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El hundimiento

Artur Mas es el máximo responsable de la derrota y destrucción del catalanismo político

Artur Mas durante el inicio de la campaña de las elecciones autonómicas catalanas del 28 de noviembre del 2010.
Artur Mas durante el inicio de la campaña de las elecciones autonómicas catalanas del 28 de noviembre del 2010.Carles Ribas
Lluís Bassets

Lo tuvo todo y todo lo ha perdido. Lo quiso todo y nos ha dejado sin nada. Hasta ahora, los grandes políticos de este país habían hecho mucho con muy poco, a veces sólo con un gesto o una palabra. Este político que ahora dice que se va, en cambio, es exactamente el caso contrario. Teniendo en sus manos el poder más extraordinario que nunca se haya concentrado en las manos de un partido catalán, lo ha dilapidado y destruido, destruyendo además otras muchas cosas, empezando por su propia carrera y la de numerosos compañeros de partido y de alianzas, siguiendo por la estructura entera del sistema de partidos catalanes, y terminando, incluso, por las ideas y los valores de la ideología y de la cultura política central en Cataluña que es la del catalanismo político.

Todo esto es obra de Artur Mas. Con colaboraciones numerosas y con complicidades abundantes, con responsabilidades compartidas ampliamente en el mundo periodístico, intelectual, artístico, deportivo, mediático y empresarial. Pero tratándose de quien quería ser un líder, el líder supremo, el que mantenía más altas las apuestas y aseguradas las posibilidades de negociación y de victoria, suya es la responsabilidad máxima y la mayor de todas, y a él le corresponde responder ante sus conciudadanos, los catalanes, con independencia de las deudas que tenga que resolver ante la justicia, y responder exactamente por el hundimiento al que nos ha llevado con sus políticas y sus decisiones concretas, por la derrota de dimensiones históricas a la que él y los suyos nos han abocado a todos.

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Quiso organizar la 'casa grande del catalanismo' y el catalanismo se ha encogido y cuarteado hasta quedarse ahora sin casa. Planteó una 'transición nacional', y nos encontramos ahora con una regresión nacional: en lugar de la independencia, una marcha acelerada hacia la pre-autonomía. Pretendió organizar Cataluña como un Estado propio dentro de Europa y Europa no quiso saber nada del nuevo Estado que se le anunciaba. Quiso internacionalizar el conflicto y ha conseguido el más alto nivel de desprestigio y de enemistad con que haya contado Cataluña dentro de España y de Europa en toda su historia. Quiso hacer más pequeña y más débil a España y ha conseguido hacer más pequeña y más débil a Cataluña. Todo lo confió al ejercicio del derecho a la autodeterminación, presentado como derecho a decidir, ejercido unilateralmente, y ahora ni siquiera mantiene vigencia y futuro la idea de una consulta o de un referéndum legal y acordado. Hizo de la independencia un objetivo creíble y al alcance de la mano y ha quemado la idea de independencia probablemente para décadas.

Cataluña se ha visto confrontada, gracias a los errores del independentismo, que son los errores de Artur Mas, a la cruda realidad de su peso, su fuerza y su dimensión geopolítica dentro de España y dentro de Europa. Mas es responsable máximo de los tres errores más importantes cometido por el independentismo a la hora de enfrentarse con su proyecto. Un primer error de análisis irrealista de la correlación de fuerzas, un segundo error de tergiversación de cara a los ciudadanos respecto a las posibilidades reales de alcanzar los objetivos propuestos y un tercer error, el más grave, de sustitución del método posibilista del catalanismo de probada eficacia historia por un experimento rupturista y de confrontación con España y con el mundo entero si era necesario.

La realidad de España era mucho más sólida y seria de lo que Mas había explicado. La economía y las empresas no tenían simpatía alguna, como Mas pretendía, con un proyecto que fabricaba inseguridad jurídica y resultaba en una inestabilidad hostil a las leyes del mercado. La diversidad de la sociedad catalana era incompatible con un proyecto que no ha dudado en acogerse finalmente a una idea de identidad de carácter etno-nacionalista, despertando en consecuencia reflejos nacionalistas de signo contrario. La Constitución española era mucho más firme y eficaz de lo que había pensado Mas con sus frívolas astucias para esquivar o impugnar el marco legal.

Pero todas estas responsabilidades son plurales y compartidas, y forman parte de ‘la confabulación de los irresponsables’, que tan bien ha explicado Jordi Amat en su libro del mismo título, y que afecta a todos los partidos y a un buen puñado de dirigentes, no únicamente a Artur Mas. Dentro de estas irresponsabilidades encabezadas por Mas, hay algunas decisiones pertenecen directamente a la persona que las tomó, como son las convocatorias electorales o las disoluciones de los Parlamentos, atribuciones específicas del presidente de la Generalitat. Y también aquí las equivocaciones de Mas son desgraciadamente memorables: disolvió cuando no lo tenía que hacer y no lo hizo cuando era necesario, respectivamente en 2012 y 2015, por lo que cae sobre sus hombros la responsabilidad de entregar la llave de la estabilidad parlamentaria a la CUP, una fuerza desestabilizadora por definición y que sólo le interesa participar en mayorías que se dediquen a desestabilizar y vulnerar la legalidad constitucional.

Que lo hiciera el hombre vocacionalmente señalado para dirigir la centralidad sociológica del país, para representar a la burguesía y a las clases medias y asegurar la prosperidad y la buena marcha de la economía, para pactar con Madrid y con Bruselas, es el mayor y el más imperdonable de los pecados. Ungido como el presidente de la continuidad pactista y posibilista, Artur Mas se convirtió en el líder populista y rupturista, capaz de dividir a los catalanes, enfrentarlos con España y arrancarlos si hacía falta del marco europeo. La designación de Puigdemont como sucesor es la culminación del disparate y de las cumbres de desprestigio a los que nos ha llevado esta ‘confabulación de irresponsables’.

Nada de positivo hay en su legado. Si la historia tiene algo de piedad de su paso por la máxima responsabilidad política catalana, le dejará en el olvido de una nota al pie insignificante. Si es un poco más atenta y rigurosa, le dedicará uno de los capítulos más negativos de la historia de Cataluña, el que corresponde a quien ha dilapidado la herencia espléndida que han recibido y solo ha dejado tras de sí una casa en ruinas.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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