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Jordi Sànchez y Jordi Cuixart | Vaya par de gemelos

El nombre, la causa, los presuntos delitos y hasta el aspecto juntan el destino de los activistas

Varios colectivos se concentran en los alrededores del Tribunal Supremo de Madrid con una pancarta con la imagen de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart. En vídeo, '20-S: nace el relato de la violencia'.Vídeo: Rodrigo Jiménez

La coincidencia del nombre, la fervorosa comunión de la causa soberanista y hasta la barba cárdena han convertido a Jordi Sànchez y Jordi Cuixart en un binomio indivisible. Son como el Hernández y el Fernández del relato independentista. Se los llama los Jordis, como si fueran una variante subversiva de los Javis. Y como si no hubiera matices ni diferencias en sus biografías, en sus destinos políticos o en las circunstancias judiciales que los amenazan.

Ambos son pasajeros de ese minibús descapotable con asientos de terciopelo al que asemeja su emplazamiento en la sala noble del Tribunal Supremo. Una barcaza de 12 plazas que conduce Junqueras en el primer asiento de la izquierda. Y que separa a los Jordis en filas distintas. Sànchez está en la segunda. Cuixart en la tercera. Ambos responden al mismo delito, el de rebelión. Y los dos se exponen a la misma pena, 17 años, pero han escogido abogados distintos.

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A Jordi Sànchez lo representa Jordi Pina, el mismo letrado de Jordi Turull y de Josep Rull. A Jordi Cuixart lo defiende Benet Salellas, exdiputado de la CUP, aunque la apertura del juicio y las cuestiones preliminares redundan en un nuevo paralelismo estratégico: el Estado español ha abierto una causa general al independentismo, trata de purgarse el derecho a una patria libre.

El problema es que tanto un Jordi como el otro Jordi, otra vez juntos, la reivindicaron pisoteando el techo de un vehículo de la Guardia Civil aquella mañana del 20 de septiembre de 2017, en la sede de la Consejería de Economía. La versión exculpatoria consiste en que colonizaron el coche para lanzar mensajes de serenidad a los manifestantes. La posición de la Fiscalía concluye que la toma y profanación del blindado implica un acto de intimidación y de violencia. Empezando por la incolumidad de los guardias civiles mismos, protagonistas de un registro en las dependencias financieras de la Generalitat a instancias de un juzgado de instrucción barcelonés.

Los Jordis interpretaron que la iniciativa judicial era una provocación. Y se desquitaron con una convocatoria popular de 40.000 personas gracias la fuerza capilar de sus respectivas plataformas de activismo. Jordi Sànchez era el presidente de la Asamblea Nacional de Cataluña. Jordi Cuixart lideraba la constelación de Òmnium. Y los dos reunieron sus respectivos “ejércitos”, ignorando, sabiendo o subestimando que la protesta adquiriría la proporción de un delito de rebelión.

La tipificación técnica, jurídica, fue transformada por la propaganda soberanista al espacio de una persecución de ideas. Jordi & Jordi adquirieron la reputación de presos políticos. Se la han dado Pablo Iglesias y Arnaldo Otegi. Se las han concedido otras personalidades internacionales desde el exotismo y pintoresquismo, como Noam Chomsky.

Los Jordis han proporcionado al movimiento indepe un mito fundacional y aspiran a convertirse en los Dioscuros de la cosmogonía catalana a imagen de Cástor y Pólux. Ya era una señal inequívoca el linaje sagrado del patrón de Cataluña. Jordi & Jordi, clonados en la kriptonita victimista, luchan contra el feroz dragón de España y aspiran a sojuzgarlo, no ya con la capacidad movilizadora de sus movimientos sincronizados —ANC y Òmnium—, sino con la propaganda de su tormento carcelario y de su escarmiento judicial. Otegi se comparaba con Mandela. Los Jordis pueden hacerlo con Marcos y Marceliano, gemelos de la Iglesia primitiva que prefirieron la lanza en sus carnes antes que concederse a la aberración del paganismo.

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