La mochila de Moragas se muda a Manhattan
El colaborador del presidente vuelve a la diplomacia frustrado por no ser ministro de Exteriores
La mochila de Jorge Moragas se muda a Manhattan y ese movimiento ha generado múltiples especulaciones. El colaborador más cercano del presidente del Gobierno desde hace 14 años y su poderoso jefe de gabinete desde que llegó a La Moncloa deja el laberinto de la política nacional y las maniobras en la sombra que tanto ha disfrutado desde su mitificado despacho por el cargo de embajador de España en Naciones Unidas. Moragas es diplomático y retorna así, a los 52 años, a una carrera que apenas ejerció tras constatar que su jefe y protector, Mariano Rajoy, no premiaba sus desvelos en la última formación de Gobierno con el puesto que anhelaba de ministro de Exteriores.
Justo el día después de las pasadas elecciones en Cataluña (22 de diciembre), Rajoy anunciaba que su jefe de gabinete había sido nombrado embajador de España en la ONU, uno de los destinos más rimbombantes y mejor considerados de la carrera diplomática, con un sueldo de unos 200.000 euros al año y una mansión como residencia junto a la Quinta Avenida y Central Park en Nueva York cuyo alquiler asciende a 82.054 euros al mes. Un premio soñado para cualquier diplomático pero que parecía menor o extraño para el perfil de Moragas, al que se ve como un personaje en versión española de la emblemática serie norteamericana House of Cards por su pasión por los vericuetos del poder.
El propio Rajoy aconsejó a los especuladores que renunciaran a las interpretaciones y aseguró que la mudanza de Moragas obedecía nada más que a razones personales. Se explicó así que hace ya un año —y por tanto mucho antes de conocerse el pésimo resultado para el PP de las elecciones catalanas que no estaban siquiera ni imaginadas (4 escaños)— tuvieron una conversación para replantearse su futuro tras un largo y “apasionante” periodo juntos, desde que en 2003 Moragas pasó de colaborar estrechamente con José María Aznar a facilitar su agenda internacional al nuevo líder designado a dedo por el expresidente popular. Primero le sorteó las zancadillas del conflictivo congreso del PP de Valencia, las dolorosas derrotas electorales frente a José Luis Rodríguez Zapatero y ya desde 2011 todos los marrones, rescates y puertas cerradas que se encontró desde La Moncloa.
No se ofrecieron muchas más explicaciones. Apenas mensajes muy básicos como: “La vida pasa y las cosas cambian” o “tocaba la retirada de la primera línea”. A los que conocen la personalidad de Moragas les pareció poca justificación. Y se le presentó incluso como el chivo expiatorio del fracaso de la estrategia catalana, en la que en su día sí se vio envuelto (es de Barcelona y ha sido diputado en cinco legislaturas) pero ahora la seguía desde un segundo plano cumpliendo las instrucciones marcadas por su jefe y por la aún responsable máxima de esa operación, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, según diversas fuentes consultadas. En los puestos clave del Gobierno y el PP nadie achaca la culpa del más reciente varapalo electoral del PP en Cataluña a Moragas, territorio que apenas ha pisado tras exigir el candidato Xavier García Albiol manos libres para uno de sus colaboradores, Santiago Rodríguez, en el diseño de su campaña.
La fuga americana de Moragas se interpreta, en fuentes gubernamentales, como un retorno más que digno a su relegada profesión (nunca trabajó fuera de España ni en tareas de gestión) tras no conseguir la posición de ministro de Exteriores en la última remodelación de Gobierno que ejecutó Rajoy en noviembre de 2016. Las mismas fuentes aseguran que Moragas maniobró, como hicieron el ministro Íñigo Méndez de Vigo y José Ramón García, el responsable en el PP de Exteriores, en las semanas previas para acceder a esa plataforma tras darse por segura la salida de José Manuel García Margallo, que había llegado ya a enfrentamientos crudos con la vicepresidenta Santamaría por su gestión del desafío catalán.
El propio Moragas ha confirmado que Rajoy le ofreció dos ministerios, en este caso Sanidad y Medio Ambiente, pero no Exteriores, que recayó en el perfil más de funcionario especializado en Bruselas y en evitar trifulcas de Alfonso Dastis. El presidente escuchó al final en aquella crisis al exministro decapitado Margallo, que le requirió el nombre de su sustituto para evitar que le ganasen públicamente la guerra soterrada en la que había vivido toda su gestión frente a Santamaría, Moragas y Méndez de Vigo, que habían querido dirigir a distancia su ministerio. Margallo logró evitar dar el relevo a Moragas pero no que la primera orden que recibió Dastis de La Moncloa fuera desmontar el grupo Monserrat (o Barretina) que él se había inventado para contrarrestar internacionalmente, con catedráticos y embajadores, la intensa actividad externa de la Generalitat para promocionar el desafío independentista. Aquella estructura se echó en falta más tarde en la recta final del proceso catalán.
Descartado de ministro de Exteriores, Moragas consultó con su entorno la otra oferta y le pareció entonces que tendría más capacidad de decisión e influencia preservando su despacho monclovita y no cambió de responsabilidad. Pero empezó a cavilar sobre si le había llegado la hora de buscar otros aires y objetivos. El desengaño con Rajoy le ayudó a imaginar otros planes. Sopesó distintas plazas y pasado el último verano se decantó por renacer en Manhattan. El embajador actual en la ONU, Román Oyarzun, acababa su mandato en noviembre y la vacante coincidía con sus intereses y su calendario vital. Su mujer, Paloma Tey, es diseñadora de bolsos y tiene flexibilidad laboral y la familia quiere volcarse ahora en facilitar las mejores posibilidades educativas a sus dos hijas adolescentes.
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