía, ¿vale?, pero es que cuando te preguntan, ‘¿Mamá porque te comes las sobras?, ¿Mamá, me das 15 euros para la excursión del cole?’... Mira, los políticos que se ocupen de sus cosas no de mi cuerpo”. “La necesidad es la clave”, dice Eva, “mucha liberación, pero nos siguen usando”.

Ana levanta el tono con una anécdota: en una cárcel mixta preguntó por un curso de carretillero. “Pues no van y me dicen, ‘ese es para hombres, tú haz el de igualdad’; ‘no, perdone’, contesté, ‘¡el de igualdad parece que lo tiene que hacer usted!”. Por cosas así, la mayoría prefiere estar en una cárcel solo de mujeres, donde no son relegadas a trabajos de limpieza o lavandería, donde tienen que “pelear menos por las cosas”. “Ya, chica”, vuelve Maite, “¡pero qué aburrimiento!”.

5.229 presos piden votar el 28-A, el doble que en 2011

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Las urnas no entrarán el próximo 28 de abril en las cárceles españolas, pero varios miles de votos sí saldrán de ellas. De los 41.899 presos que tienen derecho a votar (en torno al 70% del total), 5.229 han realizado los trámites para hacerlo por correo, según datos de Instituciones Penitenciarias y la Consejería de Justicia del Gobierno catalán, de la que dependen las prisiones en esa comunidad. El único antecedente del que hay datos fueron las elecciones generales de 2011. Entonces, en las cárceles dependientes de Interior solicitaron el voto 2.225 reclusos, menos de la mitad de los que lo han hecho ahora, a pesar de el número de presos que podían votar era mayor (unos 45.000). Los 5.229 reclusos que han solicitado votar el 28-A representan el 12,49 % del total de los presos con derecho al sufragio (en las cárceles dependientes de Interior, el porcentaje, 12,76 %, es algo superior que en las de la Generalitat, 9,5 %, donde lo ejercerán 349 presos).
Para el 28-A, la cárcel que ha registrado un mayor número de peticiones (255) ha sido Picassent, en Valencia, que cuenta con un mayor número de internos. Le siguen la asturiana de Villabona (208 solicitudes), y la de Granada (163). Las que menos, las de Melilla, Pamplona y Ceuta, donde la población reclusa es también más reducida.
Los nueve políticos catalanes que están siendo juzgados por el procés en el Tribunal Supremo también han solicitado el voto desde prisión (siete hombres, desde Soto del Real, y dos mujeres, desde Alcalá de Henares). Hasta ahora, los seis que además son candidatos han participado en un total de once actos electorales dentro de las cárceles, entre entrevistas, mítines y ruedas de prensa.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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