Los objetos perdidos del Holocausto vuelven a casa
Seis familias españolas recuperan las pertenencias de sus parientes víctimas del nazismo
La pista del andaluz Antonio Amigo se perdió cuando ingresó en el campo de concentración de Neuengamme (Alemania) en 1944. Su familia recibió, años después, una maleta con lo que creían que eran sus últimas pertenencias y desde entonces no supo nada más. Tras casi ocho décadas, su sobrino Félix Gómez Amigo ha tenido noticias que no se esperaba. En una encomienda de FedEx, ha recibido una pluma y un reloj pulsera que pertenecieron a su tío y que los nazis confiscaron, con esmerado cuidado, en un sobre rotulado hasta el fin de la Segunda Guerra. El Servicio Internacional de Rastreo (ITS, por sus siglas en inglés), una organización alemana con un archivo de más de 30 millones de documentos sobre la persecución nazi, los guardó hasta dar con la familia el pasado noviembre y continúa rastreando a otros 63 descendientes de deportados españoles.
Félix recibió hace unos meses una llamada en su casa de Cortegana (Huelva): "Tengo noticias de tu tío". Todo lo que sabía sobre Antonio Amigo hasta entonces se lo había contado su madre. “Él se fue en el 36. Era contrabandista de café y lo denunciaron, no tenía motivos políticos. Se fue por Extremadura. Se fue, se fue, se fue y llegó a Burdeos [Francia]”, relata Félix. Desde allí, envió una última carta a su familia y ya no supieron nada más de él. La maleta que un exiliado español en Burdeos les llevó con “las últimas pertenencias” de Amigo fueron para su madre y sus hermanas “un certificado de defunción”.
Casi 80 años después, tienen más pistas de lo que le pasó. Jorge Gómez Florido, hijo de Félix, recorre con el dedo la información en uno de los 14 documentos que el ITS les mandó y que les han permitido intuir que Amigo estuvo al menos dos meses en Neuengamme, entre mayo y julio de 1944. Todos los objetos de españoles que tiene el ITS —que ha logrado restituir pertenencias a seis familias hasta ahora— fueron confiscados por los soldados alemanes en el campo de Neuengamme. “Fue una situación especial [en ese campo]”, comenta Anna Meier-Osiński, jefa del departamento de Rastreo del ITS, desde Bad Arolsen (16.390 habitantes, Alemania). “Las pertenencias no se encontraron en el campo, habían sido escondidas en una ubicación diferente. En otros campos todos esos objetos hubiesen sido destruidos”, aclara.
“El ITS llevaba años tratando de localizar españoles”, cuenta por teléfono el historiador Antonio Muñoz, que colabora con la organización alemana, creada en 1947, para localizar a estas personas. “Tenemos un enorme potencial en los archivos alemanes para reconstruir la historia de los españoles en la Segunda Guerra”, destaca. Una de las dificultades para rastrear a los familiares, asegura Muñoz, es que “ha pasado mucho tiempo”: “Como durante 40 años no se habló nada en España la familia fue habituándose al silencio”. También señala errores en el registro de los prisioneros: “Imagínese un gallego con su acento diciéndole a un SS alemán su nombre, que escribía un nombre irreconocible. Además, a veces eran inscritos como apátridas o franceses [porque llegaban desde ese país]”.
Eso pasó con Braulia Cánova, inscrita como “Ganovas, Branlia”. “Ella contaba que cuando la detuvo la Gestapo en mayo del 43 le quitaron todo lo que llevaba y le daban aquel pijama de presa. Le robaron todo, hasta la dignidad”, cuenta por teléfono Josep Cánovas, su sobrino. Pasó por tres campos. Tras la liberación, se asentó en Perpiñán (Francia) y allí murió en 1993. Este mes la familia de Braulia ha recuperado un anillo y un reloj. “Si no hubiera sido por los historiadores, de forma privada, no habría pasado”, zanja Josep, que dice estar “muy disgustado con el Estado español”. “Es indigno que 80 años después de la Guerra Civil aún haya gente que no sepa dónde están sus ancestros. Es una vergüenza mundial”, señala.
“No hemos trabajado en cooperación con el Gobierno español”, apunta Meier-Osiński. “Pero no ha sido diferente con los Gobierno de otros países”, reconoce. Trabajan principalmente con historiadores locales, periodistas y voluntarios para devolver los más de 6.000 objetos que las autoridades alemanas les entregaron en la década del 60. En 2015, la organización alemana puso online las imágenes de 3.200 objetos que aún no han logrado devolver para darles mayor visibilidad. “Son los más difíciles”, según reconoce Meier-Osiński. “Es más importante que nunca contar estas historias, para preservar la democracia y la tolerancia entre diferentes grupos y que nada como esto vuelva a pasar”, destaca Meier-Osiński.
Sentado en el salón de su casa, Félix se arrima a la mesa para ver una vez más el reloj y la pluma que pertenecieron a su tío y que arropa, provisionalmente, en papel de burbujas dentro de la caja azul almohadillada en que llegaron. Aunque no funcionen no piensa modificarlos. La pluma quedará con la tinta seca y el reloj fijado en las 11.20. Se emociona cada vez que lo repite: “Esto ha llegado muy tarde. Lo tendría que haber recibido mi madre, que conocía a Antonio Amigo y que seguramente hubiese reconocido la pluma y el reloj”.
Una excusa para conocer la historia familiar
Algunas familias no saben que parientes suyos fueron prisioneros en campos de concentración. El sobrino de Pascual Askasibar, Jesús Mari Txurruka, desconocía "absolutamente todo" sobre el destino de su tío, que murió en el campo de Neuengamme dos semanas antes de la liberación. Un reloj de cadena fue el engranaje que puso a andar su historia hace dos años cuando la historiadora Ana García de Pablo descubrió la existencia del reloj y, junto al Ayuntamiento de Elgeta, localizó a Txurruka. "Esos objetos son la llave para conocer la historia familiar", apunta Anna Meier-Osinski, jefa del departamento de Rastreo del ITS.
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