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Desencanto en la ‘pelu’ de barrio

En Las Águilas, en el suroeste madrileño, un barrio en la media española en renta y voto, clientes y peluqueras coinciden en que no hay que fiarse de ningún político

Patricia Gosálvez
Mamen (rubia) y Gloria (morena), en la peluqueria Flash, en Aluche.
Mamen (rubia) y Gloria (morena), en la peluqueria Flash, en Aluche. Samuel Sánchez

La F de Flash Peluqueros Hombre-Mujer la forman unas tijeras abiertas y un mechón de pelo. Está en el mercado municipal de Las Águilas, epicentro de un barrio que, en datos, podría ser cualquier otro. La renta, 20.798 euros, está algo por debajo de la media española (24.167 euros). En la decena de secciones censales que recorren la larga calle donde se encuentra, la derecha y la izquierda se repartieron a pachas el voto en 2016. Una geografía humana en la media, esto debe ser a lo que los políticos se refieren cuando dicen “la gente”.

Una mañana cualquiera, la gente que se lava la cabeza aquí se refiere a los políticos como “esos aprovechados que solo velan por lo suyo”. Sobre el ruido de los secadores y la música de Cadena 100 —suena Every breath you take— una docena de personas se declaran aburridas de “tanta palabrería” y desengañadas con una campaña “que parece una pelea de patio de colegio”.

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La peluquería de Las Águilas —dos lavabos, tres sillas para peinar— podría estar en cualquier sitio, pero este lugar sin anomalías censales está en el suroeste madrileño. Entre la M30 y la M40, junto a Aluche y Carabanchel, puro barrio. Casas de clase media, construidas a partir de los sesenta para familias de militares y funcionarios. Aquellos pisos de ladrillo naranja, se salpican de otros nuevos, que han revalorizado la zona para familias jóvenes. Árboles en las aceras, autoescuelas, pollerías y mucha peluquería. En Flash sobre todo tiñen canas femeninas, explican Gloria Morcuende, 37, y Mamen Páez, 35, varias décadas más jóvenes que la mayoría de sus clientas, entre las que hay de todo, dicen, “peperas y socialistas, mitad y mitad más o menos, por eso a veces se pican, aunque con respeto, no como los señores en el bar”.

En cuatro horas solo aparece una votante del PSOE, Amparo, funcionaria, que vota a PACMA cuando su partido “mete la pata”. Su máxima preocupación es el paro en el que están sus dos hijos treintañeros. “Yo es que pobres y de derechas, no me cabe en la cabeza”, suspira discretamente cuando la conversación de la pelu gira hacia que la política migratoria de Vox no está tan mal. Lo dice Ángel Luis Rojo, 47, que al contrario que las señoras ha venido sin hora, porque total lo que quiere es “todo al dos y en un plis estamos”. “Yo soy de Ciudadanos, pero admito que son poco contundentes. En mi pueblo de la sierra, donde hay mucho marroquí que no da palo al agua y vive de subvenciones, todos mis amigos votarán a Abascal, estoy asustado, vais a flipar”, cuenta.

María Dolores  —75, peinado perfectamente esférico— votó a Felipe González, luego al PP y ahora piensa hacerlo por Vox “por el muro que han dicho que van a levantar”. “Estamos saturados de negros y árabes, yo no soy racista, pero hay que poner un límite”, dice en voz baja. También en susurros Rosi —pelo blanco, mechas rosas— después de insistir en que a ella la política no le interesa (“eso, mi marido que es muy pesado”), admite que Abascal le gusta: “Es el que más siente por España”.

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Yo es que pobres y de derechas, no me cabe en la cabeza, Amparo, votante del PSOE

Las peluqueras participan sin polemizar, Gloria está indecisa, Mamen cree que votará en blanco: “Ninguno me convence del todo, elegiría de Vox la actitud contra la inseguridad —yo saco asustada al perro, hay que poder defenderse—, y de la izquierda algunas medidas sobre el desempleo”. Coinciden con sus clientas en que debería haber más mujeres en el panel de candidatos. A ellas les gustaba Cifuentes, “porque era más real y cercana”; a la votante del PSOE, Carmen Calvo e Irene Montero (“mejor que Pablo”); a la de Vox, Arrimadas (“mejor que Rivera”). Con mujeres, dicen, habría menos gresca. Cayetana Álvarez de Toledo no cae muy bien.

“Yo no entiendo mucho, pero no me gusta Carmena y Vox, menos”, contemporiza Argentina, 79 años, que ha venido con las dos nietas a las que cría con los 1.300 euros de la pensión de su marido enfermo. Empezó a servir a los ocho, pero tras seis décadas en negro no le quedó nada cotizado. Le importa que funcione la Seguridad Social y más allá es una tumba. No la sacas del “ya no me creo nada”. “Todos son iguales”. “Ninguno tiene palabra”. Votará “con la nariz tapada y al tuntún” porque le gusta ir a votar, aunque ahora le da un poco de miedo “que haya peleas” en el colegio electoral.

En el sillón de al lado, Angelines menea la cabeza llena de bigudíes. Admite que con la edad cada vez tiene peor genio, aunque la edad no la admite. Con la política, está enfadada: “A todos los que voté me salieron malos”. “Así y así", dice haciendo tachones furiosos en una papeleta imaginaria, "voy a votar yo a esos desgraciados”. Voto nulo de Angelines que empezó a servir a los 15 cuando se mudó del pueblo a este barrio en el que entonces "todo el mundo se saludaba".

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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