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Vivir sin ETA, entre el alivio y la desconfianza

Políticos, escoltas y policías analizan cómo han cambiado sus vidas con el fin del terrorismo y la desaparición de la banda

Mikel Ormazabal
El exedil socialista de Andoain Estanis Amutxastegi se reencuentra con su execolta Óscar Bruña.
El exedil socialista de Andoain Estanis Amutxastegi se reencuentra con su execolta Óscar Bruña.JAVIER HERNÁNDEZ

El policía nacional Mariano ya no tiene que comprobar si lleva una bomba adosada en los bajos de su coche. Cristóbal, guardia civil, ha pasado de estar recluido todo el día en el cuartel de Intxaurrondo a poder pasear ahora por San Sebastián sin sospechar de nadie. El exedil socialista Estanis Amutxastegi dejó de ir siempre acompañado por su “ángel de la guarda”, como se conocía a los escoltas. Andoni Ortuzar ha eliminado casi por completo las referencias al terrorismo en sus comparecencias públicas. Es lo que está pasando desde que en 2011 ETA decidió no matar más y ahora ha comunicado que desaparece para siempre de sus vidas.

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“ETA no nos regala nada ahora con su disolución. Lo que va a hacer es una mera declaración para intentar aprovechar un espacio de propaganda, justificar su pasado y mejorar su imagen. El gran cambio en nuestras vidas se dio hace siete años, cuando la presión ciudadana, judicial, policial, la cooperación internacional y la actuación de dos Gobiernos socialistas, el central y el vasco, consiguieron que se sintiera acosada y se viera obligada para dejar su actividad armada. Fue entonces cuando desapareció realmente”, sostiene Rodolfo Ares, exconsejero vasco de Interior con Patxi López como lehendakari.

Y ahora, sin ETA, ¿qué? Será el momento de consolidar “una paz justa y duradera”, dicen quienes apadrinan el acto de Cambo (Francia) que da cobertura al acta de defunción de la banda terrorista, pero hay quienes recela de ello: “Ya no hay bombas, ni disparos, pero eso no significa que en esta sociedad se viva plenamente en libertad, ni mucho menos”, afirma Javier Maroto, vicesecretario de Política Social y Sectorial del PP y exalcalde de Vitoria. La libertad se ganará, añade, “cuando cualquier ciudadano pueda expresar sus ideas en cualquier pueblo de Euskadi sin que eso tenga consecuencias para él, algo que no ocurre hoy. Y cuando la sociedad haga justicia a un relato sin falsear la verdad ni blanquear a los asesinos. Y eso tampoco sucede hoy”.

Este nuevo tiempo que se abre ahora, opina el diputado del PNV Joseba Agirretxea, debe servir para corregir los tres males que en su opinión provocó la actividad terrorista: “El ético, porque conculcó derechos humanos básicos y quiso legitimar el uso de la violencia; el social, porque generó un enorme problema de convivencia, y el político, porque fue el principal obstáculo para cualquier entendimiento entre abertzales”.

Mariano vino a Bilbao en 1989 recién salido de la Escuela Nacional de Policía. Para entonces, ETA ya había matado a muchos agentes de este cuerpo -en total han sido 186 policías nacionales-, y eso deja una marca. Al principio, la pistola le hacía daño de tanto que la apretaba contra su cuerpo, daba un bote cuando tocaban el timbre de su casa, bajaba la basura con el arma encima y miraba debajo del coche incluso fuera de servicio, cuando estaba con su familia en Valladolid. Compañeros suyos llegaron a comprar un dispositivo que arrancaba el vehículo a distancia. Todas las medidas de autoprotección eran pocas para salvar la vida: en verano llevaba el arma en una bolsa con dos dobleces y nunca iba agarrado a su pareja para tener la mano derecha libre para disparar. “Todo esto ha cambiado, porque no tenemos la presión de los tiros”, asegura en nombre del Sindicato Unificado de Policía.

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Pero Mariano, que formó en la Brigada Antiterrorista a la caza de comandos, sostiene que “aún perdura un cierto rechazo social” a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. El Gobierno español tiene destinados en Euskadi 5.167 efectivos (2.369 guardias civiles, 1.317 policías nacionales y 1.481 militares), un 8% menos que en 2011, cuando ETA decretó el “cese definitivo” de la lucha armada. A estos se suman otros 8.000 agentes de la Ertzaintza. “La percepción de inseguridad es mucho menor desde hace unos cinco años. No hay miedo a sufrir un atentado, pero sufrimos el síndrome del norte. Todavía no podemos identificarnos como policías”, subraya.

Nada se parece a la angustia de estar en "la primera línea de fuego", como le sucedió a Cristóbal, guardia civil retirado hace tres semanas tras 37 años destinado en Intxaurrondo (San Sebastián): “Había que ser más listo que el hambre. No éramos conscientes del peligro que corríamos, pero fuimos devotos de una causa que había que defender”. Cuenta que se hacía pasar por ebanista o por técnico de minas en aquella “vida de mentiras” que llevaba a todos los guardias a “estar todo el día metido en el cuartel”, su único refugio en un territorio muy hostil donde han muerto más de 200 agentes de la Guardia Civil a manos de ETA.

Ortuzar, presidente del PNV, tiene casi 56 años, “prácticamente la misma edad que ETA”, apostilla. “Desgraciadamente toda mi vida ha transcurrido paralela a sus atentados, al dolor y al sufrimiento que ha causado. He dedicado gran parte de mi vida a contar por el mundo, y también a mis hijas, que Euskadi, que lo vasco o que ser abertzale no tenía nada que ver con ETA. Su desaparición ahora es como quitarme de la espalda una mochila llena de piedras de 50 kilos de peso con la que hemos tenido que cargar tantos años. Siento libertad, poder andar ligero, recuperar mi cuerpo, mi país para la convivencia. Y celebro que mis hijas no tengan que contar ya a nadie lo que yo tuve que explicarles a ellas. Y políticamente, pues también me calma. ETA nació para sustituir a mi partido en el liderazgo de Euskadi. Hoy, ella desaparece y el PNV sigue aquí. Me siento bastante feliz”, confiesa el dirigente nacionalista, quien lamenta “tantas vidas truncadas y tanta desolación provocada”.

Se cierra definitivamente “el capítulo más inútil y doloroso al que nos ha enfrentado a los vascos”, enfatiza Idoia Mendia, líder de los socialistas vascos, que recuerda a las víctimas y agradece “a quienes resistieron y así pudieron hacer la Euskadi plural, libre y cohesionada socialmente que conocemos”. Su compañero de Mondragón (Guipúzcoa) Aritz Arrieta reconoce que la desaparición de ETA supone “ vivir con la tranquilidad de saber que nunca más tendré que mirar tras mis espaldas o que a la vuelta de la esquina hay solo eso, nada, nada de qué preocuparme”. Él tuvo que vivir escoltado, como tantos políticos, empresarios, jueces y fiscales, periodistas… Óscar Bruña ejerció esa labor de guardaespaldas entre 1996 y 2011: “El terrorismo nos deshumanizó. Fueron muchas las personas que se quedaron en el camino”, dice al recordar, por ejemplo, a Manuel Indiano, su protegido hasta poco antes de que ETA lo matara en 2000. Vivió de cerca los asesinatos de Miguel Ángel Blanco, José Luis Caso, José Ignacio Iruretagoyena o Manuel Zamarreño.

Un grupo de personas conversa en un bar de San Sebastián mientras la televisión informa sobre ETA.
Un grupo de personas conversa en un bar de San Sebastián mientras la televisión informa sobre ETA.J. HERNÁNDEZ

De la satisfacción que a diario le producía “dejar a salvo en su casa cada noche” al escoltado, Óscar se encontró sin trabajo cuando pararon las armas y tuvo que “reciclar” su vida: “No me importa haber perdido aquel trabajo, me alegré porque ya no había que proteger a ninguna persona que ETA pretendía asesinar”, dice ahora como vigilante de seguridad privada.

Alberto, guardia civil en Bizkaia, tenía que variar sus rutinas todos los días, dejaba caer las llaves o la cartera al suelo para mirar los bajos del coche, disimulaba su acento, estaba siempre pendiente de ver a algún sospechoso… “El fin de ETA es un alivio, pero a la vez produce desconfianza, porque pueden repetirse episodios como los de Alsasua (Navarra). La realidad es que seguimos estando señalados por una minoría, y no olvidemos que es la misma minoría que fue capaz de intimidar a toda la sociedad vasca y española durante muchas décadas”. Su compañero Samuel aprecia “una hostilidad menos agresiva” hacia los cuerpos policiales, pero observa “un rechazo social, lingüístico y laboral” que él atribuye al “síndrome del norte”. “No decimos nuestra profesión a nadie, ni a nuestros hijos hasta que cumplen los 15 años, tenemos dificultades para integrarnos en la vida social de los pueblos, y tenemos muy complicado lograr un trabajo para nuestras parejas”.

“Cualquiera que haya vivido estos años solo puede considerar la desmovilización de ETA como un alivio en lo personal y una expectativa real de que en el futuro no se vuelva a repetir ninguna otra vulneración de derechos humanos por ningún motivo político”, afirma el parlamentario de Bildu Julen Arzuaga. Y sentencia: “No debemos olvidar, pero estamos en un momento esperanzador. Ojalá traiga consigo otra política penitenciaria. Debería ser así”.

La vida sin ETA no borra el pasado de las víctimas. Iñaki García Arrizabalaga se acuerda en estos momentos de su padre, Juan Manuel García Cordero, delegado de Telefónica en Gipuzkoa, asesinado por los Comandos Autónomos Anticapitalistas en 1980. ETA se acabó y él se pregunta: “¡Dios mío! Todo esto, ¿para qué? Para nada, salvo para generar dolor y sufrimiento”. Mira al futuro y le preocupa cómo será mañana la convivencia: “¿Podremos vivir reconciliados y mirarnos algún día a los ojos? Quizás nosotros no, pero espero que las próximas generaciones sí”. “Quiero dejar de ser Iñaki-víctima de ETA. Ahora me propongo ser un ciudadano más y empezar a pasar desapercibido en la vida”, afirma.

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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.

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