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Elecciones generales
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La moderación del padre Iglesias

El ruido desluce un debate que consolida a Rivera como antagonista de Pedro Sánchez

Desde la izquierda, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera rompen filas antes de empezar el debate. En vídeo, Iglesias llama maleducado a Rivera.Vídeo: ULY MARTIN / ATRESMEDIA

No fue tanto un debate como un concurso. Las reglas, la disposición de los candidatos, las preguntas, el tiempo, la música, precipitaron una versión político-mediática del Fortnite. Una competición por la supervivencia en la recta final de la campaña. Un desafío a la paciencia del espectador, especialmente cuando se atropellaron con las palabras desluciendo su presunta cualificación de estadistas.

Contribuyeron a la polémica las preguntas con intención y criterio de Ana Pastor y Vicente Vallés en el arbitraje del plató de Atresmedia, pero los adversarios ya venían peleados de casa, acaso con la excepción de Pablo Iglesias, cuyo ademán de cura obrero —y mesura dialéctica— neutralizaron la recurrente escandalera. Llegó a atribuirse Iglesias la titularidad del centro. Y pareció poseído por la transformación del errejonismo.

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Impresiona, en efecto, que el antaño líder incendiario de Unidas Podemos se haya convertido en garante de las formas, de la liturgia. Y desconcierta que Rivera, ganador del partido de ida en el estadio de TVE, se atragantara de balón y sobreactuara con las interrupciones y los trucos de tahúr. Llevaba consigo en el atril un atrezzo digno del mago Splendini. Tanto entregaba a Sánchez la tesis doctoral, "tachán", como desenrollaba en un pergamino los escándalos de corrupción.

La estrategia de filibusterismo e impertinencia le sirvió para sepultar de nuevo a Pablo Casado; para descararse como líder de la oposición; y para ofrecerse como la única alternativa al socialismo, muchas veces mirando a la cámara con oficio y audacia de telepredicador. Ya no es noticia su cordón sanitario a Sánchez, pero sí lo fue que Sánchez descartara una alianza con Ciudadanos. Lo dijo en la apertura del concurso. Fomentaba así el presidente la expectativa de un debate de enjundia y contenidos, pero terminaron prevaleciendo los encontronazos.

Especialmente cuando sobrevino el territorio inflamable del soberanismo. No consiguieron Rivera ni Casado saber si Sánchez piensa o no indultar a los artífices del procés en el caso de una eventual condena, pero tampoco lograron desquiciarlo con los fantasmas de Torra y de Otegi ni con los recursos coloquiales: "Que morro tiene", espetó Rivera cuando Sánchez juró la Constitución como garantía al escrúpulo de los pactos y las negociaciones. 

Puede concluirse que Sánchez ha sobrevivido justito de oxígeno a la encerrona de las 48 horas. Que Albert Rivera se ha convertido en el adalid la derecha. Que Casado se ha encerrado en su propia sonrisa. Y que Iglesias ha asumido con mansedumbre su papel de escudero del eventual o futuro Gobierno de Sánchez.

Es difícil medir el impacto electoral de estas impresiones. Y no solo por el porcentaje elevadísimo de indecisos, sino porque la ausencia forzosa Vox distrae, encubre, excluye, el argumento más desconcertante, imprevisible y desequilibrante de las elecciones del próximo domingo.

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