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La Cataluña de quita y pon

La situación de los políticos presos y huidos provoca una batalla de lazos amarillos por el control de los espacios públicos

Manuel Jabois
Lazos amarillos en Corçà (Girona), repuestos tras ser retirados el 29 de agosto.
Lazos amarillos en Corçà (Girona), repuestos tras ser retirados el 29 de agosto.Toni Ferragut

Estalla una tormenta de verano en Girona y al centro cívico de la ciudad llega una mujer menuda cerrando un paraguas amarillo. Lleva dos lazos a modo de pendientes y todas las uñas de los pies, y nueve de las manos, pintadas de amarillo; una de ellas la ha reservado para pintarla de blanco con la banda roja y el lema "Llibertat presos polítics”. “Somos los de los lazos, así se nos conoce aquí ya. Comando lacito amarillo”, ríe Anna, nombre supuesto. A ella se le suman otra mujer y dos hombres. Toman asiento con el periodista en una de las salas.

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-¿Por qué no publicar sus nombres?

-Yo tengo miedo de los ultras españoles. A mí por la calle me llaman de todo, me dicen “puta catalana”, “gilipollas” -contesta Anna- Una señora de mi edad pasó por mi lado y me escupió. Pensé: ¿Y esto? Y luego caí en que era por el lazo”.

A principios de año, un grupo de vecinas y vecinos de Girona empezaron a quedar para colocar lazos. Dicen que vieron en las noticias que la práctica se empezaba a extender en Cataluña, sobre todo en los puentes, “y en Girona será por puentes”. Empezaron a hacer rondas por los comercios para encontrar las telas más económicas, reservaron tiempo para la elaboración de lazos y empezaron a quedar a las siete de la madrugada para colocarlos en los puentes. “Pero a las pocas horas todo lo que habíamos hecho, estaba en el río flotando: nos los tiraban”. Así que empezaron a buscar otros lugares, como árboles o farolas. “Entonces apareció un grupo que se llamaba Libera Gerona. Salían por las noches con máscaras, cañas y un cúter. Parecían voluntarios del Prestige. Ellos quitaban y nosotros poníamos; ellos destruían y nosotros construíamos”.

En estos meses nunca han tenido enfrentamientos con nadie. “Somos gente de paz”, repiten. Una de ellas cuenta que estaba colocando lazos en una barandilla con una persona detrás sacándolos, “así que me ponía detrás de ella para volver a ponerlos, y ella se pasaba por detrás para sacarlos. Y yo no paré ni me rendí, porque esto se hace por el recuerdo de los presos, y parar y rendirse es una forma de olvidarlos”. “Los presos”, interviene Jaume, un hombre de mediana edad, “lo están por nuestra culpa”. Anna pide la palabra: “Yo voté para que hicieran eso. Me siento responsable de su situación. Están en la cárcel por obedecernos, por cumplir la promesa que nos dieron y por la que les votamos. No estamos acostumbrados a que los políticos hagan lo que los ciudadanos les pedimos, les debemos esto y más”.

Girona, la ciudad que gobernó como alcalde Carles Puigdemont, el expresident de la Generalitat, está gobernada por Junts Pel Catalunya. El puente en el que Puigdemont burló al helicóptero de las Fuerzas de Seguridad de Estado, saliendo de un coche para meterse en otro sin que se diesen cuenta los agentes, hoy está bautizado con una gran pintada exterior sobre fondo amarillo: "Pont President Puigdemont" y otra dentro, gigante: "Llibertat". El independentismo es mayoría y el lazo amarillo está presente en calles, árboles, parques, puentes e instituciones, empezando por el Ayuntamiento, donde un cartel pide la libertad de los “presos políticos” entre dos lazos. Una ruta en coche por la provincia demuestra que el amarillo, a veces de forma simbólica y otras masiva, se ha apoderado de los municipios catalanes. En barrotes, carreteras, una marca en una farola, lazos pintados en paredes o carreteras; sobre todo en lugares cénticos y visibles, aquellos de paso obligado.

Ellos quitaban y nosotros poníamos; ellos destruían y nosotros construíamos

En Vérges hay varios lugares en los que se acumulan neumáticos casi a modo de escultura; destaca el centro de la gran rotonda, donde se levantan varias ruedas, y a su alrededor se encuentran barandillas de las que cuelgan plásticos amarillos. Los neumáticos están ahí para no olvidar que en la mañana del 4 de octubre de 2017 amanecieron con todas las ruedas pinchadas 165 coches aparcados en este municipio. La justicia archivó la causa por falta de autor conocido y el alcalde, Ignasi Sabater, de la CUP, acusó a la Guardia Civil de haber pinchado las ruedas; la Fiscalía reaccionó investigando al regidor por un delito de odio. Hace dos semanas, Sabater difundió en redes sociales un vídeo en el que mostraba, siendo grabado a escondidas, a un funcionario del municipio vecino, L'Escala, sacando lazos amarillos del Ayuntamiento. Detrás de la maniobra se esconde algo más que una delación: la circunstancia de que L’Escala esté gobernada por el PSC. En los municipios gobernados por el socialismo catalán la presencia de lazos es mucho menor. Es el caso de Sant Adrià de Besòs, cinturón obrero de Barcelona, en donde el jueves se preparaba el pueblo para las fiestas mayores. Allí, en el centro, en las calles, ondeaba una bandera que cotiza a la baja en Cataluña: la oficial, la senyera.

Y al revés, tampoco hay mucho amarillo en municipios pequeños y gobernados por el soberanismo; en este caso, podría decirse que el amarillo se sobreentiende. Como en Báscara, en el Alto Ampurdán, un pueblo de apenas mil habitantes; paredes, muros y fachadas están llenas de consignas políticas por la “liberación” de Cataluña y una nueva República. La fachada de una casa la ocupa una enorme cara de Valtonyc, el rapero condenado a prisión que se encuentra huido en Bélgica. Allí, en Báscara, una gran estelada dominaba el balcón del Ayuntamiento hasta que la ley obligó a retirarla y a colocar una española. El resultado podía verse esta semana: un palito con una bandera española mínima, como de coche diplomático, y un cartel gigante: “Aquesta bandera oneja per imperatiu legal. La respectem però no ès la nostra”. Muy cerca, en Viladamat, tampoco hay demasiados lazos. Sí en Corçà y sí, especialmente, en La Bisbal d’Empordà, cuyo centro está lleno de amarillo: lazos, carteles y plásticos ondeando en las farolas. Se trata de exhibir solidaridad con los presos y de dar a Cataluña la situación de excepcionalidad. “La gente está triste, vive con angustia, no hace vida normal”, dice Lluís a las puertas de su negocio en La Bisbal.

Mientras, en Barcelona, el viajero que sale de la estación de Sants buscando lazos amarillos reacciona a cualquier estímulo de ese color: un cartel de Hertz a lo lejos, el impacto del amarillo del taxi, hasta los bordillos de las aceras. Pero no hay lazos en ninguna parte, al menos en un primer barrido visual. Sólo cuando empieza a caminar, el viajero comprende: los está pisando, los lazos están pintados en el suelo. En realidad, la presencia de lazos, como la del independentismo, es mayor cuanto uno más se aleja de Barcelona. Ya cerca, en Sant Cugat del Vallés, territorio de la burguesía nacionalista, el pesebre de Jesús apareció en las últimas Navidades lleno de lazos amarillos; un hombre fue a quitarlos antes de que llegasen los Reyes Magos, dos trataron de impedirlo y uno de ellos, según denunció este vecino, lo agredió con un puñetazo.

Algunos voluntarios quieren montar una exposición con el plástico reciclado

¿Esto es legal? El debate lleva varios meses abierto. “Debemos diferenciar entre los espacios institucionales, los públicos y los privados”, dice Miguel Presno Linera, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo. “En los primeros debe haber neutralidad política. Eso no implica indiferencia ante situaciones de desigualdad e injusticia: la Constitución obliga a los poderes públicos a salvar los obstáculos que impiden la igualdad real de personas y colectivos y ello justifica que se exhiban en espacios institucionales lazos que, por ejemplo, simbolicen la lucha contra la violencia de género o la homofobia. En suma, en las instituciones puede haber lazos si cumplen mandatos constitucionales”. En espacios públicos sí se pueden expresar reivindicaciones políticas. “Eso justifica que en las campañas electorales se exhiban banderas y carteles políticos y, en principio, eso permitiría también colocar lazos amarillos en esos espacios urbanos, pero no en situación de monopolio”. Pero si la otra parte no coloca símbolos, ¿el monopolio no sería involuntario? Según Presno Linera, “la abstención de la otra parte no justificaría que todo el espacio público fuera ocupado por una sola reivindicación. Se trata de que pueda expresarse lo que los lazos simbolizan, pero para ello debe haber proporcionalidad: que otros no se manifiesten no justifica que los que lo hagan ocupen todas las calles o espacios disponibles”. En cualquier caso, según el experto en Derecho Constitucional, tanto unos como otros tendrían que tener una vocación de temporalidad. “La administración tendría que quitar, tras un tiempo prudencial, los lazos para evitar una monopolización de reivindicaciones o, incluso, que se entienda que la no retirada supone una identificación de los poderes públicos con ese símbolo”.

Frente a grupos espontáneos de vecinos o de los más organizados CDR (Comité de Defensa de la República), dedicados todos ellos a poner lazos, han proliferado en los últimos meses grupos cuyo cometido es el contrario: quitarlos. Algunos de forma espontánea y otros, como los GDR (Grupos de Defensa y Resistencia), más organizados y entre los que se encuentran numerosos ultraderechistas. También están los CBL (Cuerpos de Brigada de Limpieza), que aglutinan a unos mil voluntarios en toda Cataluña divididos entre varios grupos. Uno de esos grupos, el más conocido, es el de Los Segadores del Maresme, compuesto por unas 80 personas según su coordinador, Gabriel (“¿Sólo Gabriel?”; “sí, sin apellido, por favor”). Su trabajo, dice, es limpiar Cataluña de lazos. Actúan por la noche para evitar confrontación: “Nosotros no somos como los GDR. Ellos hacen un tipo de acción en la que, si alguien pone un lazo, van inmediatamente a quitarlo. Nosotros evitamos en todo momento la confrontación, por eso lo hacemos por la noche. No queremos roces, ni peleas, ni vernos. Queremos limpiar”.

El color está más presente cuanto más se aleja uno de Barcelona

Gabriel explica el modus operandi de su grupo a este periódico: “Mandamos ojeadores por distintos sitios de Cataluña y estos ojeadores nos envían material que demuestra que esos lugares están llenos de plástico amarillo. Una vez que tenemos los objetivos, los estudiamos, vemos en qué horarios se puede hacer (horarios en los que no haya gente por la calle, para evitar confrontación) y enviamos equipos”. Todos los lazos recogidos los han ido amontonando en diferentes depósitos con un objetivo: montar una exposición. “Queremos enseñarles a la gente y a Greenpeace los miles y miles y miles y miles de bolsas que están tirando a la calle. Tenemos toneladas de plástico. Y nuestra intención es hacer una exposición y enseñarla en varios sitios para que todo el mundo sepa lo que se está llevando a cabo en Cataluña. Una cosa es una reivindicación y otra llenar Cataluña de punta a punta con plástico, eso es algo absurdo”.

Anna y sus compañeros de comando de Girona también muestran su preocupación por el daño ecológico del plástico. “Nosotros empezamos con telas pero era insostenible, muy caro”. Relatan el caso de una vecina que compró para ella sola 40 metros de tela y un metro de ancho en el mercado de La Devesa, y se puso a hacer lazos para todos. Se acabaron pasando al plástico, y hace poco hicieron un concurso en la ciudad para ver dónde se encontraba el amarillo “más amarillo”. “Consum”, cuenta Anna. “En el supermercado Consum tienen las bolsas más amarillas, aunque cuando se despegan pierde color, claro”. En cualquier caso, advierte Jaume, los tiempos se pondrán difíciles y habrá que comprar mucho más material para seguir poniendo lazos. “Lo único que sabemos del juicio es que no será justo”. Así que están gestionando un pedido enorme a Amazon de plástico biodegradable. 

Por qué un lazo amarillo es símbolo del independentismo

El lazo amarillo es el símbolo utilizado en Cataluña para reclamar la puesta en libertad de los líderes sociales y políticos que llevan meses en prisión preventiva procesados por un delito de rebelión tras el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 y posterior la declaración de independencia de Cataluña. El lazo también exige el regreso sin consecuencias penales de los políticos que salieron de país tras ser, o previendo ser, imputados. Estandarte de muchas y diferentes causas a lo largo de la historia, su origen como reivindicación del independentismo podría remontarse a 2014, cuando los senadores de Convergencia i Unió se los pusieron en las solapas para ejercer el derecho a decidir.

"El amarillo se ha convertido en el símbolo de los que defienden la consulta", dijo entonces el senador Jose Lluís Cleries. "El lazo", cuenta a EL PAÍS Verónica Fumanal, experta en comunicación política, "intenta unir a aquellos que no sólo son independentistas, sino a aquellos que, sin serlo, están en desacuerdo con la situación de los presos ampliando la base social al tiempo que se asimila con el independentismo". Fumanal cree que el lazo ha dividido visualmente a los catalanes. "Es desgarrador, porque no sólo te autoetiqueta, sino que etiqueta al resto por omisión. Ha sido uno de los actos más perversos". Curiosamente, dos años antes, un articulista de La voz de Barcelona, Federico Llosa, publicó un artículo ilustrado con un lazo amarillo reclamando que ese símbolo lo fuese de los no nacionalistas, y lo llevasen siempre en la solapa en los actos públicos, tanto ciudadanos como representantes políticos.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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