Las defensas empiezan a ponerse nerviosas
Las declaraciones de Millo y Pérez de los Cobos ponen en duda la versión dialogante y pacifista de los secesionistas
Un coronel de la Guardia Civil impone, incluso si va de paisano, sin tricornio y con un maletín de viajante en la mano. Así se presenta ante el tribunal Diego Pérez de los Cobos, el jefe del dispositivo policial desplegado en Cataluña durante el referéndum ilegal del 1 de octubre. Los acusados contemplan su entrada en el Salón de Plenos con gesto serio, menos Jordi Cuixart, que siempre se ríe a boca llena, como si no supiera o no le importara que la Fiscalía pida para él una condena de 17 años de cárcel.
Desde sus primeras respuestas, la declaración de Pérez de los Cobos se parece en dos aspectos muy importantes a la que por la mañana hizo Enric Millo, el exdelegado del Gobierno en Cataluña, y a la que, el lunes por la tarde, depuso José Antonio Nieto, el exsecretario de Estado de Seguridad: las tres tienen apariencia de verosimilitud y las tres ponen en duda —a través de numerosos datos, fechas y experiencias personales— el discurso pacifista y dialogante de los líderes secesionistas. El resultado es que, al final de la mañana y por primera vez desde que se inició el juicio, los abogados defensores se empiezan a mostrar visiblemente nerviosos. Tanto es así que, en los últimos momentos de la declaración de Millo, el juez Manuel Marchena tiene que cortar en seco el interrogatorio de uno de los abogados defensores:
—Vamos a ver, señor Van den Eynde. Esto es un debate jurídico. Y da la impresión de que usted se está careando con el testigo. No utilice la ironía de esa manera.
Además de Marchena, el magistrado Luciano Varela, el más veterano de los siete miembros del tribunal, fundador en 1983 de Jueces para la Democracia, se muestra visiblemente molesto con la actitud impropia de algunos de los abogados. La amonestación de Marchena —y la hora del almuerzo, sagrada en el Supremo— echa agua al incendio, pero la declaración por la tarde de Pérez de los Cobos, precisa, serena, sin trastabillar en ningún momento ante las trampas lógicas que le tienden los defensores, abunda en la misma sensación: durante las vísperas del 1 de octubre aquellos que buscaron una solución dialogada y pacífica ante la convocatoria inminente del referéndum ilegal no fueron precisamente Carles Puigdemont y sus consejeros.
Lo contradice el relato que hacen los tres testigos de la Junta de Seguridad que se celebró en Barcelona el día 28 de septiembre bajo la presidencia de Puigdemont. Una reunión que para José Antonio Nieto fue “surrealista”, para Enric Millo “un esperpento” y para Diego Pérez de los Cobos “kafkiana”. Tal vez quien mejor la describió fue Nieto el lunes —“estábamos sentados en una mesa para evitar la celebración del referéndum con quienes habían organizado el 1 de octubre”—, pero Millo aportó en su declaración detalles personales que hicieron mucho daño a la estrategia de la defensa. Simplemente porque Nieto tiene acento cordobés y Pérez de los Cobos es un guardia civil, pero Millo se llama Enric y, como remarcó él mismo, lleva toda la vida viviendo en Cataluña. De una parte de Cataluña, eso sí, que no vivió aquellos días en las avenidas de la euforia independentista, sino en los callejones de la angustia. La de todos aquellos que se oponían a la deriva secesionista. Cuando el exdelegado del Gobierno contó que en Girona, donde ha vivido 27 años, apareció una pintada que decía “Millo, muerte”, un abogado de la defensa le preguntó:
—¿Sabe usted quién la hizo?
—No sé quién la hizo, pero sí quién fue a limpiarla: fue mi hija.
Hay una frase que no merecerá ningún titular de prensa, pero que repite dos o tres veces el exdelegado del Gobierno en diferentes pasajes de su declaración. La frase es: “De aquella reunión me fui muy preocupado”. Se refiere a las reuniones que mantuvo con el president Carles Puigdemont, con el vicepresidente Oriol Junqueras o con el consejero del Interior, Joaquim Forn, para encontrar una alternativa legal al referéndum y que siempre se terminaban estrellando contra un muro. “Su respuesta era siempre la misma”, explica Millo, “el referéndum se iba a celebrar. No les interesaba otra cosa que la celebración del referéndum”.
Ya ha anochecido en la plaza de la Villa de París. Dentro del Salón de Plenos, Javier Melero, el abogado más curtido de la defensa, intenta sin éxito desde hace tres horas hallar un hueco por donde pillar a Pérez de los Cobos, pero no lo consigue. El coronel de la Guardia Civil, curtido en la lucha contra ETA pero también en el asesoramiento de ministros del Interior tanto del PSOE como del PP, hace un relato cronológico perfecto para apoyar su tesis: los Mossos d’Esquadra favorecieron el referéndum en vez de impedirlo. Cada vez que el abogado hace una pregunta en forma de flecha, el guardia civil se la devuelve con veneno en la punta:
—¿Usted sabe cuántas denuncias hay contra policías y guardias civiles por las cargas del 1 de octubre?
—Me constan más de 100 sobreseimientos y ninguna condena.
—Y si dice que lo recibieron con violencia en los colegios electorales, ¿no es sorprendente que no hubiera detenciones?
—A mí no me parece sorprendente. Cuando en una situación sobreviene un escenario de violencia muy superior al inicialmente previsto, la prioridad es el cumplimiento de la misión, no hacer detenciones.
Melero ya no sabe qué preguntar. Una joven abogada le sopla algo al oído. Al final se da por rendido.
—No hay más preguntas.
Pérez de los Cobos sonríe.
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